viernes, 23 de julio de 2021
LA AGONIA DE UN RITO
Pbro. Mario Arroyo,
Dr. en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
Con gran sorpresa algunos, con profunda tristeza otros, se ha recibido el “Motu Proprio
Traditionis Custodes” del Papa Francisco, con el que, dicho mal y pronto, da una estocada mortal
al antaño “rito extraordinario” de la Iglesia Católica. Si, gracias a Benedicto XVI, antes cualquier
sacerdote podía celebrar según el misal de San Juan XXIII, la misa anterior a las reformas del
Concilio Vaticano II, ahora ya no es así. Se puede celebrar, pero con unos candados que
claramente van en la línea de la extinción de esta forma ritual. Para la rama tradicionalista de la
Iglesia esto es motivo de profundo dolor. ¿Cuáles han sido las motivaciones de Francisco? ¿Por
qué rectificar lo que Benedicto XVI permitió?
Primero es preciso aclarar la idea de que la mente del pontífice es que dicho rito vaya poco
a poco desapareciendo. En efecto, la nueva ley dice claramente en su Artículo 3 &6 “Cuidar de no
autorizar la creación de nuevos grupos” (de fieles que frecuenten el rito extraordinario). Y en su
artículo 4 señala que los presbíteros ordenados después de la publicación de dicho Motu Proprio
deberán pedir autorización al obispo diocesano, el cual consultará a la Sede Apostólica –el Papa-
antes de conceder la autorización. Además, en el artículo 3 & 2 señala que no se podrán reunir
estos grupos en parroquias y no se erigirán nuevas parroquias personales. Creo no exagerar si
interpreto la mente del pontífice en el sentido de que busca la lenta y paulatina desaparición de la
Misa de San Pío V en la liturgia de la Iglesia.
Ahora bien, en continuidad con su predecesor, Francisco señala que se hizo una amplia
consulta a los obispos –pedida anteriormente por Benedicto XVI- sobre la experiencia obtenida
desde el 2007 hasta el 2020 en la práctica del rito extraordinario. Parece ser que no fue del todo
positiva y de ahí las medidas restrictivas. Este punto es importante, pues el mismo Benedicto XVI
invita a los obispos a evaluar los resultados de su permiso para celebrar según el misal de 1962, de
San Juan XXIII. Francisco hace dicha evaluación, pero no él a título personal, sino –según dice el
texto papal- haciendo una amplia consulta a los obispos; es decir, se trata de un ejercicio de
colegialidad episcopal.
Benedicto XVI había dado las facilidades para celebrar la misa tridentina buscando
“facilitar la comunión eclesial a aquellos católicos que se sienten vinculados a unas formas
litúrgicas anteriores”. Francisco emite esta nueva normatividad para “proseguir aún más en la
búsqueda constante de la comunión eclesial”. Es decir, se colige en buena lógica que no funcionó
esta estrategia para fomentar la comunión eclesial. No sirvió para que los miembros de la
Fraternidad Sacerdotal San Pío X se acercaran a la plena comunión católica.
Existe un principio teológico importante que afirma “Lex orandi, lex credendi” (La ley de la
oración es la ley de la fe, rezo según creo, mi forma de orar expresa mi forma de creer). Leyendo
entre líneas el Motu Proprio de Francisco, se da a entender, que la práctica del antaño rito
extraordinario condujo a que algunas personas excluyeran la validez y la legitimidad de la reforma
litúrgica realizada por el Concilio Vaticano II. Dicho en otras palabras, que se estaba empezando a
erosionar la unidad de la fe, al existir esta dualidad de formas para expresarla litúrgicamente.
Como si algunos de estos grupos se consideraran los “auténticos católicos” o “mejores católicos”
por celebrar según el misal de 1962 y no según el de San Pablo VI revisado por San Juan Pablo II.
Los obispos perciben esta tendencia en algunos grupos de “tradicionalistas”, la comentan con
Francisco, y el Papa restringe este rito en aras de fomentar la unidad de la fe en la Iglesia.
Se trata, en consecuencia, de una medida dolorosa, pero necesaria, para evitar la
polarización en distintos grupos dentro de la Iglesia y fomentar la unidad de la fe con la unidad de
la oración. Medida que toma el Papa oídos los obispos, lo cual va también en la línea de darle
mayor protagonismo al obispo en su misión de cuidar la unidad de la fe en su propia diócesis.
Compete al obispo conceder el permiso de celebrar este rito, revisando que no se menoscabe la
unidad de la Iglesia al celebrarlo, que no dé lugar a diferentes tipos de católicos.
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