Raúl Espinoza Aguilera, @Eiar51
En estos tiempos de dramática
ausencia de líderes, en que -por ejemplo- observamos a un Presidente de los
Estados Unidos, Joseph Biden, tibio y dubitativo frente al conflicto de Rusia y
Ucrania; a un México -cara a las elecciones presidenciales del 2024- sin
líderes fuertes de la oposición que hagan frente a los precandidatos del
Partido Morena, etc. Debido a ello, me ha parecido conveniente repasar las
características de uno de los líderes más influyentes de la Historia
Contemporánea. Me refiero al célebre, Primer Ministro Inglés, Winston Churchill
(1874-1965), quien tuvo la valentía y firme determinación de enfrentarse a
Adolfo Hitler cuando la Gran Bretaña se encontraba sin el apoyo de las fuerzas
Aliadas.
En aquella época las tropas
nazis habían invadido gran parte de Europa. Desde Polonia, aquel trágico 1 de
septiembre de 1939, que provocó el estallido de la Segunda Guerra Mundial en
que murieron millones de personas. Pero Hitler tenía ambiciosos afanes
expansionistas y, a continuación, ordenó la llamada “Guerra Relámpago”
(Blitzkrieg) en la que Alemania tomó por sorpresa al Viejo Continente e
invadió: Dinamarca y Noruega (abril de 1940), Bélgica, los Países Bajos,
Luxemburgo y Francia (en mayo de 1940), Yugoslavia y Grecia en abril de 1941.
El mundo entero estaba conmocionado ante esa demostración de fuerza militar del
país Germano. Sin embargo, no pudo derrotar a Gran Bretaña ya que estaba
protegida por el Canal de la Mancha y la Marina Real Británica. Fue entonces cuando
Adolfo Hitler decidió lanzar un demoledor ataque aéreo sobre Londres.
Winston Churchill ya estaba
esperando esta reacción y preparó muy bien a la Real Fuerza Aérea (RAF). Se
libró un tremendo combate por aire en la llamada “La Batalla de Inglaterra”. La
amplia experiencia militar hizo que Churchill dirigiera personalmente este
enfrentamiento y, al final, los ingleses vencieron. Fue la primera humillante
derrota de Hitler y, más tarde, lo obligó a abrir el frente Oriental contra
Rusia en la llamada “Operación Barbarroja” (1941).
Es interesante observar que
este Primer Ministro Inglés, después de cada bombardeo alemán, saliera a las
calles a brindar apoyo moral a su pueblo. Les ofrecía atención médica a los
heridos, ayuda alimenticia, nuevos albergues antiaéreos y, sobre todo, a
levantar el ánimo de los ciudadanos que permanecían firmemente unidos a su
líder. En cierta ocasión, bajó al Metro londinense de forma inesperada, se
subió a uno de los vagones para hacer una encuesta de primera mano. A los
obreros, empleados, amas de casa y demás personas que viajaban en ese medio de
transporte les fue preguntando, uno a uno:
“- ¿Cómo debe de actuar Gran
Bretaña frente al asedio aéreo alemán, ¿Rendirse o Resistir?
Cada uno de los pasajeros fue
respondiendo, sin titubeos:
-
¡Resistir! (…); ¡Dar la batalla! (…); ¡No acobardarse
ante Hitler! (…); ¡Dar la vida en
defensa de la Patria!
Una niña de unos doce años,
que miraba la escena con atención, le respondió con determinación:
-
¡Vencer o morir!, Señor Churchill.
Acto seguido, el Primer
Ministro agradeció a los pasajeros sus valiosas aportaciones y se despidió
amablemente. En la siguiente Estación del Metro, Churchill se bajó y se dirigió
al Parlamento que ya lo esperaba y les comentó sobre esta valiosa encuesta. Llevaba
anotados los nombres y oficios de las personas que opinaron y se los comentó
ampliamente junto con otras experiencias personales que había recabado por esos
días. Fue cuando dio aquel inolvidable discurso en el que sus palabras finales
fueron: “Sólo puedo ofrecerles sangre, sudor y lágrimas”, haciendo énfasis que
había que resistir y dar la batalla ante los nazis, pero jamás rendirse. Al concluir
recibió la aprobación unánime y una prolongada ovación.
Es atrayente el modo cómo
Churchill infundió en los políticos, los militares y en la ciudadanía ese
espíritu de resistencia y valentía ante el injusto agresor. Les transmitió su
firme determinación y fe en la victoria final, cuando muchos políticos
preferían un tímido acuerdo de paz con Hitler. Pero este Primer Ministro mostró
su tenacidad, coraje y espíritu combativo con esa capacidad persuasiva y
brillante oratoria que poseía. Supo comunicar a su pueblo la postura que había
que mantener frente al enemigo común.
Eran momentos particularmente
duros porque Franklin D. Roosevelt, Presidente de los Estados Unidos, no se
decidía a unirse a Winston Churchill porque le parecía que el pueblo de
Norteamérica no deseaba entrar en otra Guerra Mundial. Pero en la mañana del 7
de diciembre de 1941, Japón decidió bombardear a Pearl Harbor, base naval
estadounidense en Hawai. Fue un ataque sorpresivo en que las fuerzas japonesas
destruyeron barcos, aviones, portaviones, aeropuertos, con un saldo de más de
3,500 norteamericanos muertos y heridos. En ese lamentable día, a Franklin D.
Roosevelt no le quedó más remedio que declarar la guerra al Eje Tokio-Roma-Berlín.
A partir de ese día, el
Presidente de los Estados Unidos brindo todo su apoyo militar a Inglaterra.
Había concluido la terrible etapa de una Gran Bretaña que luchaba sola contra
el gigante alemán. Luego se unió Rusia como aliada y otros países más. Después
se abrió el frente del Norte de África contra Alemania en 1940, que a la postre
culminaría con el desembarco en Normandía, aquel 6 de junio de 1944, el histórico
“Día D”. De este modo, los Aliados se unieron en forma compacta y eficaz hasta
derrotar a Adolfo Hitler y a sus tropas, logrando su rendición incondicional el
7 de mayo de 1945. Una semana antes, el 1 de mayo, Hitler ofuscado por sus
estrepitosas derrotas -tanto en el frente Oriental como en el Occidental- tomó
la desesperada decisión de suicidarse.
El pueblo inglés aclamó la
victoria de la Segunda Guerra Mundial junto a su líder, Winston Churchill, en
el Whitehall de Londres, el 8 de mayo de 1945, recordada como “El Día de la
Victoria en Europa”. Los Aliados habían vencido y, a la vez, había surgido la
leyenda de este héroe de las libertades en los países del mundo occidental.
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