lunes, 15 de febrero de 2021
AMOR Y AMISTAD
Hace unos años, desencantada, una chica se lamentaba: “ya no existe el amor romántico,
ahora, tristemente, todo es sexo y agarre”. Me dio mucha pena su comentario, para ella era causa
de profunda tristeza, porque tenía nostalgia de un amor romántico que consideraba imposible,
solo un bello recuerdo del pasado. La delicadeza y el romanticismo habían perecido, anegados por
la imparable ola del sexo precoz y salvaje. En efecto, para ella, en cualquier relación, todo
terminaba reduciéndose a sexo. Se “agilizaban los trámites” para llegar a eso, perdiéndose así el
amor cortés, y con él, no sin culpa de un cierto feminismo, todas las agradables formas de cortesía
hacia la mujer. Ella las echaba de menos.
Se agilizan los trámites para llegar al sexo, y se multiplican las parejas. La estabilidad en las
relaciones cada vez está más averiada. Ya ni siquiera el matrimonio parece punto final en ese
proceso, considerándose muchas veces un contrato revisable, cuando no rescindible. No hay un
puerto seguro en la vida afectiva de las personas y en la sociedad, estamos condenados a vivir a la
deriva afectivamente hablando.
Si uno aspira a una relación intensa y efímera, todo está servido. No necesito ni siquiera
experimentar el arte de la galantería, la seducción y la conquista. Me basta ahora tener una app, y
con ella podemos ir directos al grano. Ahora bien, si aspiro a una relación estable, profunda,
duradera, que no dé prioridad al sexo, estoy en problemas. Resulta muy difícil de encontrar, como
una aguja en un pajar. Ya no basta poner a San Antonio de cabeza, pues el buen intercesor batalla
para crear esas casuales coincidencias que están en el origen de cada historia de amor. Falta la
materia prima necesaria, son pocas las personas, aparentemente, que tengan nostalgia del
romanticismo y que deseen una relación profunda, duradera, que no tengan prisa por llegar al
sexo; una relación respetuosa que no ponga por delante los vehementes reclamos sexuales.
Hay que reconstruir el tejido sentimental de la sociedad o, dicho de otra forma, tenemos
necesidad de deconstruir el erotismo precoz imperante. ¿Cómo hacerlo?, ¿cómo volver a mostrar
las ventajas del amor cortés, del amor galante y respetuoso, de las relaciones estables y
duraderas? Se precisa una formación para el amor y la amistad. Tenemos mucha información
sexual –varias veces en clase mis alumnos me han explicado gentilmente cosas que ignoraba- pero
poca formación afectiva. Necesitamos una nueva formación para el amor y la amistad de forma
urgente, pues la sociedad entreteje una invisible cárcel de individualismo en torno a cada uno de
nosotros, y de esta prisión no es sencillo salir, y estando en ella no se puede construir el auténtico
amor, que es éxtasis, salida de uno mismo por definición.
Para alcanzar ese punto espiritual, que nos permite superar el individualismo imperante,
paradójicamente tenemos que mirar adentro de nosotros mismos. Es preciso redescubrir y cultivar
la interioridad personal, para valorar la del otro. Necesitamos aprender a escuchar nuestra voz
interior, la más profunda, pues el ruido y la disonancia ambiental nos impiden reconciliarnos con
nosotros mismos, y nos enrolan en un estereotipado proyecto afectivo, a la par común y ajeno. Ser
libres bien puede significar ser rebeldes respecto del masivo programa sexualmente monótono de
la sociedad. Corremos el peligro real de volvernos superficiales y vacíos, simples réplicas en una
monocorde cultura del sexo. El reclamo de la interioridad y de la espiritualidad nos salvará.
El amor y la amistad son aquellas realidades que convierten en maravillosa la vida. Pero
ninguna de las dos es individualista, egoísta. Individualismo y egoísmo constituyen las antípodas
del amor y la amistad. Pero nuestra cultura nos empuja a no mirar más allá de nosotros mismos y
nuestros intereses. Se precisa una nueva educación para el amor y la amistad, una nueva
propuesta vital, si no queremos perder esos dos tesoros y lamentarnos con nostalgia, como
aquella chica, pensado que ya no son posibles. La opción es añorar la felicidad perdida o trabajar
nuevamente para reconstruir el tejido afectivo de la cultura, ofrecer como novedosa la alternativa
clásica del amor.
P. Mario Arroyo
Doctor en Filosofía
p.marioa@gmail.com
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