Raúl Espinoza Aguilera
Dice el dicho que: “Los
viajes, ilustran”. Esta es una gran verdad. Esta mañana conversaba con unos
amigos de sus impresiones en su estancia por España. Con uno de ellos coincidía
en varias amistades que surgieron a raíz de ese trato afable y cordial de
algunos Catedráticos de universidad.
En lo personal me agrada
conocer la psicología de los caracteres o modos de ser las personas en las diversas
regiones de la península ibérica. Sin duda, el hacer nuevas amistades nos ayuda
a abrirnos nuevos horizontes.
Por ejemplo, en La Universidad
de Navarra conocí a un ilustre y sabio Catedrático en Química y Física, llamado
Dr. Jesús Larralde. Originario de una familia típica de la provincia de
Navarra. Tenía un carácter fuerte y vigoroso, pero de corazón noble y
servicial.
Un domingo me invitó a un
rancho heredado de su padre (ya fallecido). Fue un paseo muy agradable porque
conversamos largamente y me dijo que admiraba a México y a los mexicanos. Llegamos
a ese lugar poblado de árboles, mientras él pasó por las casitas de los pocos
pobladores haciendo el cobro de la luz, un par de mexicanos más y yo, aprovechamos
para nadar en un crecido arroyo con su cascada. Y, por supuesto, que lo invité
de inmediato a nuestro país.
En Pamplona (Navarra) a eso de
las 6:00 p.m. -como en el resto de España- tienen la costumbre de tomar la merienda. Me
llamó mucho la atención que mientras un amigo y yo pasamos a tomar una copa de
vino con un bocadillo, escuchaba la conversación de algunos Doctores de la
Clínica de la Universidad y se referían a un tercer médico ausente, diciendo
que era una excelente persona, un médico profesional, alegre, buen amigo,
deportista, educado. Uno de ellos, a manera de conclusión, afirmó: “Tiene la
amabilidad de un mexicano”. Los demás comentaron que con eso estaba dicho todo.
También conocí a médicos
encargados de atender el pabellón de ancianos de la Clínica Universitaria. “La
mejor medicina -afirmaba uno de ellos- es tratarlos con paciencia, cariño y
comprensión. Es preciso entender que muchos proceden de familias rotas, o han sufrido
mucho a lo largo de su existencia, o padecen de una enfermedad crónica”.
Se nota que lo que les hace
falta es alguien que los escuche, que le dé sus medicamentos a tiempo, que los
asee y que sientan el calor de ese hogar que perdieron hace años.
Con tan sólo decirles un: “Buenos días, Don Fulano” y sonreírles ampliamente, eso les levanta mucho el ánimo y crea un puente sólido de amistad y confianza. Esto es fundamental para poder curarlos y que se sientan acompañados.
Algo que no podría faltar, eran
las excursiones con los universitarios a Los Montes Pirineos, perpetuamente
nevados. No son particularmente altos, como en México, pero poder gozar de la
nieve y ese aire fresco de la cumbre, y mirar las vistas hacia los demás montes
nevados, o del lado izquierdo otear hacia la zona francesa. Todo ello, es una
experiencia inolvidable y muy recomendable para la salud corporal y, por
supuesto, la compañía con los jóvenes universitarios.
Ya de regreso, en el autobús,
conversar con estos estudiantes y que cuenten qué carreras universitarias estudian
y que sueños profesionales tienen, es todo un traspaso de experiencias, anhelos
e ilusiones, es terreno abonado para darles nuestra opinión, si la piden.
Por supuesto, al llegar a la
ciudad, no puede faltar el tomar un par de vasos de vino con sus carnes frías
en una cálida conversación junto a la chimenea.
Unos tienen mucha gracia para
relatar historias, otros para contar chistes o cuentos divertidos, el resultado
es que se crea una amena tertulia y se generan nuevas amistades.
No faltaba el que tuviera
buena voz para pedirle canciones y que entonara melodías de su tierra: algunos
eran de Andalucía, otros del centro (Madrid) y la mayoría de León, Navarra,
Santander, Álava, Galicia o San Sebastián.
No podía faltar el que me
pidieran que, acompañado de la guitarra, entonara corridos mexicanos. Para mi
sorpresa, varios de ellos, se los sabían muy bien, también.
Un Catedrático ya mayor, me
explicaba: “Mira, al término de la Guerra Civil Española, en 1939, yo era un
niño, las únicas películas que recuerdo son las mexicanas y a cantantes como a
Jorge Negrete. Por eso, para los de mi generación ‘La Adelita’ es casi un himno
que nos sabemos muy bien, lo mismo que otras melodías de México”.
En cierta ocasión, unas
señoras me comentaron que “Si era del sur”. En un principio me desconcerté. Y
me añadieron que por tener la tez más bien morena. Se referían si acaso era
originario del sur de España. No, les aclaré, soy mexicano y del Estado de
Sonora, que hace frontera con Arizona.
Y así me podría seguir con
ricas vivencias y experiencias inolvidables sobre el trato con personas de la
península ibérica, confirmando que “Los viajes, ilustran”.
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