P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
La Iglesia Católica celebra el próximo miércoles 26 de junio a san Josemaría, santo del siglo XX que ha dejado una honda huella en la Iglesia y el mundo contemporáneos. Este año, sin embargo, su fiesta reviste de un sabor especial, pues poco más de un mes antes, fue elevada a los altares Guadalupe Ortiz de Landázuri, una de sus hijas espirituales, alguien que luchó por encarnar el espíritu de este gran santo y, haciéndolo con la gracia de Dios, alcanzó la santidad.
La “llamada universal a la santidad” es la característica distintiva del mensaje que san Josemaría predicó desde 1928, por especial inspiración divina. Por ello fue precursor del Concilio Vaticano II, el cual proclamó solemnemente esta enseñanza como doctrina oficial de la Iglesia, y se anticipó a la Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate del Papa Francisco, fechada el 19 de marzo de 2018, sobre el llamado a la santidad en el mundo actual.
Cabe resaltar que este llamado no es un aspecto marginal de las enseñanzas del último concilio, pues, para San Pablo VI, que fue quien lo llevó a término, dicha doctrina constituye el “objetivo peculiarísimo del magisterio del Concilio y como su finalidad última".
En el santoral se dedica el día 26 de junio a recordar al santo que desde 1928 transmitió el siguiente mensaje: “Todos estamos llamados a la santidad, la gente corriente puede y debe aspirar a la plenitud de la vida cristiana”. Pero este mensaje y este santo adquieren el presente año -2019- un sabor particular. ¿Por qué? Porque, si bien, san Josemaría alcanzó esta meta con la gracia de Dios, él era sacerdote. Su sucesor, el beato Álvaro del Portillo, también ha subido a los altares, pero era obispo. Guadalupe, sin embargo, es la primera seglar, hija espiritual de San Josemaría, en encarnarlo, haciendo ver así que no es una bella teoría, sino una consoladora y tangible realidad.
El legado de san Josemaría es doble: un mensaje y una institución. El mensaje es que todos estamos llamados a la santidad, y forma ya parte de la doctrina solemne de la Iglesia. La institución es el Opus Dei, que ha sido erigido por la Santa Sede para recordarlo en el seno de la Iglesia y en medio del mundo; este es su encargo, esa su misión.
La institución también ayuda a quienes, como Guadalupe, se incorporan a ella o se acercan a sus medios de formación, para que alcancen tan ambiciosa y atractiva meta.
Por eso, la fiesta de san Josemaría el presente año inyecta, si cabe, una mayor dosis de esperanza, mostrando cómo, en medio de un árido mundo secularizado, el amor a Jesucristo se abre camino.
Si bien la vida de San Josemaría transcurrió en el siglo XX, su mensaje goza de la perennidad propia de los clásicos. Resulta patente, por ejemplo, cómo la beata Guadalupe Ortiz de Landázuri encarna muy bien lo que Francisco gusta definir como: “Clase media de la santidad” o “los santos de la puerta de al lado”.
Se trata, en efecto, de una mujer normal, cuya santidad no se manifiesta en acciones aparatosas, sino ordinarias. Más que de hechos extraordinarios, está entretejida de un cúmulo de realidades normales, las cuales se viven extraordinariamente por el amor a Cristo que se pone en ellas. Se trata, en fin, de una persona normal, con sus errores y limitaciones, pero con corazón grande y el deseo de agradar a Dios.
Francisco recuerda y exhorta a todos los católicos a no conformarse con menos, a buscar la plenitud del amor a Dios, en medio de la vida cotidiana, sin que sean óbice los defectos y limitaciones que todos –también los santos- tenemos. san Josemaría remarca y antecede esta doctrina, y funda una institución que la recuerda y la hace factible, transitable.
Siendo muy joven, san Josemaría pidió a su director espiritual que le autorizara un generoso plan de oración y sacrificio, pues Dios lo llamaba a ser “padre, maestro y guía de santos”.
Guadalupe es la primera seglar del Opus Dei en ser elevada a los altares. Actualmente hay 18 miembros de la Obra en proceso de canonización, es decir, en camino de ser declarados santos si es que efectivamente lo fueron.
El último de ellos es el ahora Siervo de Dios Arturo Álvarez, laico, ingeniero y mexicano. Guadalupe tuvo una particular relación con México, pues si su vida fue normal, ordinaria, su parte más anecdótica la vivió en México, a donde vino por encargo de san Josemaría para sembrar la semilla del Opus Dei. Un fruto de esa semilla es el Siervo de Dios Arturo Álvarez, ingeniero, célibe, profesor de la Universidad de Guadalajara, un buen ejemplo de esa “clase media de la santidad”, de “los santos de la puerta de al lado”.
Por ello, si cabe, la fiesta de san Josemaría tendrá este año en México un color particular y un especial relieve.
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