jueves, 13 de enero de 2022
LA ESPIRAL DE LA EUTANASIA
P. Mario Arroyo,
Dr. en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
Recientemente, con pocas horas de diferencia, recibieron la eutanasia Víctor Escobar y
Martha Sepúlveda en Colombia. En ambos casos padecían enfermedades no terminales. Se
comprueba, una vez más, al igual que en Holanda y Bélgica, la denominada “espiral de la
eutanasia.” ¿En qué consiste? Una vez que la vida humana ha dejado de ser intangible, y comienza
a valorarse de acuerdo a patrones subjetivos, cae en una pendiente resbaladiza, donde
progresivamente vale cada vez menos.
Me explico. La eutanasia entra en la sociedad por medio de situaciones límites. El típico
enfermo, en estado terminal, al que solo le resta sufrir estoicamente esperando el desenlace final,
al que se le ofrece la oportunidad de acortar sus sufrimientos recurriendo a la eutanasia. Esta
práctica se despenaliza pensando siempre en este caso extremo, con el que genera empatía
dentro de la sociedad, pues siempre queda en el aire el fantasma de pensar, “¿qué haría yo si
estuviera en su lugar?”, de forma que la gente prefiere tener todas las puertas abiertas, por si en
dado caso, se encontrara en una situación semejante. Esa empatía con el moribundo,
comprensible ciertamente, no deja de tener algo de sentimental, que desvía la atención del hecho
de fondo: le hemos quitado a la vida su valor intangible, su carácter absoluto y, al hacerlo, de
alguna forma entra en una especie de “leyes de mercado” donde a veces puede valer más, pero
otras menos.
El siguiente peldaño a subir por medio de esa espiral de la muerte que es la eutanasia, es
el de las enfermedades crónicas, como las que padecían los dos colombianos recientemente
asesinados legalmente. Es decir, la “compasión” se extiende a quienes ya no tienen esperanza de
curación, cuyo pronóstico de vida no es alentador, pues les obliga a convivir con el sufrimiento de
manera habitual. Obviamente nadie quiere estar en esa situación, pero si se está, ¿se tiene
derecho al suicidio? En Colombia la eutanasia, ya está permitida en estos casos, e incluso en el de
enfermedades psíquicas, lo cual supone dar el siguiente paso en la espiral de la eutanasia: si ya
pueden los enfermos terminales y los crónicos, ¿por qué no los psíquicos? Muchas veces los
padecimientos psíquicos producen mayores vejaciones que los somáticos. Pero, en resumen, con
cada paso en esa línea, la vida va valiendo menos.
Nótese que esta espiral desnaturaliza la medicina; pues en vez de buscar la curación, o por
lo menos el mejoramiento de la situación vital del enfermo a través de los cuidados paliativos, va a
zanjar el problema, simplemente procurando la muerte del paciente. El médico, cuya vocación es
sanar, estar al servicio de la vida, se pone a disposición de la muerte. Todo ello, no lo olvidemos,
porque nosotros nos hemos atribuido la facultad de decidir sobre nuestra vida hasta el extremo de
poder terminar con ella, lo cual no deja de ser curioso, pues ninguno de nosotros decidió vivir,
todos hemos recibido la vida como un don.
¿Cuál es el siguiente paso en la espiral de la eutanasia? Todavía no lo ha dado Colombia,
pero sí Holanda, donde ya puede aplicarse a menores de edad, desde los 12 años con el
consentimiento de los padres, desde los 16 sin ese consentimiento. Ya pueden postular a ella
incluso personas sanas, que simplemente se han hartado de vivir. Ahí el valor de la vida ha sido
sacrificado en el altar de la libertad. Esperemos que Colombia no llegue a estos extremos.
Pero no solo existe la “espiral de la eutanasia”, también está “la paradoja de la eutanasia.”
¿En qué consiste? Normalmente son grupos libertarios los que promueven la eutanasia arguyendo
que las personas tienen derecho a tomar el control de sus vidas y decir “hasta aquí”. Pero lo que
ha pasado, por lo menos en Holanda y Bélgica, es que muchas veces no son los pacientes los que
deciden la eutanasia, sino sus familias y, más frecuentemente, los doctores mismos. Lo que
comenzó como ícono de la autodeterminación terminó siendo el campo en el que los especialistas
deciden hasta donde merece la pena o no vivir. Así ha sido en Holanda y Bélgica, donde la espiral
de la eutanasia termina convirtiéndose en la paradoja de la eutanasia. Una vez que le hemos
quitado el carácter sagrado y por ello intangible a la vida humana, ésta se desliza por una
pendiente en la que cada vez vale menos.
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