viernes, 6 de noviembre de 2020
JÓVENES: HEREDEROS DE UN PATRIMONIO CULTURAL
P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía,
p.marioa@gmail.com
Recientemente, Francisco lanzó un desafío o #challenge a los jóvenes: “vayan a buscar su
herencia. El cristianismo los convierte en herederos de un patrimonio cultural insuperable del que
deben tomar posesión. Apasiónense de esta historia, que es de ustedes”. En el fondo se trataba de
una urgente invitación a redescubrir sus raíces, y volver a poner en valor todo el rico acervo de la
identidad cristiana. Lo hizo en un interesantísimo documento reciente, que ha pasado un tanto
desapercibido, se trata de la “Carta Scripturae sacrae affectus”, del 30 de septiembre pasado.
Podrían resumirse en tres las ideas clave de la carta papal: Traducir, inculturar, construir
puentes. Tres conceptos que adquieren el tono de un llamado urgente, en un Papa preocupado
por conectar con la cultura contemporánea, particularmente con los jóvenes, para transmitir el
mensaje cristiano en su radical novedad e integridad. Lo curioso es que escoge como modelo, para
este delicado momento, donde es primordial transmitir la rica herencia a la siguiente generación o
perderla, a San Jerónimo, un hombre que murió hace 1600 años, pero cuyo ejemplo de vida cobra
hoy peculiar relevancia.
El diagnóstico de la situación es doloroso. Al Papa no le queda sino reconocer que entre
los creyentes hay muchos “analfabetos bíblicos” que ignoran “el lenguaje bíblico, sus modos
expresivos y las tradiciones culturales antiguas”. Se requiere la “mediación de un intérprete” que
haga accesible la Palabra de Dios. Pero para ello no basta conocerla bien; es preciso tener un
“amor apasionado por la Palabra de Dios”, es decir, por la Biblia o, dicho de otro modo, por
Jesucristo. Y eso lo podemos aprender de San Jerónimo, conocedor, traductor y amante de la
Biblia.
El amante de la Escritura debe conocerla bien, pero también debe entender lo más
perfectamente posible a los destinatarios de esa Palabra. Como diría San Juan Pablo II, el
evangelizador debe ser “experto en humanidad”. No basta conocer bien la Palabra de Dios, es
necesario comprender también el mundo al que va dirigida, los corazones de las personas de
nuestro tiempo. Sólo así la traducción se configura como “inculturación”, la cual no es una
colonización, porque supone hacer propio el tesoro recibido. “Jerónimo logró inculturar la Biblia
en la lengua y la cultura latina, y esta obra se convirtió en un paradigma permanente para la
acción misionera de la Iglesia”. A nosotros nos toca inculturar la Palabra de Dios en el mundo de
hoy, tarea no fácil.
Sin embargo, una característica del traductor es su visión positiva. Requiere saber
descubrir los puntos en común, las convergencias necesarias, muy útiles a la hora de construir los
puentes del diálogo. Por eso, señala el Papa, “los valores y las formas positivas de cada cultura
representan un enriquecimiento para toda la Iglesia.” El traductor no solo enseña, sobre todo
aprende y descubre las inquietudes a las que puede dar respuesta su mensaje en la cultura de
llegada. En este sentido, “la Biblia necesita ser traducida constantemente a las categorías
lingüísticas y mentales de cada cultura y de cada generación, incluso en la secularizada cultura
global de nuestro tiempo.” Para ello, se precisa conocer muy bien esta cultura y ser capaz de
descubrir puntos de encuentro con ella, y eso supone tener una mentalidad joven, abierta.
Francisco acentúa la aguda analogía que existe entre “traducción” y la “hospitalidad”,
lingüística en este caso. La “traducción… está relacionada con toda la visión de la vida”.
Sin ella las culturas están cerradas entre sí y no sería posible construir una cultura del encuentro. “Por eso, el
traductor es un constructor de puentes”, pues, parafraseando a George Steiner, “No existe
comprensión sin traducción”. Comprender, traducir, acoger, construir puentes. Esas son las
labores que realizó San Jerónimo hace 1600 años, fueron fundamentales para tener la traducción
Vulgata de la Biblia, “Atlas iconográfico” (Marc Chagall) de la cultura cristiana. Pero se precisa una
nueva traducción que tienda puentes con la cultura global y secularizada de nuestro tiempo, que
comprenda y acoja los anhelos de los jóvenes de hoy. Esa es labor del creyente, que debe ser, a un
tiempo, amante de la Escritura y amante del Mundo, al que va dirigida.
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