Aprovecho la cercanía de Halloween para ofrecer una tímida defensa de la celebración, o
por lo menos, cuestionar la oportunidad de –nunca mejor dicho- satanizarla, pues puede resultar
contraproducente y a final de cuentas equívoco. Me explico: Dada la sensibilidad contemporánea,
una manera de fomentar las cosas es prohibirlas. La seducción de lo prohibido siempre ha existido,
pero prohibir actualmente se ve como una arbitraria intrusión en la libertad personal. Se considera
un abuso que, con base en principios dogmáticos y religiosos, se quiera orientar nuestra conducta.
Resulta contraproducente, pues solo por llevar la contraria y rechazar cualquier intento de
dominar a las conciencias, algunos buscarán hacer lo prohibido.
Pero hay una razón más de fondo. Las conclusiones del primer concilio de la Iglesia son
muy claras. Obviamente se refieren a otros asuntos más serios, pero, mutatis mutandis (es decir,
cambiando lo que se tenga que cambiar), bien pueden aplicarse aquí. Hechos de los Apóstoles 15,
28 afirma: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las
necesarias”. Aunque se refiere a otra realidad, puede aplicarse como un principio general, al que
se le puede agregar otra razón: no “gastar balas en batallas perdidas”, o mejor aún, seleccionar
qué empresas vale la pena acometer, y en cuales probablemente perdamos el tiempo. Algunas
causas pueden conducirnos progresivamente a vivir en un ghetto, es decir, aislados de la sociedad
que denunciamos y en la que somos incapaces de ver nada bueno.
Alguien puede decir: “Halloween no es cristiano”. Yo le respondería, “¿estás seguro?,
¿sabes de dónde viene ese nombre?”. En realidad, se trata de una cristianización a medias. En
efecto, la etimología de la palabra es “All hallow’s eve”, que en inglés antiguo significa “víspera de
todos los santos” (por lo menos el nombre es cristiano). Pero aún hay más. Según la medievalista
Régine Pernoud, la solemnidad de Todos los Santos no se celebraba el primero de noviembre, sino
en otra fecha de primavera en el hemisferio norte, recordando el momento en el que muchas
reliquias de las catacumbas fueron llevadas para su protección a la Iglesia del Panteón, en Roma.
Pero se cambió a noviembre con el objetivo de cristianizar una fiesta celtica pagana, en la que se
daba culto a los espectros, fiesta que hoy conocemos como Halloween.
La solemnidad de Todos los Santos está colocada en esa fecha intentando darle un sentido
cristiano a la fiesta de los espectros. Para eso, en vez de recordar a realidades misteriosas y
maléficas del inframundo, celebramos a los que gozan de la vida eterna con Dios en el Cielo. Ahora
bien, dos consideraciones parecen pertinentes: no todas las fiestas que celebre un cristiano tienen
que ser por fuerza religiosas (el día de la Independencia, las olimpiadas o el mundial de fútbol son
un ejemplo). El cristiano celebra sus fiestas religiosas, pero nada tiene de malo que festeje otras
con raíz diferente. En segundo lugar, se puede constatar cómo algunas de esas fiestas religiosas
han sido asumidas por la cultura común, por ejemplo, la Navidad, hasta el punto de correr el
peligro de secularizarse, difuminándose su sentido religioso.
¿Cuál sería la razón de su éxito? Que se “han vendido bien”, han entrado en la lógica del
mercado y, tristemente, el lenguaje económico lo hablamos todos, creyentes y ateos. Navidad
habla ese lenguaje, y debe dar la batalla para no perder su identidad. Todos los Santos en cambio
no, y por tanto pasa desapercibida para la cultura dominante; no así Halloween, que entra de lleno
en la dimensión comercial. Es cierto que, sin mucho éxito, a decir verdad, se ha promovido la
hermosa iniciativa de vestir a los niños de santos y santas y cantar “queremos santidad” en vez de
“dulce, dinero o travesura”.
Resumiendo, si nos atenemos al modo generalizado de celebrar Halloween, no puede
decirse sin abuso del lenguaje que es satánico. Una cosa es que la magia y la brujería conduzcan al
satanismo, e incluso que grupos satanistas aprovechen Halloween para realizar sus prácticas
torcidas, y otra muy distinta vestir a los niños de vampiros, hombres lobo, Frankenstein y demás
productos de imaginario popular. Una cosa es que los jóvenes celebren una fiesta de disfraces, con
alcohol y todo lo demás, la cual celebrarán igualmente por otros motivos, y otra muy distinta es
darle culto al demonio o caer en el ocultismo. La intención de los satanistas, así como lo que hacen
es muy distinta, nada tiene que ver con lo que hacen los niños disfrazándose de personajes
literarios fantásticos, o lo que hacen los jóvenes en una fiesta de disfraces. Si confundimos ambas
cosas, quizá es que somos exagerados y más que hacer amable la virtud, la hacemos odiosa; o
quizá es que ignoramos los rudimentos de la moral, donde queda claro que el objeto y el fin del
acto son los que califican moralmente a una acción. Objeto y fin son muy distintos en niños y
jóvenes, por un lado, y satanistas por otro; nada tienen que ver. Mejor es promover la vida
litúrgica, y con ella la solemnidad de Todos los Santos, que atacar el Halloween. Mejor evangelizar
que pelear, ser propositivos que reactivos.
Dr. Salvador Fabre
masamf@gmail.com
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