Raúl Espinoza Aguilera,
@Eiar51
Me da gusto observar que cada vez más, los papás varones se involucran en la formación y educación de sus hijos. A menudos observo a familias enteras paseando en bicicleta, yendo de paseo a lugares turísticos, a correr en parques, etc.
En fecha reciente me comentaba una especialista: “En mi larga experiencia como Psicóloga y Orientadora Familiar no tienes idea la importancia fundamental del rol del papá en cada familia, ¡es clave! Porque muchos trastornos emocionales proceden de la falta o ausencia del cariño del padre. Y lo contrario, un chico o una chica centrada, suele ser segura de sí misma, con suficiente autoestima por haber tenido una cuidada y acertada formación”.
Hace tiempo, se pensaba que todo lo relativo a la educación de los hijos en valores y virtudes, en ayudarles a sacar adelante sus tareas escolares, o asistir a las juntas de padres de familia, en realidad, era el deber de las madres.
En cambio, el papá se excusaba sosteniendo que él era el que traía el dinero al hogar. Y con eso era más que suficiente. Eso sí, cuando un hijo hacía algo malo, le tocaba al padre la tarea de castigar, en ocasiones duramente, por ejemplo, dar de “cintarazos”, o golpearlos con una vara, imponer otras severas medidas como supuestos remedios para mejorar la conducta de los hijos…
¿Resultado? El papá se convertía en el “ogro regañón”, en el eterno malhumorado, en la figura dura, incomprensiva y distante a la que ninguno de los hijos se le podría acercar a conversar con él o hacerle una confidencia. Entonces, la mamá era “el paño de lágrimas”, la cariñosa y comprensiva. Claro, me estoy refiriendo a lo que me han contado mis abuelos, mis tíos, personas mayores y, en algunos casos, se continuaron con esos hábitos antipedagógicos y dañinos.
Hace unos días veía un simpático video, a propósito del día del padre, en que los descendientes respondían a la pregunta: “¿qué es lo que más recuerdas o agradeces de tu papá?” Un joven decía “en que compartía su tiempo con nosotros y nos divertíamos mucho”; otra chica afirmaba: “Era fuerte, valiente, constante y nos forjó el carácter. Y cuando éramos más niños, jugaba con nosotros”. Una señora de mediana edad, externaba: “Fue admirable que mi papá se fuera de migrante a Estados Unidos y gracias a ese gran esfuerzo, ahora todos los hijos tenemos una profesión”; otra jovencita comentaba: “Lo que más recuerdo es que me llevaba a una dulcería y me compraba unos chocolates que me encantaban”; Otro señor afirmaba: “Vivíamos en un rancho y me enseñó a montar a caballo y andar en bicicleta; Una señora entrada en años decía muy contenta que su papá les ayudó a elegir su carrera y durante ese período los estuvo apoyando tanto a ella como a sus hermanos y ahora es el medio de sustento económico de cada uno de la familia…”.
Si consideramos detenidamente estos testimonios, no se nos habla que los padres les hacían grandes y costosos regalos, o bien, que les daba mucho dinero para gastar cada fin de semana…
Más bien consisten en pequeños pero muy importantes de detalles: “mi papá me dedicó tiempo, jugaba conmigo, era cariñoso y comprensivo, me enseñó a nadar, me invitaba a tomar helados, etc.
Y son los recuerdos que quedan grabados en las mentes de los hijos para siempre. Con lo que se demuestra que lo pequeño, se puede convertir en algo muy grande si se hace con verdadero amor y cariño por los hijos.
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