1) Para saber
Conocemos como ingenuo a aquella persona que no tiene malicia, es inocente y que incluso muchas veces es demasiado crédula por lo que se le puede engañar con cierta facilidad.
La etimología de este término es de lo más curiosa ya que encontramos el origen del mismo en el latín ‘ingenuus’ que era el vocablo con el que en el antiguo Imperio Romano se referían a aquellas personas nacidas libre y que nunca habían perdido su libertad como esclavos. El término acabó siendo utilizado para señalar la candidez e inocencia de aquellos que no han sido alterados, de alguien simple, llano, sin maldad y fácil de engañar.
El Papa Francisco advirtió que un cristiano no puede permitirse ser ingenuo y dejar que nos roben el tesoro que llevamos en nosotros: al Espíritu Santo. Recordó el consejo de nuestro Señor: ‘ser astutos como las serpientes y sencillos como la paloma’.
2) Para pensar
Charles Darwin, biólogo famoso del siglo XIX, relata en su biografía un suceso de su niñez: “En mis primeros años de escuela debía de ser un niño muy ingenuo. Un chico, llamado Garnett, me llevó un día a una pastelería, y compró unos pasteles que no pagó, pues el tendero le fiaba, cosa que yo no sabía.
Cuando salimos le pregunté por qué no los había pagado, y, al instante, contestó «¿Cómo? ¿No sabes que mi tío dejó una gran suma de dinero a la ciudad, a condición de que todo comerciante diera gratis lo que quisiera a quien llevara su viejo sombrero y lo moviera de una forma determinada?», y luego me enseñó cómo había que moverlo.
Entonces entró en otra tienda donde le fiaban, pidió una cosa de poco valor, moviendo su sombrero de la misma manera, y, por supuesto, la obtuvo sin pagar. Cuando salimos, me dijo: «Si quieres ir ahora tú solo a aquella pastelería (¡qué bien recuerdo su situación exacta!), te dejaré mi sombrero, y podrás conseguir lo que gustes, moviéndolo adecuadamente sobre tu cabeza.»
Yo acepté de buen grado la generosa oferta y entré, pedí algunos pasteles, moví el viejo sombrero, y ya salía de la tienda, cuando me acometió el tendero, así que tiré los pasteles, salí huyendo desesperadamente, y me quedé atónito cuando mi falso amigo Garnett me recibió riendo a carcajadas”.
Se comprende la ingenuidad de un niño, pero ya de mayores, no podemos permitirnos ser ingenuos y caer en los engaños y tentaciones de la corrupción.
3) Para vivir
Ante la astucia de la corrupción se debe responder con la astucia cristiana, pues los corruptos tienen un gran poder y pueden hacer mucho mal y, para evitar la corrupción, continua el Papa, “existe una actitud para quienes quieren seguir a Jesús de forma que no terminen mal, que no terminen devorados vivos por los demás. Que no terminen ‘comidos crudos’, como decía mi madre”.
Pero, ¿cuál es esta astucia que nos debe preservar de la corrupción?
El Papa apunta dos notas de la astucia cristiana: Primero, “tener una sana desconfianza que permita estar vigilantes ante los que prometen demasiado, los que hablan demasiado… Y segundo, reflexionar, ante las seducciones del diablo que conoce nuestras debilidades, meditar con la oración”. Hay que pedir al Señor que “no nos deje caer en la tentación”.
Pbro. Dr. José Martínez Colín,
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