1. ¿Cuándo exactamente nació Jesús? La Navidad cristiana recuerda el nacimiento de Jesús en Belén. A diferencia de nuestra cultura, en la que festejamos el día exacto del alumbramiento de una persona, los primeros cristianos celebraban un evento: el que Dios se hubiera hecho un ser humano. Por eso, no importa realmente saber o no el día exacto en el que Jesús vino a este mundo.
En cambio, lo que sí sabemos es que cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio romano en el año 313 con el Edicto de Milán, el emperador Constantino sustituyó las celebraciones romanas por fiestas cristianas.
2. De la fiesta romana del “Sol invicto” a la Navidad. Los romanos tenían, desde el 22 al 25 de diciembre, el Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado (en latín: Dies Natalis Solis Invicti), que se celebraba cuando la luz del día aumentaba después del solsticio de invierno, en alusión al “renacimiento” del sol (Wikipedia).
El cristianismo adaptó con mucha facilidad la fiesta del Sol, porque en la Biblia Jesús es comparado con ese astro. Pero no se trataba de introducir una celebración pagana en el cristianismo, sino lo contrario: mostrar que en realidad Jesús es la verdadera luz que ilumina a los hombres.
Jesús se denominó a sí mismo como la “luz del mundo” (Juan 8,12). Ya antes, Zacarías, el padre de Juan el Bautista, se había referido al nacimiento de Jesús comparándolo con el sol, mediante un himno: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1, 77b-79).
3. Luz para nuestros días. Las celebraciones navideñas llenan de luces las calles de nuestras ciudades y las salas de nuestras casas. Es tradicional decorar con focos de colores los árboles de Navidad.
Esa iluminación representa la intuición de que también nosotros necesitamos una luz que alumbre el camino de nuestra existencia, “especialmente en esta época en que sentimos tanto el peso de las dificultades, de los problemas, de los sufrimientos, y parece que nos envuelve un velo de tinieblas” (Benedicto XVI, Discurso, 7 dic. 2011).
Y ese es precisamente el sentido de la Navidad: que Jesucristo, Dios hecho hombre, al nacer en un pobre y humilde pesebre, vino a compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, de manera que encontrar el significado de nuestra vida fijándonos en Él.
Pero no sólo eso, sino que Jesús, en cada Navidad, “se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida, nos pide que lo queramos, que tengamos confianza en Él, que sintamos su presencia que nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda” (Benedicto XVI,
ibídem).
Epílogo. La celebración de la Navidad tiene muchas dimensiones y todas son muy entrañables, como los son la reunión familiar, la decoración de las casas y las ciudades, los intercambios de regalos y la riqueza gastronómica.
Pero esos aspectos cobran sentido pleno, cuando esta festividad nos lleva a buscar la verdadera orientación de nuestra vida y la descubrimos en Jesucristo, al que aceptamos como sol del que surge la luz que nos permite descubrir el “para qué” más profundo de nuestra existencia.
Luis-Fernando Valdés,
@FeyRazon lfvaldes@gmail.com