Es indudable que en el corazón de cada ser humano está impresa el ansia de felicidad. Sin embargo, en nuestro tiempo observamos cómo algunas personas la pretenden buscar en lo inmediatamente placentero y se lanzan tras los espejismos del alcohol, las drogas, el sexo, lo lúdico, un desmedido afán de autorrealización personal…
Precisamente en esos caminos de aparente felicidad y bienestar, muy pronto se vislumbra la otra cara de la moneda: la autodestrucción orgánica y psíquica de la persona, la desintegración de la unidad familiar, de los vínculos de amistad, de la convivencia social. Y, sobre todo, la pérdida del sentido de la vida.
“-Tengo veintidós años, he terminado mis estudios universitarios y estoy graduado, tengo un automóvil de lujo, económicamente soy independiente y tengo a mi disposición más sexo y prestigio del que necesito, y, sin embargo, me pregunto: -¿Qué sentido tiene todo esto? “
Así le escribía, con toda transparencia y sinceridad, un joven estudiante norteamericano al afamado Psiquiatra vienés, Dr. Víktor Frankl, semanas después de haber escuchado varias de sus conferencias.
Esa carta le hizo reflexionar de modo particular al médico austriaco y comentaba: “Estas personas viven una sensación de inutilidad que frecuentemente va acompañada de un sentimiento de vacío.
Yo lo defino como ‘vacío existencial’ (…) y para mí esta carta es muy significativa porque refleja el estado de ánimo de muchas personas”.
Y añadía que mientras más afanosamente se busque la satisfacción o la felicidad a través de los placeres materiales y efímeros, más se escapa de las manos. ¡Allí radica su dramática paradoja!
Al llegar a esas “situaciones límite”, muchas personas se replantean el sentido de sus vidas, indagan dónde se encuentra la felicidad permanente y los valores inmutables.
Algunos llegan, finalmente, a encontrar la Fuente de la Alegría en un Ser Supremo y comprenden en plenitud aquel pensamiento que San Agustín de Hipona clamaba: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
¿Qué hacer, entonces, ante este estado de confusión de los valores en nuestro entorno?-se preguntaba el Papa Juan Pablo II en su Encíclica “El Esplendor de la Verdad” y daba como respuesta: “Buscar siempre la Verdad y permitir que ella ilumine y oriente todos nuestros actos y decisiones para vivir una vida congruente y acorde con la enorme dignidad que posee en su naturaleza todo ser humano y, a la vez, guiar solidariamente a los demás –respetando siempre su libertad- hacia esa Luz, hacia ese resplandor de la Verdad”.
Por ello, una actitud fundamental es evitar ceder ante la presión del entorno social, muchas veces adverso y hostil a las propias convicciones. Lo verdaderamente importante es vivir en plenitud los valores perennes y trascendentes que conllevan a la auténtica felicidad.
Raúl Espinoza Aguilera,
raulespinozaaguilera@gmail.com
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