domingo, 24 de marzo de 2024

LA SOBERBIA ES LA REINA DE LOS VICIOS

 Pbro. José Martínez Colín

1) Para saber

Decía San Agustín que la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y

lo que está hinchado parece grande pero no está sano. Los antiguos

griegos definían la soberbia con una palabra que significaba "esplendor

excesivo", pues es una auto-exaltación, engreimiento. En la ocasión

pasada se trató sobre la vanagloria, la cual es como una enfermedad

infantil en comparación con los estragos que puede causar la soberbia,

comenta el Papa Francisco. Señala que el soberbio es aquel que cree ser

mucho más de lo que es en realidad; aquel que se estremece por ser

reconocido como superior a los demás, que siempre quiere ver

reconocidos sus propios méritos y desprecia a los demás

considerándolos inferiores.

Tan antigua es la soberbia que el pecado de nuestros primeros

padres, relatado en el Génesis, estuvo impregnado de soberbia.

Recordemos que el tentador les dijo: «…Dios sabe muy bien que el día

en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes

serán como dioses» (Gen 3,5). La tentación era la absurda pretensión

de ser como Dios. No obstante, hoy en día el hombre sigue

pretendiéndolo, queriendo corregirle, sobre todo sus normas morales.

2) Para pensar

Le gustaba al santo Cura de Ars referir una historia sobre el demonio.

Sucede que un día se le apareció el diablo a un ermitaño llamado san

Macario y le dijo: “Tú no eres santo, pues todo lo que tú haces, yo lo

hago también. Tú ayunas, y yo no como nunca; tú velas en las noches,

y yo jamás duermo…” Sin embargo, el santo le dijo: “Te equivocas. Yo

hago una cosa que tú nunca haces, ni vas a hacer”. El demonio intrigado

le preguntó: “¿Y qué es?” Le contestó san Macario: “¡Humillarme!” El

diablo lo dejó en paz sabiendo que, efectivamente, su soberbia le

impedía humillarse. Por ello afirma santa Teresa de Jesús: “El demonio

puede hacer poco daño, o ninguno, si el alma es humilde” (Moradas 6,

3, 16).

3) Para vivir

“Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha

de ayudarle a levantarse”, decía el escritor Gabriel García Márquez. Y es

verdad, incluso físicamente suele notarse la soberbia, pues mira desde

arriba, con altivez; con facilidad juzga despreciativamente: por una

nadería, emite juicios irrevocables sobre los demás, que le parecen

ineptos. Se olvida que Jesús nos pide no juzgar nunca, recuerda el Papa

Francisco.

Además, una persona orgullosa no acepta una pequeña crítica

constructiva, o un comentario inofensivo, pues reacciona de forma

exagerada, como si ofendieran su majestad: monta en cólera, se enoja.

Así arruina las relaciones humanas, haciéndose imposible hablar con

ella, y mucho menos corregirla. Este vicio destruye la fraternidad,

porque no trata a los demás como iguales, sino como inferiores y emite

juicios en contra de ellos. Por ello, la soberbia es la reina de todos los

vicios.

El Evangelio nos da lecciones. Pedro alardeaba de su fidelidad, pero

pronto niega de Jesús y experimenta que es como los demás. Ya

arrepentido y humilde, el Señor sigue confiando en él y le confía el peso

de la Iglesia. El verdadero remedio para toda soberbia es la humildad.

Pidamos la gracia de desterrarla sabiendo que Dios sigue confiando

también en nosotros. (articulosdog@gmail.com)

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