Raúl Espinoza Aguilera,
@Eiar51
Sin duda, la alegría, el buen humor y el optimismo son virtudes que hacen más amable la vida en familia y resultan muy formativos por la sencilla razón de que todas las personas hemos nacido para ser felices.
En primer lugar, la alegría se aprende por contagio, es decir, por el ejemplo que los hijos vean en sus padres. Si en el ambiente hogareño se escuchan habitualmente, como se dice coloquialmente, “gritos y sombrerazos”, lo lógico es que haya hijos temerosos, taciturnos, siempre a la espera de alguna reprimenda.
En cambio, si los hijos observan que sus padres se quieren y perdonan y crean un grato entorno de buen humor, entusiasmo, optimismo, comprensión; si saben gozar la chispa de la vida y tantas cosas divertidas que tiene nuestra existencia, eso lo transmiten –casi inconscientemente- en los hijos. Naturalmente, todo ello combinado con la necesaria exigencia y educación en sus virtudes.
De la proclividad a la alegría surgen, otros valores como: el optimismo realista; la esperanza; la seguridad y autoestima; la satisfacción por las obras bien hechas y realizadas; el buen humor; el espíritu deportivo; la paz….
¿Cuáles son las actitudes necesarias para aprender a ser feliz?
1. Saber disfrutar de las cosas sencillas y cotidianas. Todos conocemos a personas que tienen como la tendencia a mirar “con lentes alegres” lo que de positivo tiene la vida. Y suelen comentar por ejemplo:
-¿Se fijaron qué día tan espléndido luce hoy? El clima está como para ir a hacer deporte o tomar un café con los amigos.
O el marido le dice a su esposa:
-¡Qué sabrosos te quedaron los “chilaquiles”! ¡Qué se repita con frecuencia tu nueva receta!
O el hijo que regresa de la escuela y cuenta entusiasmado:
-¡Hoy ganamos los de mi grupo en el concurso de robótica y pasamos a la ronda interestatal
2. Mostrar un sentido positivo ante las personas y los acontecimientos. Tener la capacidad de descubrir lo positivo en mayor medida que lo negativo. Dice una de las hijas:
-Hoy no me fue bien con las preguntas de Biología, pero me va a servir para ponerme a repasar más a fondo la materia… O aquél otro que comenta: “Por llegar tarde al examen, me bajaron un punto. Voy a cuidar más la puntualidad”. De esta manera, un hecho que podría resultar desalentador o enojoso, se puede convertir en un reto o un suceso positivo.
3.Valorar el trabajo de los demás: reconocer el esfuerzo y los logros obtenidos; estimular alabando el trabajo o el estudio bien hecho y de lo que puede hacerse mejor; animar para que construyan una imagen real y positiva de sí mismos y refuercen los sentimientos de eficacia y seguridad.
4.Sonreír es educar en positivo. Cuando se corrige o se estimula a un hijo de buen modo, con una sonrisa, ¡cuánto ayuda a que los demás busquen superarse alegremente y con espíritu deportivo!
En conclusión, la alegría no está vinculada al tiempo ni a las circunstancias. Se trata de vivir siempre alegres y eso significa flexibilidad, apertura de mente, ilusión, capacidad de asumir riesgos y compromisos.
La alegría se abre y expande en una persona que se entrega generosamente a los demás. Y, además, tiene la característica de convertir ese gozo de su existencia, en una actitud permanente, estable y segura y -como consecuencia lógica- se acaba siendo muy feliz y haciendo felices a los demás miembros de la familia.
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