Concretamente quienes vivan en el estado conyugal deberán:
Manifestar y demostrar con su vida la indisolubilidad y santidad del vínculo matrimonial;
Afirmar con valentía el derecho y la obligación que los padres tiene de educar cristianamente a su prole;
Defender la dignidad y la legítima autonomía de la familia.;
Los esposos y los demás ciudadanos deben luchar para que se conserven incólumes estos derechos en la legislación civil;
Que el Estado tenga en cuenta las necesidades familiares en los referente a vivienda, educación de los hijos, condiciones de trabajo, seguridad social, etc.;
Concretamente en el tema de impuestos, los gobiernos deben de dar facilidades a las familias numerosas para que todos los hijos puedan vivir dignamente y estudiar en colegios. Es necesario que los impuestos sean reducidos, acordes con la situación socioeconómica de cada familia.
El futuro de la humanidad depende de que se respete y se fortalezca a la familia. Por ello para influir positivamente en la sociedad se debe:
Ejercitar los derechos sociales y políticos que corresponden a la familia;
Educar a los hijos como buenos ciudadanos cristianos.
En relación con los derechos sociales y políticos, es preciso:
Conseguir un mayor protagonismo de las familias, superando el peligro de encerrarse en sí mismas;
Que las familias cooperen entre sí a través de las instituciones o asociaciones constituidas con este fin, o buscar crearlas si no las hay.
Hoy como nunca, se están organizando en México y en muchos otros países, asociaciones de padres de familia para defender el valor de la vida humana; el derecho a una educación acorde con sus propias creencias; la defensa contra todo aquello que atente contra la unidad familiar (por ejemplo, contra aquellos que pretenden equiparar a la familia con las uniones homosexuales; éstos últimos, además, reclaman un supuesto “derecho” de adoptar niños); para promover más sus valores en otras familias; para dar cursos de orientación y que se capacite mejor a los padres en su trascendente misión.
Es necesario que los padres participen y dediquen tiempo, con responsabilidad personal, a estas tareas que les afectan tan directamente. Cuando los hijos en muchos países –incluso de antigua raigambre católica- están siendo víctimas de una agresión tan fuerte, no sería coherente que los padres manifestaran -como excusa- que no se tiene tiempo.
Las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes (por ejemplo, sobre el matrimonio, el respeto a la vida humana desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, la educación de los hijos, el cuidado de los ancianos, etc.) y las instituciones del Estado, no sólo no agredan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia.
Las familias deben tomar conciencia de ser protagonistas e influir en la llamada “política familiar” de los gobiernos y comprometerse en la responsabilidad de transformar la sociedad.
De otro modo, si existe pasividad o abulia, las familias serán las primeras perjudicadas, las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia.
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