lunes, 3 de abril de 2023

EL SENTIDO PROFUNDO DE LA SEMANA SANTA

Raúl Espinoza Aguilera

Siempre me han impresionado aquellas entrañables palabras que Jesús les

pronunció a sus Apóstoles en la Última Cena, justo en la víspera de ser

crucificado: “Nadie tiene aprecio más grande que el que da la vida por sus

amigos”.

Hay innumerables maneras de manifestar el afecto: con acciones concretas, con

diversas manifestaciones de estima, etc. Hay una canción de un conocido grupo

musical de Australia, los “Bee Gees”, que se titula: “¿Qué tan grande es tu amor?”

Y me parece que resulta todo un reto para corresponder al inmenso amor que

Dios nos tiene.

Recuerdo a un sacerdote, de edad madura, que decía sobre este tema: “Si

juntáramos el corazón y el cariño de los padres y las madres de la tierra entera por

sus hijos, no podría a compararse con el inmenso amor que Dios tiene a cada una

y a cada uno de nosotros, que es muy superior, enorme y profundo.

Me recuerda la anécdota de aquella madre que contemplaba con su hijo el cielo

cuajado de estrellas y embelesada con aquella maravillosa escena nocturna, le

preguntó a su pequeño:

-“¿Qué tanto me quieres?”

Y el chiquitín le responde:

-“¡De aquí hasta la luna!”

Y aquella madre cariñosa le replica:

“-¿Tan poquito?”

Y el niño pensándolo con calma le dice de nuevo:

“Bueno, ¡de aquí a aquel planeta que me dijiste que se llamaba Venus!”

Y la buena madre le vuelve a insistir:

“Me sigue pareciendo poco.”

Y el niño, le respondió con prontitud:

“¡Te quiero de aquí hasta la estrella más lejana y que casi no podemos ver!”

Y la madre complacida le dice:

“Así está mejor. Yo también te quiero muchísimo-y le da un afectuoso beso.

Quise seleccionar este diálogo de la vida cotidiana, aparentemente sin entidad,

pero muy real y significativo.

Pienso que en esa frase de Cristo “dar la vida por los amigos” que implicaba sufrir

hasta derramar la última gota de su Sangre está condensado el gran amor del

Redentor por sus Elegidos -que fueron los primeros Obispos- y, por extensión, a

las personas que habrían de venir con el paso de los siglos hasta el final de los

tiempos, de toda raza, lengua, condición social y de cualquier continente.

A la vez que, el hecho de ponerse a continuación lavar los pies de cada uno, pone

el ejemplo de cómo se debe amar a cada uno de nuestros semejantes: con

humildad y espíritu de servicio, sin esperar recibir nada a cambio ni ambicionar ser

el primero. Nos enseñó a perdonar hasta “setenta veces siete”, si hiciera fata. Y

comprendemos por experiencia propia que, muchas veces, es necesario tener ese

comportamiento. Por ejemplo, uno de sus Apóstolos, Judas Iscariote, lo traicionó y

lo vendió por 30 monedas de plata a quienes lo odiaban. En el Huerto de los

Olivos, mientras Jesús oraba intensamente con el resto de sus Discípulos

somnolientos, Judas encabezaba la tropa que habría de apresarlo, todavía el

Maestro le pregunta: “¿A qué has venido, amigo?”, como esperando su

conversión. Aquí aparece otra importante faceta del Salvador, cuando en su

Crucifixión, exclama a Dios Padre: “Perdónales porque no saben lo que hacen”.

En otras palabras, la caridad no debe ser simplemente generosa, sino que

también comprensiva, que disculpe las agresiones y, además, debe durar toda la

vida, pase lo que pase. Sin el perdón y el olvido de la ofensa, no hay verdadera

caridad. Porque el rencor y los resentimientos son la escoria del egoísmo y

desagradables al Creador. Y resuenan con fuerza aquellas palabras de San Pablo:

”Me amó y se entregó hasta la muerte por mí”. Son conmovedoras porque este

Apóstol porque no emplea la forma plural y no escribe: “Se entregó a la muerte por

nosotros”, sino que nos dice a cada ser humano que era tanto su amor por mí que

se dejó clavar en una Cruz por el cariño que tiene a cada persona.

¡Qué responsabilidad tenemos para saber corresponder a esta entrega sin límites,

sufrió dolores tremendos, fue rey de burlas, y no paró hasta entregar su cuerpo

para ser crucificado! Como escribe San Josemaría Escrivá de Balaguer: “¿Quieres

saber cómo agradecer al Señor lo que ha hecho por nosotros?... ¡Con amor! No

hay otro camino. Amor con amor se paga. Pero la certeza del cariño la da el

sacrificio. De modo que ¡ánimo!: Niégate y toma su Cruz. Entonces estarás seguro

de devolverle amor con Amor” (“Vía Crucis”).

Pero no hay que olvidar que al final del camino de la Pasión y Muerte de

Jesucristo, vino su gloriosa Resurrección, nos abrió las puertas del Cielo, nos dejó

los 7 Sacramentos, instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio para que mediante la

Santa Misa, nunca nos faltara ese Pan de los Ángeles. Ésta ha sido la gran

revolución cristiana que transformó la historia de la Humanidad y abrió un hondo

camino de luz y alegría en los cristianos, pero de un gozo que este mundo no

puede dar.

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