jueves, 10 de marzo de 2022
LA FAMILIA ES LA PRIMERA COMUNIDAD DE VIDA
Raúl Espinoza Aguilera, @Eiar51
Este mes de marzo está dedicado a la familia. “El hombre –escribe el especialista
Ángel Rodríguez Luño- no nace con la capacidad de valerse por sí mismo para
obtener el fin de su vida, sino que necesita del continuo cuidado y la formación de
sus padres. El papel insustituible que la sociedad familiar desempeña en la
formación del ser humano es lo que constituye, en última instancia, como el marco
imprescindible de la procreación. (…) La familia, en definitiva, es por naturaleza la
primera comunidad de vida, de educación y de perfeccionamiento humano”.
Es bien sabido que los fines de la familia son: la procreación, la formación moral y
humana de los hijos, junto con la plenitud y felicidad que los cónyuges consiguen
mediante el mutuo amor y ayuda. Cada hijo es un fruto viviente de ese amor entre
los esposos.
Me encontré con un luminoso e inspirador texto de la insigne figura pública,
intelectual y humanista de Don Carlos Abascal Carranza, quién escribe: “La familia
es el centro de formación de la persona humana, por excelencia. (…)
Psicológicamente la comunidad familiar provee al individuo el enriquecimiento
afectivo y la seguridad personal necesarios para afrontar las tensiones y retos de
su entorno. (…)
La familia constituye una comunidad de amor y de solidaridad insustituible para la
enseñanza, para la transmisión de valores culturales, éticos, sociales, espirituales
y religiosos esenciales para el desarrollo y el bienestar de sus propios miembros y
de la sociedad”.
Cómo se nota en el itinerario biográfico de cada persona la formación humana y
los valores trascendentes que recibió de sus padres: en rasgos del carácter, en
sus convicciones, en el modo de comportarse, ¡hasta en el modo de expresarse!
Mi madre solía decirme: “Caminas y hablas igual que tu abuelo”. O bien: “Eres
idéntico a tu tío Fernando hasta en el modo de reírte”. Y eso siempre me causaba
sorpresa porque no era consciente de la fuerza que tiene la influencia genética.
Es indescriptible el gozo que una madre experimenta cuando observa el gran
parecido que tiene su hija con ella. O el padre con su hijo. Y los abuelos suelen
presumir a su nieta o nieto con sus familiares y amistades.
Es enorme el cariño cuando la madre le da el alimento a su criatura; cuando lo
baña, lo perfuma y lo peina. Lo mismo se podría decir del padre cuando coopera
en estos menesteres y ayuda al niño dar sus primeros pasos, a pronunciar sus
primeras palabras. Así, los dos están muy pendientes de su bebé. No hay gozo
comparable a éste.
Como sostiene el escritor inglés Gilbert K. Chesterton: “Aristóteles afirma que el
ser humano es naturalmente más conyugal que civil. En primer lugar, porque la
sociedad civil presupone las sociedades domésticas. En segundo lugar, porque la
generación y crianza de los hijos son más necesarias para la vida humana que los
bienes proporcionados por la sociedad”.
En la familia (hombre-mujer-hijos) se juega el futuro de la humanidad. Por ello es
importante no cansarnos de fomentar la cultura de la vida. Aunque se aprueben
leyes criminales que busquen “legitimar” el asesinato masivo de los bebés en el
seno de sus madres o de los ancianos (eutanasia) a quienes se les considera una
carga para la sociedad en esa terrible cultura de la muerte. Hemos de difundir a
nuestro alrededor que la vida humana es el principal y prioritario derecho del ser
humano por encima de cualquier otro derecho desde su concepción hasta su
muerte natural.
Por otra parte, me sorprende cómo en prácticamente todos los países de América
Latina se promueven los “Movimientos por la Vida Humana”. Y es que en los
pueblos de Latinoamérica amamos apasionadamente la vida humana.
Ese amor a la vida y a la familia tiene numerosas manifestaciones. Cito un
ejemplo, en la Ciudad de México me agrada observar los domingos a familias
enteras que van de paseo a jugar y a convivir todo el día en la Primera Sección del
Bosque de Chapultepec. De la estación “Chapultepec” del Metro salen oleadas de
familias dispuestas a pasar el día en este bosque.
Suelen ir los padres, tíos, hijos, sobrinos, nietos y, por supuesto, los abuelitos.
Nunca falta un nieto que carga con una silla porque la abuelita no puede estar
mucho tiempo de pie. Ahí ríen, conversan animadamente, los niños juegan al
futbolito, los mayores reman en las lanchas. Luego, comen sus tortas y pasan
momentos divertidos. Bajo el árbol la abuelita rememora cuando era niña y venía
también con sus padres a Chapultepec y se organiza una entretenida tertulia.
Al ver esto, siempre pienso en la solidez de la familia mexicana y los valores que
tiene y ha mantenido nuestro querido pueblo durante siglos. Suelo recordar en
esos agradables encuentros a Don Antonio García Cubas con su maravilloso libro:
“México de mis Recuerdos” en el que recoge y describe los grandes valores de
nuestra nación y su legado religioso, También rememora los juegos infantiles y
divertidas anécdotas que proceden desde el siglo XVIII, XIX y XX.
México no ha cambiado en su esencia, sino que sigue conservando sus
convicciones multiseculares, por mucho que diversos gobernantes hayan
pretendido atacar o disolver sus valores. ¿Por qué? Porque la familia es la célula y
estructura fundamental de toda sociedad. Por lo tanto, debe fortalecerse,
enriquecerse, cuidarse con esmero cada día, de tal manera que se pueda
construir un cimiento firme y estable que sirva de ejemplo positivo y en el que se
puedan apoyar las generaciones futuras.
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