viernes, 23 de julio de 2021
LA JORNADA MUNDIAL DE LOS ABUELOS
Pbro. Mario Arroyo,
Dr. en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
El Papa Francisco ha vuelto a tener una iniciativa genial: establecer un “Día Mundial de los
Abuelos y Personas Mayores”, este domingo 25 de julio. Empeñado en hacer frente a la “cultura
del descarte” busca darle protagonismo a los grandes olvidados de nuestra sociedad –no aparecen
en los comerciales-, los abuelos y personas mayores que viven solas. Lo hace, además, en un
contexto delicado, como lo es el de la pandemia, donde, sin duda, han sido de los grupos sociales
más golpeados, hasta el punto de que, en los momentos más álgidos de la epidemia, no había
respiradores para ellos, se les descartaba por ser mayores, como si su vida valiera menos. Muchos
de ellos, además, por las condiciones del contagio, murieron solos, sin el calor y la compañía de su
familia. Francisco lo sabe y por ello busca resarcir de algún modo la deuda que con ellos ha
contraído la sociedad.
Ahora bien, lo hace recordándoles que no están de más, que tienen una misión propia e
importante dentro de la Iglesia y de la sociedad: “Escuchen bien: ¿cuál es nuestra vocación hoy, a
nuestra edad? Custodiar las raíces, transmitir la fe a los jóvenes y cuidar de los pequeños.” Sin
duda tres papeles medulares en la vida de la Iglesia y el mundo; no sobran, no están de más. Con
mucha frecuencia son ellos quienes transmiten la fe, están cercanos a los niños, pues ambos
padres trabajan, o simplemente son testigos de nuestra historia, de nuestros orígenes, de nuestra
identidad, y nos la recuerdan.
Los que hemos tenido la dicha de disfrutar de nuestros abuelos, podemos certificar la
verdad del dicho: “los abuelos no mueren, se vuelven invisibles y duermen para siempre en lo más
profundo de nuestro corazón.” La herencia que nos dejan es imperecedera, su labor invaluable, las
semillas que siembran en nuestra alma son siempre fecundas. Muchas veces no es valorada por la
sociedad su labor, tan necesaria en la familia. Algo de mágico tenía escuchar las historias sobre lo
que pasó, sobre los lugares y las personas que nos precedieron, sobre las tradiciones familiares; de
alguna forma nos transmiten, con la memoria, la conciencia de quiénes somos y a qué estamos
llamados; nos ayudan a dar lo mejor de nosotros mismos. Cumplen, sobradamente, la misión de
dar afecto desinteresado a los nietos, paliando así sus posibles carencias afectivas, por la falta de
mamá o papá en casa, a causa del trabajo.
También Francisco les otorga una nueva misión ahora, en el contexto de la reconstrucción
de la sociedad propia de la postpandemia. “Entre los diversos pilares que deberán sostener esta
nueva construcción hay tres que tú [el abuelo], mejor que otros, puedes ayudar a colocar. Tres
pilares: los sueños, la memoria y la oración.” En este sentido el Papa es magnánimo, por decirlo de
alguna forma. Es sabido que en la ancianidad cada vez se mira menos hacia adelante y más hacia
atrás, por ley de vida: las cosas que se podían hacer, ya se hicieron, cada vez se puede hacer
menos. Pero el Papa los invita a no resignarse con esa perspectiva, incitándolos a soñar y a
transmitir esos sueños, como eslabones, a las siguientes generaciones. Por decirlo de algún modo,
los invita a mirar hacia adelante, más allá incluso de la propia vida.
La memoria y custodiar las raíces van de la mano, y son muy necesarias en una sociedad
que quiere, muchas veces, reconstruir la historia desde cero, como si nada hubiera pasado antes.
Pero si así fuera, podríamos cometer los mismos errores siempre; no podríamos avanzar, nos
quedaríamos estancados. Testigos vivos de esa memoria y esas raíces son los abuelos.
Pero la parte sobrenatural no podía faltar. El Papa resalta así la fuerza de la oración de los
ancianos, más si están solos, pues es particularmente valiosa y escuchada por Dios. Por grandes
que sean sus limitaciones físicas, nunca pueden dejar de rezar –mientras son conscientes- y eso los
convierte en auténticos protagonistas de nuestra historia. Por todo lo anterior, merece la pena
celebrarles un día y siempre; son tesoros vivos de nuestra humanidad, y la humanidad muestra sus
reservas morales en la forma en que los cuida.
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