jueves, 24 de febrero de 2022
¿FUTURO O ASESINO DEL CLIMA?
Pbro. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail,com
Así rezaba una reciente publicidad en Alemania: “¿Futuro o asesino del clima?”, en la
imagen se veía a una mujer amamantando a un recién nacido. Es realmente sorprendente el
avance de la ecología profunda, la cual considera al hombre como enemigo de la naturaleza. Al ver
esa publicidad inmediatamente hice conexión intelectual con dos hechos recientes: una cita de
Peter Singer que leí, donde invitaba a que esterilizar a todo el género humano para ser
voluntariamente la última generación sobre la Tierra y vivir de fiesta hasta la extinción, y a una
intervención de una universitaria en clase, donde afirmaba que no tendría hijos por motivos
éticos, para evitar el sobrecalentamiento del planeta. De pronto todo encajaba: el hombre es el
enemigo del planeta; hay un imperativo ético de acabar con él.
La cultura de la muerte tiene una cara aséptica e incluso altruista: la preocupación no por
la humanidad, sino por el planeta. Podemos incluso sacrificar la humanidad en el altar del planeta.
¿Es justo hacerlo? Para muchos enemigos de la vida humana parece ser así. Ya no es que se mire
con recelo a las familias numerosas, por considerarlas irresponsables, estamos un paso adelante,
de forma que traer vida al mundo no se considera un bien, un motivo de alegría o felicitación. Se
comienza a cuestionar la moralidad de traer vidas humanas a este planeta cansado y a este mundo
enfermo de violencia, injusticia y corrupción.
El desencanto por lo humano está consumado. Se ha cerrado el círculo, como
proféticamente vio el Concilio Vaticano II: “sin el Creador, la creatura se diluye”. El humanismo
ateo, que parte de la premisa de la negación de Dios, culmina por afirmar la negación del hombre.
Quizá alguien pueda objetar que se trata de casos de élites intelectuales, pero que no piensa así el
grueso de la población. Dos hechos, uno global y otro casero, me hacen calificar a tal aseveración
de optimista: la drástica caída de la natalidad en los países desarrollados; es decir, los que mejor
viven no consideran a la vida digna de ser vivida; y, en segundo lugar, la experiencia de mi barrio
clasemediero alto: la gran cantidad de personas paseando perros, inversamente proporcional a la
presencia de niños. No, la vida humana en los sectores altos de la población ya no se está viendo
como una bendición, como una forma de realizarse y trascender. Se recela de ella.
El recelo tiene una causa subjetiva: el sacrificio que supone. Es mucho más sencillo tener
una mascota que a un hijo. Pero ahora ese motivo, egoísta, al fin y al cabo, tiene una motivación
intelectual fuerte: la defensa y el cuidado del planeta. Cada hijo supone una gran cantidad de
consumo, de calor, de energía, de desgaste para el planeta. Es triste que la vida humana, que
biológicamente hablando es la mayor maravilla que pueda contemplarse hasta el momento en el
universo –pues finalmente es el único ejemplo de vida consciente del que tengamos evidencia- se
vea empobrecida hasta esos límites inauditos.
La visión cristiana, ahora en clara minoría, es diametralmente opuesta. Se siguen
considerando a las familias numerosas como una bendición de Dios. Se sigue viendo a cada vida
humana como un milagro, cada ser humano se considera único e irrepetible. Cada persona tiene
dignidad y por ello un valor inalienable. Sigue viendo en el mundo en particular y en el universo en
general, como un inmenso don, que Dios confía al hombre. Se valora al mundo y todo lo que él
contiene, pero no como un fin, sino como un medio. Se debe respetar la naturaleza y cuidar del
planeta, pero como parte de nuestra responsabilidad extendida, nuestra responsabilidad con los
hombres del mañana. Sigue siendo el hombre el centro de la creación, no se sacrifica a ella.
Hace poco me hacían caer en cuenta que las personas que comulgan con esos
planteamientos propios de la Deep-ecology no tienen hijos. Están condenados a la extinción. Yo no
soy tan optimista, pues por tratarse de una élite, controlan los contenidos y los programas
educativos. Poco a poco tal visión va ir permeando, como la única éticamente solvente, y los que
no comulguemos con ella seremos mirados con recelo, cuando no reprimidos social, cultural e
incluso penalmente (no quedan muy lejanos los castigos en China por tener más de un hijo). Tal
parece que la única alternativa para un futuro esperanzado de la humanidad es la vuelta a un
humanismo cristiano. La pregunta es ¿todavía es posible?, ¿todavía estamos a tiempo o es ya
demasiado tarde?
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