Raúl Espinoza Aguilera
Hay un árbol, frente a mi casa, que marca con exactitud las estaciones del año. En
esta época, desde mi ventana, se ven caer las hojas en este tiempo otoñal.
Con frecuencia me hace recordar aquel pensamiento que leí cuando era
adolescente: “¿Has visto, en una tarde triste de otoño, caer las hojas muertas? Así
caen cada día las almas en la eternidad: un día, la hija caída serás tú. (Escrivá de
Balaguer, Josemaría, Camino, No. 736).
Esta reflexión nunca me ha parecido pesimista o melancólica sino profunda y
realista, que nos lleva a considerar la brevedad del tiempo, justo ahora que está
concluyendo un año más.
En cierta ocasión, acompañé a un profesor de la universidad a que visitara a su
amigo médico, que se encontraba enfermo por una larga enfermedad.
Conversaron ampliamente y, en un momento, dado le comentó con seriedad:
-Ayer cumplí 70 años. Y tú -dirigiéndose a su amigo catedrático- ¿qué edad
tienes?
Y le respondió:
-Igual que tú. También, 70 años.
No sé si este médico estaría algo deprimido por su enfermedad, pero le añadió, en
tono dramático:
-¡¿No te das cuenta que a ti y a mí se nos fue la vida?! -y lo hacía levantando y
gesticulando sus brazos aparatosamente, como uno de esos actores de carpa.
Y repetía:
-¡Date cuenta, José, que todo esto se nos fue para siempre!
Lo hacía en tono tan apasionado, emotivo y teatral que internamente me comenzó
a dar risa porque me resultaba cómico el modo tan exagerado cómo lo enfatizaba.
Y el profesor José le añadía, de modo sereno:
-Mira, Rafael, el tiempo de esta vida es breve y todos -tarde o temprano- vamos a
morir. Es ley de vida.
Y en ese momento su amigo doctor se alteró todavía más y le decía:
-¡Es que no puede ser, no me la creo!
Y el profesor le añadía con calma:
-Mira, es probable que ahora todo lo veas “negro” por tu enfermedad. Pero tienes
que aprender a contemplar este hecho, como lo que es: una realidad inexorable.
No se puede evitar la fugacidad del tiempo. Pero recuerda que hemos nacido
para la Eternidad. Es verdad que esta existencia se marcha muy de prisa pero, al
final, nos espera amorosamente el Autor de la Vida y, como es nuestro Padre, nos
dará un abrazo muy cariñoso. ¿Comprendes? Por lo tanto, no hay nada que
debamos de temer. ¡Todo lo contrario! Nos aguarda con Amor -con mayúscula- y
no olvides que el Cielo es para siempre. Así que, desde ahora, siéntete siempre
en los brazos de tu Padre Dios. Así, que te recomiendo que te serenes y
aproveches tu convalecencia para meditarlo con este enfoque.
Si es así -le respondió su amigo médico en tono más reflexivo y ecuánime- el final
no será tan duro, sino francamente esperanzador -y esbozó, por vez primera, una
leve sonrisa. Te agradezco mucho tus consoladoras palabras.
-¡Ánimo, mi estimado Rafa! No tomes todo esto en plan tan patético porque nos
espera una Luz muy Bella, al final de este aparente túnel. Ahora déjame contarte
unos buenos chistes o cuentos que había preparado para ti.
Y con su gracia fuera de serie, este profesor norteño, le comenzó a relatar sus
divertidos cuentos y, por un largo rato, nos hizo reír mucho.
Cuando ya nos despedimos del enfermo, le comentó:
-¡No sabes cómo me has levantado el ánimo con tus reflexiones y cuentos. Por
favor, ven a mi casa más seguido porque ya sabes que soy viudo. Sólo vive
conmigo un joven sobrino con él que no me puedo desahogar como contigo. y,
estando casi solo, me pongo trágico y pienso en tonterías. ¡Muchísimas gracias
por tu visita! Y recuerda que me tienes que venir a visitar en una próxima ocasión.
-¡Cuenta con ello, te llamaré pronto y te traeré más cuentos de mi repertorio! -le
dijo sonriente el simpático profesor.
Así que le dijimos adiós al convaleciente médico. En el coche, ya de regreso, le
comenté al profesor que me había parecido muy atinado todo lo que le dijo.
Al llegar a mi casa, me quedé meditando sobre el inmenso valor que tiene un buen
amigo que nos ayuda a salir de un momento crítico por el que todos podemos
pasar. Como se lee en el Libro de Job: “Al amigo que sufre se le consuela, aunque
se haya olvidado del Todopoderoso” (Job 6, 14). Y en los Proverbios también se
lee: “El bálsamo y el perfume alegran el corazón; los consejos del amigo alegran el
alma” (Proverbios 27, 9).
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