Raúl Espinoza Aguilera,
@Eiar51
Estamos viviendo una época en que la familia -como institución- se encuentra sufriendo duros embates. Se tiende a ridiculizar, en ciertos ambientes, que el matrimonio es la unión de un hombre con una mujer en orden a procrear hijos y formar una familia estable.
Otras veces se pone en tela de juicio la indisolubilidad del vínculo y que esa unión de los cónyuges es para toda la vida.
En repetidas ocasiones y a lo largo de la historia, los gobiernos socialistas o comunistas sostienen la absurda idea de que los hijos de una familia les pertenecen al Estado y no a sus padres, como está ocurriendo actualmente en España.
A principios de 1970, el candidato a la Presidencia de la República por el P.R.I., Luis Echeverría Álvarez afirmaba que “Gobernar es poblar”. Tiempo después lanzó la campaña con el eslogan de que “La familia pequeña vive mejor” y autorizó que en las comunidades indígenas se esterilizaran tanto a mujeres (mediante la
ligadura de trompas) o a los hombres (mediante la vasectomía) sin pedirles su consentimiento.
Fue un brutal abuso a la dignidad y a los derechos humanos de estas comunidades. También se lanzaron campañas de reducción de la natalidad al precio que fuera, como la difusión masiva de preservativos, el colocar dispositivos intrauterinos sin previo aviso a los esposos, a la menor dificultad –según lo decidían arbitrariamente algunos médicos- extirpar la matriz, provocar abortos, etc.
Los siguientes Presidentes de este partido continuaron con estas funestas medidas al punto que el índice de la natalidad se ha visto reducida en forma considerable de 50 años a la fecha. Los sociólogos sostienen que a mediados de este siglo en México habrá mayoría de personas de la tercera edad, como ya ha está ocurriendo en Suecia, Dinamarca, Holanda, Inglaterra, Francia, Canadá…sin que haya relevos generacionales para los diversos trabajos.
Decía la ilustre filósofa y escritora mexicana, Dra. Emma Godoy: “Dios perdona siempre, los hombres algunas veces, pero la naturaleza no perdona nunca”. Es decir, cuando se trastorna seriamente el crecimiento poblacional y a los ciudadanos se les siembra un “terror a tener hijos”, entonces sobrevienen estos serios desórdenes que hoy observamos.
El célebre músico y poeta, Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura en 2016, escribió en su melodía “Señores de la Guerra”:
“Ustedes han sembrado el peor de los miedos /
que jamás se haya lanzado; /
el miedo a traer niños al mundo. /
Han amenazado a mi bebé, /
cuando todavía no ha nacido /
y ni siquiera tiene un nombre. /
Y es porque ustedes no valoran /
la sangre que corre por sus venas”.
El intelectual Antonio Socci, en su libro titulado El Genocidio Censurado, afirma que esta oleada de legalizaciones del aborto en muchos países del planeta, se ha convertido en el mayor genocidio de los siglos XX y XXI.
Ninguna guerra mundial -por sangrienta que haya sido- ha arrojado la escalofriante cifra de más de mil millones de víctimas inocentes abortadas como saldo de este genocidio.
Sin duda, se trata de la peor de las barbaries de nuestra civilización. Precisamente ahora en que se tiene tanta sensibilidad por el adecuado equilibrio en el ecosistema, por preservar animales en extinción; salvar ballenas, delfines, tortugas; cuidar los manglares y corales, etc. es justo ahora cuando se mira con enorme desprecio e indiferencia el valor de la vida humana.
Es innegable que diversos organismos internacionales aportan bastante dinero y presionan constantemente para que en los países denominados del “Tercer Mundo” o “subdesarrolados” se imponga esta “Cultura de la muerte”.
Me impacto mucho una entrevista que les hicieron a un par de jovencitas mexicanas al salir de una preparatoria pública, sobre si estaban de acuerdo o no con el aborto, una contestó que ya había abortado una vez, y la otra, respondió con displicencia que en dos ocasiones lo había hecho y que no sentía remordimiento alguno por haberlo realizado. Y todavía añadió que estaría dispuesta a tener un tercer aborto.
Pienso que esto es precisamente el trasfondo de lo que pretenden estos organismos internacionales: destruir la moral ciudadana al extremo que una chica pierda la conciencia del bien y del mal y le dé exactamente lo mismo asesinar a una criatura inocente en su vientre o practicar el infanticidio (es decir, dejarla morir al nacer).
Por ello, resulta urgente que los ciudadanos tengan un papel más protagónico en la sociedad y pongan los medios necesarios a su alcance para evitar que se continúe con este nuevo holocausto.