Raúl Espinoza Aguilera
Me comentaba un amigo que
suele ir al mercado popular de “La Merced” en la Ciudad de México, que estando
a fines de noviembre ya han desaparecido todas “las calaveritas” y ahora está
lleno de “supuestos” temas navideños.
¿A qué se refería? A una
verdadera invasión de arbolitos, foquitos, muñequitos de nieve inflables (hechos
de plástico), todo tipo de esferas multicolores y para “Las Posadas” piñatas en
forma de los héroes de las series de televisión, como: Flash, Merlina, Aquaman,
Batman, Spiderman, Capitán América, o bien, en forma de gigantescas esferas,
etc.
Pero a este amigo le extrañó
que prácticamente no hubiera “Nacimientos” con Jesús, María y José. Llegamos a
la conclusión que hay toda una campaña para arrancar de raíz el sentido
cristiano de la Navidad.
De igual forma, las figuras
del famoso Santa Claus, con su ridículo traje rojo, obeso, viajando en su
trineo y bajando por las chimeneas de las casas para dejar regalos.
Este curioso personaje fue
lanzado por la “Coca-Cola” en 1931, de la mano del dibujante Haddon Sundblom.
Este “Papá Noel” entrañable, cálido y amigable penetró mucho más en el público
y se logró el objetivo: que aumentaran considerablemente las ventas de este
refresco de “Cola”.
Pero nada tiene que ver con la
auténtica historia de San Nicolas de Bari. Este Obispo vivió en el siglo IV.
Nació en el año 270 d.C. en Patara, Turquía y falleció el 6 de diciembre de 343
d. C. en Mira, Turquía. Su veneración se extendió en muchas regiones de
Oriente. Pero corren muchas leyendas en torno a su figura.
Lo que es verdad fue que
asistió al Primer Concilio de Nicea en el año 325. Y como tantos Pastores de la
Iglesia Católica destacó por su generosidad. Al morir sus padres heredó una
gran fortuna y la puso al servicio de los más necesitados, según atestigua San
Metodio, Arzobispo de Constantinopla. Siempre se esforzó por proteger a los más
débiles de las injusticias de los poderosos.
La expresión “Felices fiestas”
se puede entender para personas de otras religiones, ateos o agnósticos. Pero
para un católico debe prevalecer la expresión “Feliz Navidad”.
¿Por qué? Porque la ofensa
cometida por Adán y Eva llamada Pecado Original había dejado herida a la
Humanidad. Por ejemplo, muchos del Pueblo Elegido adoraron a otros dioses, la
cantidad de endemoniados que aparecen en los Evangelios es sorprendente, etc.
Dios, Infinitamente
Misericordioso, decidió enviar a sus mensajeros, como los Profetas, entre ellos
sobresale Moisés, quién fue el liberador del pueblo hebreo de la esclavitud de
Egipto y encargado por el Señor de entregar las Tablas de la Ley o los Diez
Mandamientos, para que los del Pueblo Elegido grabaran a fuego en sus corazones
la Ley de Dios y procurar que ya no hubiese descarríos mayores.
Sin embargo, eso no bastaba. Hacía
falta que viniera el mismo Dios a borrar de fondo la gravísima ofensa cometida
por nuestros Primeros Padres. Así que durante siglos se esperaba al Salvador o
al Mesías.
Como escribe San Lucas (1,
78-79): “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol
que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de
muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”. El Hijo de Dios
Encarnado es el Mesías esperado, el Sol que vino a iluminar nuestra existencia.
Es el Emmanuel, o sea, El-Dios-con-nosotros.
Asombra la generosidad y
magnanimidad de Dios-Padre que mandó a su propio Hijo, nacido en este mundo de
la Virgen María, y que vino a cumplir unas misiones específicas: predicar la
Buena Nueva, realizar los milagros y prodigios profetizados para el Redentor, fundar
su Iglesia por medio de sus Apóstoles, establecer su Cabeza Visible (el Papa) y
entregar su vida hasta la última gota para redimirnos de todo pecado. Mediante
su muerte en la Cruz nos entregó los 7 Sacramentos (Bautismo, Confirmación,
Eucaristía, Confesión, Unción de los Enfermos, Orden Sacerdotal y Matrimonio).
De esta manera, Jesucristo
está presente en todas las etapas de la vida de los cristianos. Por si fuera
poco, al Sacerdote le da el carácter de “Otro Cristo; el Mismo Cristo”. Capaz
de celebrar la Santa Misa y proporcionarnos la Eucaristía y los demás
Sacramentos.
Además, se ha querido quedar
con nosotros mediante la Sagrada Hostia que se reserva en el Altar, en esa caja
llamada Sagrario.
Posteriormente a su Muerte y
Resurrección, Jesús nos envió al Espíritu Santo que ilumina y gobierna a su
Iglesia y es garantía para que el mensaje evangélico -con la acción fiel de sus
Apóstoles- se difunda por todo el orbe.
Siempre me han impresionado
las palabras tan consoladoras de Jesús: “Yo estaré con ustedes hasta el fin del
mundo”. Jesús está junto a nosotros, sobre todo, si estamos en estado de
amistad con Él, mediante la Confesión o Sacramento de la Reconciliación y
recibiendo con frecuencia a la Eucaristía, debidamente preparados
espiritualmente.
Luego entonces, el 25 de
Diciembre celebramos la venida del Salvador o del Mesías esperado (que es el Hijo
Eterno de Dios-Padre). Por ello, decimos “Feliz Navidad”, cuyo término procede
del Latín, como “Natividad” o gozoso Nacimiento de nuestro Redentor que con su
entrega, Pasión, Muerte y Resurrección nos abrió las Puertas del Cielo.
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