Pbro. José Martínez Colín,
articulosdog@gmail.com
1) Para saber
Ante las desgracias que nos rodean, surgen preguntas que
siempre han acompañado a la humanidad, ¿por qué existe el dolor?
¿Por qué hay mal? ¿De dónde viene el dolor y la muerte? ¿Quién es
culpable? ¿Cómo entra Dios, que es infinitamente bueno, en todo
esto?
La llamada “Parábola de la cizaña” da muchas luces y respuestas a
esas inquietantes preguntas. En ella Jesús explica que un hombre
sembró buena semilla en su campo. Y mientras dormían los
cuidadores, vino el enemigo y sembró cizaña. Al poco tiempo, creció
la semilla y la cizaña a la vez. Los criados fueron a preguntarle al
dueño del campo cómo es que había cizaña. El amo les explica que
fue el enemigo quien la sembró. Cuando quieren ir a arrancar la
cizaña, el amo no se los permite, porque se corre el riesgo de
arrancar juntas las malas hierbas y el trigo. Es necesario esperar a la
cosecha: solo entonces se separarán y la cizaña será quemada.
De esa manera, Jesús explica realidades profundas: el campo es el
mundo y quien siembra la buena semilla es Dios. En cambio el
enemigo es el diablo. Con ello podemos saber que Dios siempre
siembra cosas buenas, nunca el mal. Seríamos injustos en atribuirle
a Dios el mal. Recordemos que Dios, al crear, todo lo hizo bueno. Fue
debido a que no usaron bien de su libertad que al hacer el mal, tanto
el diablo como el hombre, causaron que entrara en el mundo la
cizaña: el dolor, el sufrimiento, la misma muerte.
2) Para pensar
Se cuenta que en una escuela una buena niña, Laurita, por recibir
un golpe involuntario, en un arranque de ira agredió a su compañera:
la insultó y le dio una patada. Fueron llamados los papás y la
profesora en frente de la niña explicó: —Suele portarse bien su hija,
pero ustedes saben que el demonio tienta y se ve que Laurita no tuvo
fuerzas para dominarse.
Entonces Laurita intervino: —Tal vez lo de insultar sí me lo
propuso el demonio, pero lo de darle una patada, eso sí salió de mí.
Sucede que, efectivamente, el mal no siempre es debido al
demonio, sino que el hombre es cómplice y muchas veces quien toma
la iniciativa. En la parábola podríamos decir que la cizaña pudo
sembrarla el enemigo, porque los cuidadores dormían en vez de
vigilar. También tenían parte de la culpa. Lo mismo sucede en
nuestras faltas, muchas veces estamos descuidados, “dormidos”, y
no luchamos para evitarlas.
3) Para vivir
¿Por qué Dios no acaba con el mal? La parábola nos da luces. El
Papa Francisco, que la comentó, dice que ahí descubrimos la razón:
Dios es paciente con nuestras faltas porque espera nuestra
conversión. Ello nos da mucha esperanza.
A veces podemos ponernos como jueces de las faltas ajenas, como
los siervos que quieren eliminar enseguida el mal, pero hemos de
asumir la misma mirada de amor de Dios, que ve al buen trigo. El
mal, por supuesto, debe ser rechazado, pero los malvados son
personas con las que hay que tener paciencia. Jesús vino a curar a
los enfermos, a buscar a los pecadores, no a destruirlos. Hemos de
ser pacientes como Dios lo es. Teniendo presente la paciencia que
Dios tiene con nosotros.
A Dios le corresponde juzgar y al momento de la cosecha, el juicio
final, premiará a los buenos y castigará a los que no quisieron
convertirse.
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