lunes, 17 de agosto de 2020

IGLESIA EN LLAMAS

P. Mario Arroyo,

Dr. en Filosofía.

pmarioa@gmail.com




“La única Iglesia que ilumina es la que arde” es uno de los eslóganes preferidos de las asociaciones activistas de ateos. Pareciera, simplemente, una entusiasta profesión de fe atea, provocativa quizá, pero finalmente inocua. Con el tiempo, tristemente, hemos descubierto el error. Se va convirtiendo en habitual protestar por la causa que sea y vandalizar por lo menos, cuando no quemar una Iglesia o monumento religioso. La última fue la Catedral de Nantes, joya del gótico francés, la más dolorosa Notre Dame en Paris, más cercana a nosotros, la Misión de San
Gabriel, en California, fundada por San Junípero Serra. Pero, además de estas, cuyos daños no son solo una ofensa religiosa, sino una irreparable pérdida histórica, artística y cultural, están multitud de casos en Chile, Argentina, Inglaterra, España e incluso México.

¿Qué significado tiene tal actitud?, ¿cuál mensaje nos transmite?, ¿qué sentido tiene utilizar la

violencia para ofender el sentido religioso, artístico, histórico y cultural? ¿Por qué elegir la

violencia como camino para presentar cuestionables reclamos políticos y sociales? Son preguntas

que quedan en el aire y nos gustaría poder responder primero, para resolver después.

Se trata del doloroso alumbramiento de un cambio epocal, donde se busca abandonar la

narrativa cristiana, que ha dado luz y sentido a la historia de occidente, por otras visiones

alternativas, poco definidas del mundo. El cristianismo ha proporcionado una respuesta coherente

a lo que significa la vida, ser persona, la familia, la cultura y la sociedad; se trata de rechazarlo de

raíz, de patear el tablero y proponer algo diferente, no importa qué, lo importante es que sea

distinto. Ni siquiera la forma es original, pues remeda el estilo de los bárbaros, durante el ocaso

del Imperio Romano.

¿Son absolutamente incompatibles ambos paradigmas? En algunos extremos son claramente

antagónicos, pero en otras ocasiones podrían ser complementarios: es decir, no resulta evidente

que sea preciso cambiarlo todo o prescindir de los elementos valiosos de la narrativa anterior.

¿Pueden continuar manteniendo vigencia ambos modelos? Parece ser que sí, pues cuando la vía

para descalificar a uno de ellos es la violencia y la mentira, queda en evidencia y resulta manifiesta

la falta de herramientas intelectuales de la postura alternativa. Cuando elijo la violencia –quemar

iglesias, vandalizar símbolos religiosos- significa que se me acabaron las razones, o son menos

sólidas que las de mi contraparte. Significa que estoy inquieto, pues se cuestionan legítimamente

los fundamentos de mi cosmovisión y eso me incomoda; pero también que algo me molesta, la

cuestión es hacer un diagnóstico oportuno e intentar una solución civilizada.

Cuando existen unos cauces culturales y públicos civilizados, adecuados para el debate

académico, y estos no se utilizan, quiere decir que se carece de argumentos sólidos para esa

discusión, optando por abortarla a través de la violencia. Tanto en el lado cristiano en general,

como católico en particular, ha estado siempre abierta la puerta y extendida la mano para

sostener un debate público y racional sobre los fundamentos de la cultura y la sociedad.

Una muestra de ello reciente, es la iniciativa surgida durante el pontificado de Benedicto XVI

denominada “Atrio de los gentiles”, donde se promovía positivamente un debate público con no

creyentes, sobre los temas estructurantes de la sociedad y la cultura. El entero pontificado de

Francisco puede verse como un continuo intento de tender puentes con los temas emergentes de

la sociedad contemporánea. Muchas personas, en vez de recoger el guante y aceptar el desafío,




han optado por el cobarde expediente de la violencia. Pero ello manifiesta que o no tienen

razones sólidas para sustentar su postura, o no están seguros de ellas.

La fe se convierte en baluarte de la razón, defendiendo una forma civilizada, racional, dialógica

de enfrentar los problemas reales de la sociedad. Sin embargo, un grupo incansable de activistas

abandona la discusión racional y el diálogo, optando por la violencia, para tomar la iniciativa en el

debate y captar la atención. Esperemos que el cambio de narrativa no implique el abandono del

diálogo y la razón, fundamentos de nuestra civilización defendidos por el cristianismo.

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