viernes, 4 de marzo de 2022
CUARESMA: AYUNO POR UCRANIA
Pbro. Mario Arroyo,
Dr. en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
Como todos los años, llega el miércoles de ceniza, y con él la cuaresma. Pero este año es
especial, pues el Papa Francisco nos invita a ofrecer a Dios el ayuno propio de este día por la paz
en Ucrania. Hermosa intención, maravilloso deseo, pero, ¿en qué beneficia a los ucranianos el que
yo me prive del desayuno? Indudablemente, sólo desde una óptica de fe puede comprenderse el
misterioso pero real vínculo entre nuestras acciones y el gran teatro del mundo. Francisco tiene
esta perspectiva privilegiada, que podríamos calificar como “realidad aumentada”, sirviéndonos
del término propio de un desarrollo tecnológico hodierno. Es decir, la misma cruda realidad que
todos vemos por los medios de comunicación, pero aumentada con la visión propia de la fe.
¿Qué nos dice esta “realidad aumentada” característica de la fe? Que no somos versos sueltos,
puntos autónomos, libres e independientes entre sí, sino que formamos una gran sinfonía en la
que misteriosa pero realmente estamos todos unidos y entrelazados. Es el dogma de “la comunión
de los santos”. Las obras buenas que haga yo ayudan no sólo al beneficiario directo, sino que
tienen un eco positivo en el conjunto de la humanidad, y hacen de este mundo un hogar más
humano, más digno de la persona.
Junto con la “comunión de los santos”, la perspectiva de la fe nos indica que Dios y su
providencia no se han ausentado de la historia; no es el dios deísta, que crea el mundo y se olvida
de él. No, el Dios cristiano se compromete con el mundo e interviene, pues es, en definitiva, “el
Señor de la Historia”. Digamos que, siempre desde una perspectiva de fe, como la que nos
transmite Francisco con su petición de ayuno, los protagonistas de esta trágica historia no son solo
Putin, Zelenski y Biden, sino también, de un modo discreto pero eficaz, como tras bambalinas, Dios
mismo. En efecto, ya san Juan Pablo II hablaba de la misericordia de Dios como una fuerza que
pone un límite a la capacidad de mal que anida en el corazón humano. El ayuno tiene como
objetivo “mover” a esa misericordia para que ponga fin a la guerra, por derroteros que solo Dios y
su providencia pueden vislumbrar.
Por ello, la visión cristiana de la guerra, sin dejar de ser realista, de forma que la considera, en
cierto sentido, como el sumo mal, no es desesperada. Al contrario, mira la cruda situación con
confianza y redescubre un misterioso y peculiar protagonismo, de modo que sus acciones
ordinarias pueden sumar una ayuda al encuentro de una solución digna para el conflicto. Es decir,
el cristiano no se desentiende y se encoje de hombros, como diciendo: “nada puedo hacer, soy
muy pequeño, esto me agarra muy lejos”; no simplemente se deja abrumar por las escalofriantes
imágenes que nos transmiten los medios de comunicación; por el contrario, al contemplar tanto
dolor y sufrimiento, se siente interpelado personalmente para ofrecer su contribución espiritual a
la solución de la guerra.
En este sentido, la fe nos convierte de espectadores aterrorizados y pasivos, a protagonistas,
misteriosos pero reales, de la historia. De ahí la petición de ayuno ofrecido por Ucrania por parte
del Pontífice. Es la convicción de que cada uno es importante, “cada uno es necesario” (Benedicto
XVI), cada uno puede ofrecer su granito de arena para construir la paz. Es el pecado del hombre el
que espiritualmente causa la guerra; es la conversión del hombre, la que espiritualmente
consigue, de la misericordia de Dios, la paz del planeta.
Por eso embona muy bien el precedente discurso -descabellado para quien carezca de una
visión de fe- con el lema que Francisco nos propone para la cuaresma y que toma de san Pablo:
“No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su
debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a todos”. Así,
nuestra respuesta personal al desbordarse del mal propio de la guerra es “ahogar el mal en
abundancia de bien” (san Josemaría) en nuestra vida, con la esperanza de que ese bien reboce y
contribuya a la paz en Ucrania. Como respuesta a la guerra el cristiano ofrece una batalla
espiritual, se siente interpelado, protagonista y no espectador de la historia. Como diría san Pablo,
“no te dejes vencer por el mal, vence al mal con el bien.”
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