viernes, 12 de febrero de 2021
DÍA DE SAN VALENTÍN
Pbro. José Martínez Colín
1) Para saber
Hay un santo que tiene la dicha de ser el patrón de los
enamorados: San Valentín. Según la tradición, San Valentín
arriesgaba su vida para casar cristianamente a las parejas durante la
persecución. En su catequesis, el Papa Francisco consideró que
“quien reza es como el enamorado, que lleva siempre en el corazón a
la persona amada, donde sea que esté”. La oración, fundada en la
Liturgia, ha de vivirse en la vida cotidiana: por las calles, en las
oficinas, en los medios de transporte… De esa manera, todo se
convierte diálogo con Dios: las alegrías se convierten en motivo de
alabanza y toda prueba es ocasión para pedir ayuda. Todo
pensamiento puede convertirse en oración.
2) Para pensar
El señor Justino Javier Acosta, a sus 75 años, afirmaba que se
había casado 12.136 veces y que ese día lo haría una vez más.
¿Cómo es posible esto? Justino lamentaba que muchos le reclaman
por qué lo hacía, si ya estaba grande. Pero él les responde que lo
hace por amor. Y aclara: “La mujer con la que me voy a casar me
parece hermosa. Cocina bien, sí, cocina bien. Yo la quiero a ella
porque es muy hogareña, trabajadora, responsable de su hogar y
cariñosa. Ella es Teresa. Hace 12.136 días nos casamos por primera
vez y el secreto para seguir juntos es volvernos a casar todos los
días. Porque para casarme toda la vida, hay que casarnos todos los
días”.
En un 14 de febrero, el Papa Francisco recibió a más de 20 mil
novios por el día de San Valentín. Los alentó a no tenerle miedo a
decir “sí” para siempre, ni a dejarse vencer por la ‘cultura de lo
provisional’. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío
de los esposos cristianos. En el Padrenuestro decimos ‘Danos hoy
nuestro pan de cada día’. Ya como esposos se puede rezar: ‘Señor,
danos hoy nuestro amor de cada día... enséñanos a querernos’”.
Como el amor de cada día de don Justino.
3) Para vivir
La oración realiza milagros, dice el Papa, nos ayuda a amar a los
otros, como Jesús ama. Es una vida fea e infeliz la de las personas
que siempre están juzgando a los otros. No olvidemos que todos
somos pecadores y al mismo tiempo somos amados por Dios. Que
sepamos amar con ternura, no obstante sus errores y sus pecados,
sin olvidar que la persona siempre es más importante que sus
acciones. Así descubriremos que cada persona lleva escondido un
fragmento del misterio de Dios.
Recemos, pues, siempre por todo y por todos: por nuestros seres
queridos, también por aquellos que no conocemos; por las personas
infelices, las que sufren. Recemos incluso por nuestros enemigos.
Porque la oración dispone a un amor sobreabundante. Somos seres
frágiles, pero sabemos rezar: esta es nuestra mayor dignidad.
La oración nos transforma: apacigua la ira, sostiene el amor,
multiplica la alegría, infunde la fuerza para perdonar. Y cuando nos
viene un pensamiento de rabia, de descontento, el Señor nos da la
palabra justa, el consejo para ir adelante. Porque la oración siempre
es positiva. Siempre. Así los problemas no serán estorbos a nuestra
felicidad, sino llamadas de Dios, ocasiones para nuestro encuentro
con Él. Y cuando uno es acompañado por el Señor, se siente más
valiente, más libre, y también más feliz. (articulosdog@gmail.com)
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