jueves, 22 de diciembre de 2022

¿POR QUÉ NOS ARRODILLAMOS EN LA SANTA MISA Y ANTE LA EUCARISTÍA?

Pbro. José Martínez Colín, articulosdog@gmail.com

1) Para saber

“La persona nunca es tan grande como cuando se arrodilla”, decía

san Juan XXIII. Arrodillarse es una postura humilde de quien se sabe

poca cosa ante quien lo es todo, ante Dios.

Habiéndose encarnado Dios, tomando la naturaleza humana, dice san

Pablo que ante el “nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que

están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua

confiese que Jesucristo es el Señor” (Fil 2, 10).

El gesto de arrodillarse, dice el Papa Francisco en su carta sobre

Liturgia, debe hacerse con plena conciencia de su significado simbólico y

de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este gesto, nuestro

modo de estar en presencia del Señor (cfr. n.53).

Un mismo gesto puede tener varios significados. Por ejemplo,

podemos arrodillarnos para adorar a Dios, para pedirle perdón por

nuestros pecados, para humillar nuestro orgullo, para entregar a Dios

nuestro dolor por ofenderle; para suplicarle su intervención; para

agradecerle un don recibido. Aunque se trate de la misma postura

puede significar algo distinto cada vez, es un acto nuevo. Por eso

importa darse cuenta del por qué se hacen dichos gestos.

2) Para pensar

En Belén, en el lugar donde nació Jesús, se halla actualmente una

iglesia, cuya entrada es una pequeña abertura de un metro y medio de

altura. Para entrar hay que inclinarse. Antes era muy grande, de más de

cinco metros de altura, pero la tapiaron para proteger el lugar de los

asaltos y evitar que la profanaran entrando con todo y caballo a la casa

de Dios.

El adviento nos invita a humillarnos. Como decía el Papa Benedicto

XVI: “si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos

de apearnos del caballo de nuestra razón ‘ilustrada’. Debemos deponer

nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide

percibir la proximidad de Dios”.


Pensemos si fomentamos una actitud humilde en estos días alrededor

de la Navidad para facilitar el encuentro con Jesús.

3) Para vivir

Se cuenta que un día se presentó a san Vicente Ferrer un famoso

asaltador de caminos y le suplicó de rodillas que lo confesara. El santo,

encontrándolo verdaderamente arrepentido, le dio la absolución, y le

impuso una penitencia de siete años. El asesino le dijo que consideraba

que era poca la penitencia por todos sus pecados, que eran muchos.

Entonces le dijo: “Bueno, haz sólo tres días de ayuno”. El bandido se

sorprendió. “¿Cómo? ¿Me la disminuye?”, y rompió en amargo llanto.

Viendo el santo qué grande era su contrición, le añadió: “Reza sólo un

Padrenuestro y un Avemaría, sin más”. Entonces fue tal el

arrepentimiento de aquel asesino, que, apenas hubo rezado el

padrenuestro, cayó muerto a los pies del confesor.

A los pocos días el alma de aquel afortunado penitente se apareció

al santo y le dijo que ya estaba en el Cielo porque había tenido un dolor

perfecto y sumo, y que se le aparecía para que lo contase y les sirviera

de aliento a muchos.

Arrodillarse, decía Benedicto XVI, es la representación corporal más

conmovedora de la piedad cristiana, en la que, por una parte, miramos

alzando la vista hacia Él, y por otra, permanecemos inclinados.

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