viernes, 1 de diciembre de 2017

GUÍA PARA ELIMINAR DERECHOS

Un hábil uso del lenguaje puede hacer que los derechos de siempre, aquellos conseguidos en la historia de la humanidad a través del ingente sacrificio de muchos de nuestros congéneres, como por arte de magia se conviertan en papel mojado.




Sin derogarlos ni modificarlos, una hábil estrategia lingüística y comunicativa puede convertirlos precisamente en lo contrario de lo que significaban en su originen y prohibir precisamente aquello que buscaban garantizar. 

Nuevamente, no se trata de una paranoica hipótesis del complot; ya es una realidad en muchos lugares y rubros
pero, sobre todo, es una moda, un modo bastante en boga para imponer los criterios de una minoría prepotente y bienpensante.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama el derecho a la libertad religiosa. Es curioso e irónico notar cómo Francia interpreta la “libertad religiosa”.

Desde hace unos años allí está prohibido llevar un crucifijo o una medalla al colegio para no herir los sentimientos religiosos de otras personas. 

Como probablemente alguien no comparta mi religión, probablemente le moleste ver una señal religiosa en mi persona; para evitar esa incomodidad me conculcan mi libertad de manifestar pacíficamente mis sentimientos religiosos. 

Ya no se puede manifestar públicamente la propia religión porque probablemente a alguien le moleste. En nombre de la “libertad religiosa” elimino la “libertad de manifestar públicamente mi religión”.

De paso se limita también mi libertad de vestir como yo quiera. Es decir, puedo llevar una cruz invertida en mi camisa, haciendo publicidad quizá a un grupo de death metal, pero no puedo llevar un alzacuello (recuadro blanco en el cuello de la camisa clerical que distingue al sacerdote
del “darketo”) como señal de mi condición sacerdotal. No es una teoría. 

Soy mexicano y al ir a sacar mi pasaporte amablemente me pidieron que me quitara el alzacuello, porque por ser un documento oficial “no podía llevar ningún signo religioso”. Si en cambio le estuviera haciendo publicidad a Iron Maiden, seguro que no habría habido ningún problema.

Se comienza a escuchar que para un número cada vez más relevante de funcionarios de la ONU la educación religiosa violenta la libertad religiosa de los niños. 

Toda persona es libre de decidir tener religión o no, pero –argumentan- si la religión se le enseña a los niños se les está arrebatando esta libertad, pues carecen del criterio para determinar cuál prefieren, porque sencillamente practicarán la que sus padres les señalen. 

Sus padres les están quitando la libertad religiosa al imponerles una religión particular en un momento en el que son muy influenciables y carecen de criterio para elegir cuál camino religioso desean seguir, si es que desean tomar uno.

¿Qué hacer entonces? Para defender la “libertad religiosa” se debe promover el ateísmo, es decir, la ausencia de religión. No se debe enseñar ninguna religión a los niños, de forma que no estén “predispuestos” y puedan después elegir con total imparcialidad por sí mismos y sin ninguna presión externa, incluida la de los padres.

Obviamente la supuesta “imparcialidad” del ateísmo lo convierte de facto en la “religión impuesta por el estado”. De implementarse, tal medida eliminaría el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus convicciones, derecho, sobra decirlo, reconocido en la declaración de la misma ONU señalada más arriba.

La supuesta “imparcialidad” del ateísmo es una abstracción. Los padres también eligen el nombre de los niños, traerlos al mundo, lo que van a comer o donde van a estudiar, o como
vestirse. 

Al hacerlo no realizan ninguna violencia, sencillamente los introducen en la sociedad, labor indispensable como seres humanos sociales que somos. 

Pensar que eso es violentar la libertad es tratar con una noción abstracta y manipulable de libertad olvidando la realidad concreta. Pero eso no importa si lo que quiero es imponer globalmente mi propia ideología reinterpretando los derechos humanos. 

Recientemente hubo una votación en el seno de la ONU en la que por muy poco se reconoció el derecho primordial de los padres para educar a los hijos frente a los adoctrinamientos del estado. Ahora no pasó, pero lo volverán a intentar más tarde.

Estados Unidos se alió con los países africanos para frenar tal atropello. Nuevamente, una relectura adecuada de los derechos puede conculcar el derecho de los padres a educar a los hijos según sus propias convicciones, y quien arrebataría tal derecho sería la ONU, que lo proclama en sus propias declaraciones, ¿cabe una mayor esquizofrenia institucional?

P. Mario Arroyo.
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com

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