Mtro. Rubén Elizondo Sánchez,
Departamento de Humanidades de la
Universidad Panamericana. Campus México.
rubeliz@up.edu.mx
Los bienes atraen, invitan, persuaden y mueven hacia el objeto que causa la atracción. Este movimiento se llama amor porque el bien mueve de forma irresistible; es una tendencia o inclinación natural de la afectividad humana, “es aptitud o adecuación al fin, y es complacencia del bien” (STh I-II, q.25 a.2).
Naturalmente deseamos poseer lo que amamos, estar con quien se ama. El amor es la inclinación más natural y poderosa de la afectividad humana.
El amor no es el enamoramiento, aunque éste forme parte de la inclinación expresada con el término amor. La inclinación que “más se hace sentir” (ibidem, Sol.1) en el conjunto de la afectividad humana es el amor. Y esto por dos motivos: uno, porque el bien es lo primero que intentamos conseguir.
El segundo se desprende del anterior: si el bien es lo primordial que se intenta obtener luego el movimiento esencial de la vida es hacia el bien.
Las premisas: “lo primero que se intenta conseguir” y “el movimiento esencial de la vida hacia el bien”, son los dos marcos de referencia iniciales que delimitan de manera suficiente la perspectiva filosófica. Resulta esencial entender el concepto de bien para abordar la indagación del significado del espíritu malvado de tristeza.
Son algunos hechos de experiencia: La inclinación natural de la afectividad humana hacia el bien: perseguimos un bien porque nos parece conveniente, y lo valoramos como satisfactorio; la multitud de bienes que se presentan a la consideración propia: tantos bienes como nos muestra la realidad; la decisión personal entre la consecución de un bien con preferencia a otro; la valoración personal de un bien con respecto a otro, y la valoración equivocada de un mal como si fuera un bien.
Es un hecho de experiencia que, si la inclinación natural hacia el bien se extralimita del bien conveniente sea por exceso o por defecto, el movimiento de la afectividad humana “será contrario a la vida humana, en cuanto a la medida de ésta cantidad.” (STh I-II, q.29, a.1) En este sentido, señala Goleman: “Cualquiera puede ponerse furioso. Pero... con la persona correcta, con la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto, de la forma correcta... esto no es fácil (La Inteligencia Emocional, cita de la Etica a Nicómaco de Aristóteles).
El estudio de la afectividad humana y de la tristeza es en realidad el examen del movimiento esencial de la vida humana hacia el bien, “porque es propio de la naturaleza que el apetito ―o inclinación― descanse en el bien” (STh, q.29).
La tristeza es justamente la unión con el mal ya presente y considerado como propio. Es la emoción humana que más daño hace, porque se vuelve contra la inclinación esencial y natural de todo hombre hacia el bien.
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