Raúl Espinoza Aguilera
Es frecuente que una persona, siendo adolescente, cuando no tiene ningún
problema de relevancia, su estado de ánimo rebose la alegría y buen humor.
Escuchaba a un grupo de jóvenes que en sus habituales reuniones les daba como
una especie de “un ataque de risa” y le pregunté al líder de ellos -Mike- quién
hacía muchas bromas, mostraba “memes” de su celular y contaba chistes a sus
amigos, cuál era el motivo de su constante buen humor y me respondió:
“-Nada en especial, sólo disfrutamos de nuestra juventud”.
Esa respuesta me hizo reflexionar sobre tantas personas que mientras son
jóvenes suelen ser muy alegres, pero al llegar a su etapa otoñal, cuando surgen
las dolencias y enfermedades, comienzan a perder ese buen ánimo y se vuelvan
serias, pesimistas, o tal vez malhumoradas.
Por ello es importante:
-Si llega la edad de la jubilación, buscar otra actividad que ilusione.
Y para conservar la salud mental, ¿qué conviene hacer?
-Aprender a combinar trabajo y descanso; el ejercicio físico y el desarrollo de
algunos hobbies, propios de la edad.
-También es importante descubrir qué actividades nos producen descanso.
-Hay que saber encontrar lo que verdaderamente relaja y anima. Porque para
recuperar energías “no es no hacer nada”, sino orientar nuestra actividad hacia lo
que nos sirve de provecho, o cualquier otra actividad que nos entretenga.
-Es importante socializar y conservar a las amistades. Que “no es perder el
tiempo” sino una necesidad vital. Como decía el Filósofo Aristóteles: “Sin amigos
nadie querría vivir. La amistad ayuda a los más jóvenes a no cometer errores y
alivia la vulnerabilidad de los viejos”.
-También es clave pensar en positivo. Por ejemplo, aprender a disfrutar de una
película, de una serie de TV o de un cómico que particularmente nos divierta.
Existen disparadores de la risa y el buen humor, según afirma el filósofo francés
Henri Bergson, como son: la confusión, el suceso inesperado, lo ridículo, lo ilógico,
lo exagerado, la imitación, los juegos de palabras, etc. Charles Chaplin y
Cantinflas cultivaron ese arte y emplearon con maestría esos recursos.
Tomo un ejemplo de “Lo ridículo”. Seguramente muchos de nosotros recordamos
aquellas películas de Cantinflas cuando bailaba un “Danzón”. Se colocaba en el
centro de la pista con una elegante dama en una fiesta de gente adinerada. El
cómico iba vestido con un smoking negro con una talla mucho más chica y mal
puesto.
Cantinflas solía decir que así era “su estilacho”. Su pantalón estaba colocado, muy
por debajo de la cadera. Pero, llevaba con tal inspiración y soltura el ritmo, que la
dama optaba por disculparle de sus extravagancias.
En un momento dado, Cantinflas se emocionaba tanto con el baile, que
improvisaba “nuevos pasos”: daba brincos a derecha e izquierda, pequeños
saltitos por aquí y allá, y finalmente al terminar ese “Danzón”, daba un enorme
brinco, de tal forma que, al caer con estrépito, sus pantalones tan frágilmente
amarrados con un mecate, iban a darle a los pies y tenía que hacer un vergonzoso
mutis, ante la risa de los concurrentes al baile.
Aunque muchas películas de Cantinflas propiamente no me tocaron por mi edad,
sin embargo, el hecho de volverlas a ver con cuidado y observando cada detalle
nos encontramos con un cómico muy completo. Me refiero a esas películas de su
primera época, como: “Ahí está el detalle”, “El Gendarme Desconocido”, “Por mis
pistolas”, “¡Puerta, joven!”, ”Si yo fuera diputado”, “El Bombero Atómico”, etc. en
las que derrochaba gracia y espontaneidad.
“Reír será siempre la mejor terapia para el espíritu -como escribe el Filósofo
Miguel Ángel Martí García. Si nuestra disposición interior es buena en todo
momento, hay motivos para ver el lado bonito de las cosas. (…) El deseo para
hacer felices a los demás es el verdadero motor que nos mueve a poner la nota
simpática”.
Me parece muy aprovechable este concepto final: “el deseo de hacer felices a los
demás”. Porque interviene la caridad y fraternidad para hacer la vida agradable
con quienes convivimos.
Como aquel amigo -ya mayor- que tenía a varios familiares y amistades internados
en hospitales o enfermos en sus domicilios. Cuando alguien contaba un chiste
muy gracioso, solía decir:
“-Permíteme anotar en mi libretita este chiste porque me parece muy bueno.”
“-¿Y para que los anotas?” -le pregunté.
“-Porque de ordinario los enfermos suelen estar pensando casi de continuo en sus
padecimientos. Y con unos buenos chistes les ayudas a que salgan de su propio
yo y mirar el lado divertido de la vida”.
Me quedé pensando en esa explicación y saqué esta conclusión:
“-¡Esa sí que es fina caridad! Hacer el bien a los demás, sin que se den cuenta”.
La risa, el optimismo y el buen humor son maravillosos recursos que tenemos los
humanos para darle un sentido positivo a nuestra vida, para estrenar con ilusión
cada día, como si fuera el último de nuestra existencia.
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