Bastante desapercibida pasó la noticia de que el Papa constituyera, en el Estado Vaticano,
una entidad civil denominada “Universidad del Sentido.” La universidad será gestionada por otra
institución creada por Francisco: “Scholas ocurrentes.” Es lógico que haya sido así, pues ha habido
otros temas más mediáticos recientemente en el Vaticano, como el Sínodo ahora en curso, o la
Exhortación Apostólica Laudate Deum. Sin embargo, esta nueva iniciativa no desmerece en
importancia, pues tiene por objeto paliar la aguda crisis de sentido de la vida, especie de epidemia
espiritual que ataca a la sociedad contemporánea, especialmente a la más desarrollada económica
y tecnológicamente. Entre las manifestaciones más palmarias de esta ausencia de sentido se
encuentra la elevada tasa de suicidios, el incremento en las adicciones -como puede ser el
fentanilo-, la drástica caída de la tasa de natalidad y el promover leyes que legalicen la eutanasia.
Francisco ataca así a una necesidad real y concreta de la sociedad, que tiene raíces muy
profundas. Quizá el problema desborda ampliamente las posibilidades de dicha institución, así
como de Scholas ocurrentes, sin embargo, claramente es peor no hacer nada, ser espectador de
una tragedia espiritual. Y el Papa apuesta a la esperanza, es decir, a crear conciencia, a hacer
sinergia, a plantar una semilla con la confianza de que, a su tiempo, dará abundante fruto.
El estilo de la universidad es claramente original. No va a ofrecer carreras ni postgrados -
¿entraría entonces en lo que todos entendemos por “universidad”?-, se propone, en cambio,
“promover el desarrollo de las habilidades blandas y recuperar el sentido trascendente en la
cultura actual -quizá lo más urgente e interesante del proyecto- a través de procesos educativos
formales e informales entrelazados y orientados por una perspectiva antropológica que reúne
armónicamente el lenguaje de la cabeza con el del corazón y el de las manos.” Se trata entonces
de abordar la crisis de sentido desde una perspectiva antropológica, es decir, filosófica y no
religiosa. De hecho, el mismo Francisco afirma que es una iniciativa “destinada a alumnos de todas
las realidades, lenguas y creencias para que nadie quede fuera cuando aquello que se enseña no
son cosas, sino la vida misma.”
El rector de la universidad, el argentino Hugo Juri, quien fuera por breve tiempo Ministro
de Educación de Argentina, y rector en tres periodos distintos de la Universidad Nacional de
Córdova, ha dicho, refiriéndose a los contenidos que transmitirá la institución: “Vamos a empezar
con temas muy específicos que apoya el Papa y coincidentemente apoya el Secretario General de
las Naciones Unidas con la Agenda 2030, que están en línea con las encíclicas papales.” Estas
afirmaciones, han provocado cierto resquemor en algunos sectores del catolicismo. Para empezar,
no queda clara la identidad católica de esa educación. Por lo menos, en ningún lado se afirma que
esa será su impronta, ¿simplemente se dejará de lado?, ¿se callará toda referencia a un contenido
religioso?, ¿cómo puede ello ayudar a conseguir el sentido trascendente de la vida?
El mismo Hugo Juri explica que se “brindará educación para toda la vida y todas las
personas en este momento de tanta velocidad en los cambios que necesitan reconversiones
laborales que necesitan conocimientos justamente de tecnologías y ética.” Indudablemente que el
binomio “tecnologías y ética” es absolutamente fundamental en la cultura actual, más con la
irrupción de la Inteligencia Artificial, pero ¿se dejará de lado absolutamente la dimensión
religiosa? ¿Estorba al proyecto? ¿No constituye, necesariamente, una parte importante de la
persona y, por lo tanto, de la antropología humana?
Junto a estas incógnitas, surgen también recelos en grupos católicos que consideran la
“Agenda 2030” como la “Agenda del Anticristo.” Ciertamente hay propuestas de la Agenda 2030,
o interpretaciones de tal agenda, que son difícilmente conciliables con el catolicismo y con una
visión trascendente de la persona. Pero ahora resulta que el Papa y el Secretario de las Naciones
Unidas van de la mano en busca de los mismos objetivos, es decir, de la Agenda 2030. Por ello son
muy oportunas y aclaratorias las afirmaciones de Juri, cuando explicita que se trata de “temas muy
específicos… que están en línea con las encíclicas papales.” Lo que hace el Papa, fiel a su propio
estilo, es buscar más los puntos en común que las divergencias, y ver así de qué manera podemos
estar unidos e ir de la mano en pro de una sociedad y un mundo mejor. No sataniza globalmente la
Agenda 2030, sino que descubre en ella algunos puntos que podemos compartir los católicos.
Francisco es enemigo de las oposiciones dicotómicas y amigo de las síntesis constructivas.
Dr. Salvador Fabre
masamf@gmail.com
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