miércoles, 23 de diciembre de 2020

MEDITACIÓN DE NAVIDAD

P. Mario Arroyo, Dr. en Filosofía. p.marioa@gmail.com Una navidad rara. Es lo que tenemos a las puertas. Con semáforo rojo, centros comerciales cerrados, la zozobra del contagio, el fantasma de la nueva cepa británica. La noche de paz amenaza con ser noche de silencio inquietante. ¿Puede ser en cambio una oportunidad? Desde una perspectiva creyente, ¿qué nos dice la navidad en pandemia? En el evangelio se menciona dos veces que “María meditaba estas cosas en su corazón”. Nos viene muy bien seguir su ejemplo y meditar. No son demasiado forzados los paralelismos entre la “navidad original” de hace dos mil años, donde nació Jesús y la nuestra. Quizá debemos intentar replicar en nuestro interior el silencio que precedió tan egregio nacimiento. La quietud, la paz, el silencio son portales que nos introducen en el hábito mental de la meditación. Las circunstancias que vivimos nos inducen a ello. ¿Dónde encontramos los paralelismos entre las dos navidades, la original y la pandémica? En la incertidumbre. Si prestamos atención al relato evangélico, si algo no tuvo Jesús fue seguridad. Nació en un establo prestado, en un pesebre. Nadie lo recibió. Había mucho alboroto en Belén; los posaderos no sabían a quién tenían delante. También nosotros experimentamos la incertidumbre, la congoja de no poder abrazar a nuestros seres queridos, o la duda de si al hacerlo, caemos en “los amores que matan”; también podernos no darnos cuenta e ignorar a Jesús. La fragilidad es otro punto de convergencia; la fragilidad de un Niño recién nacido en calidad de migrante, la de nuestra precaria salud frente a un virus que va eligiendo al azar con quién es mortal y con quién no. En cualquier caso, el rebrote de COVID-19 nos ha obligado a realizar un parón. Aprovechemos para reflexionar, para meditar. Nada escapa a la Providencia, tampoco esta crisis, y esta incierta situación, con la vacuna a las puertas, las mutaciones también, el paro en seco de la fiebre consumista propia de estos días, el recelo de festejar y manifestar afecto efusivamente, todo ello nos invita a pensar. Quizá el hecho de que sea una navidad diferente nos ayude a mirar la navidad original, para captar su mensaje. El mensaje no podría ser más oportuno, pues es de esperanza. Una esperanza que no está puesta en nuestras frágiles fuerzas humanas, otrora prepotentes, actualmente más discretas; ahora en cambio no está puesta en nosotros, sino en Dios. Pero Dios no avasalla, no se impone, se nos muestra frágil también, como un Niño. El vértigo de poner nuestras certezas y seguridades en un Dios que no hace alarde de poder es el desafío del acto de fe. Precisamente el brusco parón de la pandemia, el deponer la febril fiesta consumista de estos días, nos ayuda a redescubrir la fiesta espiritual. Si antes todo nos invitaba a mirar hacia afuera, a los escaparates y a salir de nosotros mismos, ahora todo nos empuja a redescubrir nuestra interioridad. El silencio nos ayuda a plantearnos la preciosa pregunta, ¿qué es la Navidad para mí? Podremos quizá recordar con nostalgia la ilusión que nos hacía cuando éramos niños, cuando la vida tenía una componente mágica. Ahora, sin embargo, quizá con una visión desencantada, más sobria y racional, podamos redescubrir en el silencio su significado y hacernos la siguiente pregunta, ¿quién es Jesús para mí? De hecho, la crisis actual nos invita a poner la mirada en Él, no en los centros comerciales. Podemos preguntarle en el silencio de nuestro corazón, ¿quién eres realmente?, ¿qué significó tu venida al mundo?, ¿qué me puedes aportar hoy?, ¿qué te puedo dar yo? Digamos que el contexto, providencialmente, nos lleva de la mano a orar. Silencio y oración, temor y oración, vacío y oración van de la mano. Quizá ese Jesús Niño pueda llenar el enorme vacío de nuestro corazón, vacío que la obsesión por las compras no puede saciar. Navidad en pandemia, navidad en zozobra, pero, sobre todo, navidad para meditar. Perdamos el miedo a entrar en nosotros mismos, en nuestros miedos y redescubrir lo que en realidad nos importa, y lo que es valioso en sí. Oportunidad para dar valor a la dimensión espiritual de nuestra vida, para ponernos delante de Jesús, contemplar en silencio el pesebre y preguntarnos qué significa ese misterio para nuestra vida y qué significa para el mundo.

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