domingo, 6 de febrero de 2022
EN EL MATRIMONIO: “EL AMOR SIEMPRE GANA”
Raúl Espinoza Aguilera, @Eiar51
En cierta ocasión miré un gran anuncio publicitario en una transitada avenida de la
Ciudad de México en el que se promocionaba un determinado producto y en la
parte final hacía énfasis en esta idea: “El Amor Siempre Gana”.
Un concepto que me pareció provechoso para abordar el tema que quiero tratar
con ocasión del ya cercano 14 de febrero, “Día del Amor y la Amistad”.
Tradicionalmente se enfoca al noviazgo, pero considero importante también
encuadrarlo dentro del matrimonio.
¿Por qué? Porque esa unión del marido y la esposa es para siempre. Me encanta
observar esas grandes fotografías, normalmente colocadas en una pared, en la
que están los abuelos ya mayores, los hijos, los muchos nietos y algunos
bisnietos.
Cuando les pregunto a los abuelos por los nombres de los hijos y las hijas me
responden con orgullo que cada uno tiene una profesión, algunos son Ingenieros,
oros médicos, otros administradores, otras dentistas o abogadas. Y entre los
nietos hay quienes tienen bien determinada la carrera universitaria que quieren
cursar.
Después, con toda naturalidad se orienta la conversación hacia el inicio de su
matrimonio. Desde los apuros económicos que tuvieron que pasar para sostener a
una familia numerosa, luego comprar una casa propia o aquel primer coche que
tuvieron. La infinidad de anécdotas divertidas que han ocurrido a lo largo de 50 o
60 años de casados.
Es evidente que el mayor orgullo de los abuelos son sus propios hijos y nietos.
Relatan con gusto los logros profesionales del hijo que es médico neurocirujano, la
hija especializada en Endodoncia, o bien, que el administrador, con maestría en
dirección de empresas, consiguió un importante trabajo directivo en un corporativo
de Estados Unidos.
Y es hermoso ver cómo esos esposos se siguen tratando con cariño y afecto,
como cuando eran novios, cuidando el uno para el otro, mil detalles de servicio y
deferencia. No se han dejado llevar por la rutina, el cansancio o la monotonía con
el paso de los años y cada nieto o bisnieto es una ocasión de enorme alegría.
Resulta un testimonio elocuente la anécdota que se cuenta del estadista y
canciller de Alemania, Otto Von Bismark (1815-1898) y una de las figuras clave de
las relaciones internacionales durante la segunda mitad del siglo XIX.
Bismarck estaba casado con una mujer procedente de un modesto pueblo de
Alemania y ella no pertenecía a la aristocracia.
Bismarck viajaba con mucha frecuencia y se entrevistaba con importantes
personalidades, de ambos sexos, del mundo de la política, de la realeza, de la
diplomacia, de la cultura…
En muchas ocasiones, ella no podía acompañarle en esos viajes. Un día le
externó, por carta, un temor que tenía:
“ - ¿No te olvidarás de mí que soy una provincianita, en medio de tus princesas y
embajadoras?”
Él respondió de modo contundente:
“ – Olvidas que me he desposado contigo para amarte?”
Es decir, Bismarck le dijo que se había casado con ella no porque la amaba
cuando eran novios o de recién casados, sino que le comunicó lo que pensaba
sobre esa unión matrimonial, en el tiempo presente y mirando hacia el futuro: “me
he casado contigo para amarte por siempre”.
El amor debe ser una decisión para toda la vida. Al formar un hogar y una familia
se consolida una comunidad de vida en la que los esposos se comunican los
anhelos, las ilusiones, los ideales; en definitiva, la totalidad del ser y la existencia.
No caben las desconfianzas ni los recelos. Tampoco se deben dar cabida a los
resentimientos ni rencores. Todo ser humano tiene defectos y equivocaciones.
Uno de los cónyuges puede pasar por un mal rato en su carácter o un estado de
ánimo menos amable. Pero se impone siempre la inmensa capacidad de
perdonar, comprender y disculpar, si surgieran esos naturales roces que genera
toda convivencia.
La fidelidad de los cónyuges es lo que más los llena de alegría, lo mismo que los
hijos y los nietos. Paladean todos esos años que vivieron juntos, desde que se
conocieron. Luego cuando se pusieron de novios e iban a fiestas y bailes.
La vida misma les enseñó a apreciar otras realidades que habitualmente no
aparecen en los anuncios publicitarios. Por ejemplo, que la felicidad está en cuidar
los pequeños detalles de afecto, en las manifestaciones de cariño cotidiano, en
procurar la paz y armonía en el hogar, en tener un mismo corazón y un mismo
espíritu para sacar adelante a la familia y juntos compartir alegrías y tristezas.
Porque los esposos están llamados a sumar sus capacidades, ayudarse en sus
limitaciones y armonizar sus esfuerzos.
Es en los momentos difíciles cuando se consolida y acrisola ese amor conyugal.
Es entonces cuando se arraigan en los corazones la entrega mutua y el cariño,
porque el verdadero amor no busca su propio provecho de manera egoísta, sino
que se orienta siempre al bien de la persona amada. Como escribía el literato
francés, Antoine de Saint-Exupéry: “Amar es mirar juntos en la misma dirección”.
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