jueves, 8 de junio de 2017

INTERESARSE POR AYUDAR A LAS OTRAS FAMILIAS

La familia ha de constituir, de igual forma, un ámbito de irradiación –de apertura- a los demás, a otras familias y a otros ambientes de la sociedad entera. No se es válido, por ejemplo, decir:

-Los fines de semana tenemos por costumbre reunirnos mis papás, mis hermanos, mis hijos, mis sobrinos, mis cuñados… ¡somos siempre los mismos!

Me parece muy bien, pero si se convirtieran esas reuniones en una especie de “coto cerrado”, donde nadie más puede entrar y donde el horizonte de intereses de los miembros de esa familia terminara únicamente allí, se podría caer en una visión reducida y egoísta.

Porque esa intimidad y esa apertura familiar, no son aspectos contrapuestos, pues su denominador común es el mismo: darse a los demás.

La comunidad familiar, sociedad perfecta en su orden, ha de estar abierta a las otras comunidades semejantes y a la entera sociedad, de modo análogo a como las células de un organismo sano, aun teniendo vida propia, cooperan al bien de todo el cuerpo.

Es preciso, por tanto, que los valores familiares no queden solamente en el hogar para provecho de unas cuantas personas. La vida familiar puede alcanzar un gran eco, un efecto multiplicador de enorme bien para toda la sociedad.

Por ello, conviene fomentar particularmente: 


La convivencia con otras gentes, la relaciones de amistad y vecindad, etc. 

La comprensión, el respeto mutuo y otras virtudes aprendidas en el hogar como en la mejor escuela, tienen repercusión en ámbitos más amplios. Si en el seno de la familia se ha aprendido a dialogar, a comprender los puntos de vista de otros, a ceder en la propia opinión, aprestar servicios desinteresadamente, será más fácil transmitir esos modos de vivir a la sociedad.

El Papa Juan Pablo II impulsaba “a ayudar a gran número de familias a educar a sus hijos, comenzando por buscar un mejoramiento personal, un conocimiento más objetivo de vuestros propios hijos, y tomando conciencia de la necesidad de preocuparos también de los hijos de los demás. En este campo, lo primero es estar bien convencidos del lugar original y fundamental que ocupa la familia, tanto en la sociedad como en la Iglesia”.

La relación con las actividades culturales, artísticas y recreativas del entorno; 

La intervención libre en iniciativas sociales y públicas. 

La cohesión de los pueblos depende en buena parte de la solidez y estabilidad de los grupos familiares; también porque en ellos se conservan mejor las virtudes y los valores perennes. 

Cualquier aportación al reforzamiento de la institución familiar tiene una innegable repercusión en la sociedad civil. 

La actuación a través de los medios de comunicación. En este terreno se puede hacer mucho: enviando correos electrónicos o cartas a los periódicos; telefonemas a mesas radiofónicas o televisadas, en los que se están tratando temas de capital importancia, como por ejemplo: sobre la vida humana, la familia o sobre los valores de la sociedad. También es recomendable ayudar a otros padres a que impulsen y logren que el Estado promueva –con leyes adecuadas y con el efectivo respeto de la moralidad pública, especialmente en lo relativo a los medios de comunicación- todo lo que favorezca a la institución familiar y contribuya al bien común. 

El interés por estar informado sobre los temas importantes y, en especial, sobre los que afectan a la familia. No es posible permanecer como al margen, sino que es necesario involucrarse y actuar con diligencia; la relación con el mundo del dolor; la atención de los enfermos y desamparados, necesitados de calor familiar. 

De esta manera, la familia puede cumplir con sus cuatro objetos educativos: 

Escuela de amistad: de hacer amistad con todos los miembros de la comunidad; 

Escuela de humanización y personalización: que ha de llevar al entendimiento entre las distintas generaciones. 

Por eso resulta negativa la tendencia, difundida en algunos países, a reducir el ámbito de la familia al núcleo formado por los padres e hijos, excluyendo los demás lazos de parentesco. De este modo, se llega incluso a alejar a los abuelos del ámbito doméstico, como fruto casi siempre del egoísmo de los hijos, que no desean ayudar a quienes, por la edad u otras circunstancias, consideran como un estorbo.


Además, de la falta de piedad filial, en ocasiones grave, por lo que esto supone, se priva así a la familia de la aportación preciosa para el desarrollo y la madurez de los más jóvenes, que podrían dar los ancianos. 

Escuela de servicio: esto es, el vivir para hacer agradable la vida a los demás. El aprender a darse generosamente, sin esperar a que nos lo pidan o nos lo agradezcan. Resulta muy formativo que los hijos tengan iniciativa para servir a los parientes, a los vecinos, a los compañeros de escuela, a los necesitados, a los conciudadanos. 

Escuela de buen ejemplo: El propio testimonio y el ejemplo son el mejor modo de inculcar, también, en los demás virtudes y valores, entre ellos el de la valentía de confesar la propia fe sin miedo, sin respetos humanos y con una firme convicción. 

Con el objeto de conseguir más fácilmente lo anteriormente expuesto, puede resultar conveniente que las familias se reúnan en asociaciones u organizaciones, tanto de ámbito nacional como internacional, con la finalidad de difundir los principios fundamentales de la dignidad y derechos del matrimonio y de la familia. 

Porque como acertadamente afirma Ángel Rodríguez Luño que “la defensa de la familia no hunde sus raíces únicamente en los derechos que ella posee por naturaleza; es también un deber derivado del derecho irrenunciable de toda sociedad a la conservación y defensa de su propia vida.” 

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