sábado, 17 de diciembre de 2022

EL NACIMIENTO DEL HIJO DE DIOS EN BELÉN

Raúl Espinoza Aguilera

Siempre me ha sorprendido la manera como nació Jesús por su gran sencillez,

humildad y naturalidad.

Comienza el Evangelista San Lucas narrando que el Emperador César Augusto

promulgó un edicto para que se empadronase todo el mundo. José, como era de

la casa y la familia de David, debía de empadronarse en Belén. Así que se fue a

esta población para empadronarse, junto con María, su esposa quien ya estaba

encinta.

Y continúa el texto evangélico relatando que cuando se encontraban allí, a María

le llegó la hora del parto.

Siempre me he imaginado que para San José supuso un gran desconcierto, ante

tan inesperado suceso. Seguramente, como buen carpintero, en su taller de

Nazaret ya le había elaborado su cuna de madera y la Santísima Virgen María le

habría bordado un ropón y otros ropajes para recibir al Niño Dios con el primor y

delicadeza que sólo una buena madre sabe realizar. ¡Con qué ilusión aguardarían

ese momento tan esperado!

Y, sin embargo, los planes cambiaron. Ninguno de los dos supondía tal desenlace.

Me imagino a Santa María consolando a San José y haciéndole ver que todo eso

era la Voluntad del Señor.

Por si fuera poco, no hubo lugar en ninguna posada. Así que San José se las

ingenió para preparar las cosas para recibir al Rey del Universo, ¡en un establo!

Así Jesús, desde su nacimiento, nos daba una cátedra de humildad, profunda

sencillez y pobreza. Es como si Dios-Padre dijera:

-Quiero que mi Hijo, muy Amado, nazca en extrema pobreza, sufriendo las

inclemencias del tiempo, en un oscuro y olvidado rincón de Belén para que quede

patente mi deseo de que el Hijo de Dios muestre, desde el principio al mundo

entero, cuáles son los tesoros de todo ser humano: dolor, pobreza, frío, soledad,

abandono, hambre, sed, etc. Es una lección de Dios-Padre profunda e inolvidable.

A continuación, un Ángel se les apareció a unos pastores que pasaban la noche al

raso y velaban sus rebaños y les comunicó la Buena Nueva: “Miren que les

anuncio con gran alegría que hoy ha nacido el Salvador, Cristo Jesús. Esto les

servirá de señal, encontrarán un Niño envuelto en pañales y reclinado en un

pesebre”.


La pregunta que habitualmente me he hecho es, ¿por qué se dirige a las personas

más humildes de su entorno? Y después de meditarlo, me he encontrado con la

respuesta: porque el Señor ama profundamente a la gente pobre y sencilla de

corazón.

Es normal que pastores con más recursos económicos tengan sus resguardos o

refugios donde pasar las noches crudas de invierno y, de alguna manera, protejan

también a sus animales. Pero estos pastores eran bastante pobres y Dios se

dirigió precisamente a ellos.

La reacción de los pastores me encanta: se fueron corriendo hasta dar con el sitio

exacto y encontrándolo se postraron y lo adoraron. La tradición narra que a la

Sagrada Familia les ofrecieron leche, requesón y otros sencillos alimentos que

tenían.

Después vinieron los Reyes Magos. Comenta el texto Sagrado que cada uno vio,

desde el lejano lugar donde se encontraba, una estrella -particularmente brillante-

en lo alto del Cielo. Pienso que si hubieran ignorado esa estrella, hubiese

desaparecido para siempre del firmamento y de sus corazones. Como cuando

Dios nos invita a mejorar en algo y se lo negamos o nos hacemos los

desentendidos.

Pero no fue así, sino que cada uno se puso en marcha desde el sitio donde se

encontraba y, en un momento dado, se encontraron por el camino esos Reyes que

la tradición nos enseña que llevaban los nombres de Melchor, Gaspar y Baltazar.

No se detuvieron hasta llegar a Jerusalén. Fueron con el Rey Herodes a

preguntarle, ¿dónde estaba el nacido Rey de los judíos? Y el Evangelio dice que

toda Judea, comenzando por el Rey, se turbaron sobremanera.

Herodes consultó con quienes dominaban las Sagradas Escrituras sobre dónde

habría de nacer el Mesías y la respuesta fue unánime: “En Belén de Judá.” De

nuevo los Reyes venidos de Oriente se encaminaron hacia Belén y, al acercarse a

esa población, observaron que la estrella se había detenido sobre un modesto

establo.

De nuevo los encumbrados Reyes se acercaron al pesebre donde se encontraban

Jesús, María y José. Y se postraron de rodillas para adorar al Mesías recién

nacido y le ofrecieron oro, incienso y mirra.

¡Qué enorme sorpresa se habrán llevado aquellos tres Reyes venidos desde

Oriente al observar el paupérrimo pesebre donde había nacido el Rey de Reyes y

Señor de Señores! Era nada menos que el Mesías tan esperado durante siglos por

muchos pueblos. Pero Dios tiene sus caminos para dar a cada persona muchas

lecciones de su infinito amor y misericordia. Con el paso de los años, después de

mostrarse como el Mesías, no paró hasta entregar su vida -con un amor

insondable por cada uno de nosotros- y se entregó a la muerte dolorosa de la

Cruz, resucitó y nos abrió las puertas del Cielo para siempre.

A todos los lectores les deseo, a cada uno y a sus familias, que pasen una Feliz y

Santa Navidad con el corazón muy cerca de Jesús, María y José.

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