jueves, 10 de marzo de 2022
EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER Y LA IGLESIA
Pbro. Mario Arroyo,
Dr. en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
¿Cómo vive la Iglesia el “Día Internacional de la Mujer”? Habría que preguntarle al Papa,
pues es su representante oficial. La verdad es que ya lo ha hecho en repetidas ocasiones, pero su
mensaje ha generado rechazo por parte del ala más radical del feminismo. Así, por ejemplo,
cuando en el 2019 twitteó que “la mujer embellece el mundo”, fue duramente criticado: “no
somos adorno”. Además, se reabrieron viejos y eternos lugares comunes: “no se meta en nuestros
ovarios”, “aborto libre ya”, “entonces por qué no hay ninguna mujer en la curia” y la letanía podría
seguir. Es decir, hay un grave problema de comunicación.
Por todo lo anterior, podríamos decir, que el Día Internacional de la Mujer se vive, por lo
menos en amplios sectores de la Iglesia, con una sensación agridulce, con sentimientos
encontrados. En efecto, la Iglesia y el Vaticano luchan por la dignidad de la mujer en diversos
importantes sectores del mundo. Por ejemplo, la lucha casi personal de Francisco contra la trata
de personas, la oposición a los vientres de alquiler por considerarlos nocivos para la dignidad de la
mujer, la lucha contra el aborto selectivo de niñas en China y la India, el rechazo de la pornografía,
son solo algunos de los rubros en los que la Iglesia presenta diariamente la batalla por la dignidad
femenina.
El problema es que esos aspectos no son valorados por las organizadoras del 8M, no son
visibles. Y siguen denunciando la oposición de la Iglesia al aborto, como si la piedra angular de la
dignidad de la mujer sea su capacidad de abortar, así como exigiendo cuotas de poder en la Curia
Romana. Para la Iglesia esta ceguera selectiva es muy dolorosa, porque aparte de infravalorar su
importante papel en la lucha por la dignidad de la mujer, testimonia un hecho en extremo
doloroso: estamos perdiendo a la mujer en el mundo. La mujer, que clásicamente desempeñaba y
desempeña todavía, un papel fundamental en el seno de la Iglesia, poco a poco se va alejando de
ella, sobre todo las generaciones jóvenes, que se dejan cautivar por los ideales del 8M.
El 8M resulta doloroso también, en algunas partes, porque vemos a unas mujeres poco
femeninas, transformadas en valkirias furiosas que, en medio de una furia iconoclasta, lo
destruyen todo a su paso, cebándose particularmente con los templos religiosos. Resulta penoso
tener que defender los templos con cadenas humanas, y muchas veces no se pueden defender
todos. En algunos lugares, como en Chile, se ha llegado a incendiar iglesias con motivo del 8M. Tal
pareciera que la Igualdad de Género exige como sacrificio la destrucción de la Iglesia.
Es verdad que no todas las que salen a marchar lo hacen con estos aires; son simplemente
las más radicales; pero son precisamente éstas quienes más ruido hacen y quienes encabezan el
movimiento. Tristemente, muchas mujeres que marchan por la igualdad, por la dignidad, por la
eliminación de toda forma de violencia contra la mujer –todas estas causas legítimas que
comparte la Iglesia- son utilizadas por un grupo creciente de mujeres, cuya causa es el aborto libre
y gratuito, así como el rechazo de la Iglesia. En algunos lugares han marchado incluso monjas
católicas, oponiéndose a la violencia contra la mujer, y han sido utilizadas como “tontas útiles” por
quienes buscan desmantelar a la Iglesia y constituir al aborto en un súper derecho.
Por todos estos motivos, la celebración del 8M tiene tintes dolorosos para la Iglesia. Ella
no puede, sin embargo, dejar de ser fiel a sí misma, lo que supone dos cosas simultáneas,
difícilmente conciliables para las feministas radicales. Por un lado, continuar dando la batalla por
la igualdad de la mujer y por la eliminación de toda forma de violencia hacia ella, su denuncia
valiente y profética de todas las formas en la que es vejada su dignidad. Pero, junto a ese rubro, en
el que podríamos ir de la mano con las feministas, está el otro, al que tampoco puede renunciar, y
que es causa de conflicto: la denuncia del aborto como una grave ofensa a la dignidad humana, y
el hecho de que el sacerdocio esté reservado a los varones por voluntad expresa de Jesucristo.
Vista así, la situación de la Iglesia es ambivalente respecto del 8M. Ojalá que podamos encontrar
cauces civilizados de diálogo, que pongan el acento más en lo que nos une, que en aquello que nos
separa.
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