viernes, 30 de julio de 2021
LA VACUNACIÓN CONTRA EL COVID Y LOS MIEDOS A SUS EFECTOS SECUNDARIOS
Pbro. Mario Arroyo,
Dr. en Filosofía,
p.marioa@gmail.com
Es una cuestión de confianza. La existencia de importantes grupos poblacionales que se
oponen a la vacunación contra el COVID, pone en evidencia una acentuada crisis de confianza en
las instituciones. No es banal el número de personas que se niegan a vacunarse: Estados Unidos no
llegó a la meta prevista para el 4 de julio de 2021, en gran medida porque varios estados sureños
redujeron a la mitad el ritmo de vacunación mientras que se multiplicaban por dos el número de
los contagios con la variable Delta del virus. Es decir, los antivacunas son estadísticamente
relevantes y han podido desacelerar el proceso de vacunación en un país al que le sobran vacunas.
Ahora bien, parece ser que esta es una variable del mundo COVID –nótese, no post-COVID-
, pues el virus, además de causar estragos sanitarios y económicos, ha mermado la confianza en
las instituciones y los estados. La gran cantidad de información contradictoria que circula en las
redes, el extraño manejo de la epidemia por parte de OMS, las informaciones que daban los
gobiernos en un primer momento, que posteriormente eran desmentidas por los hechos, todo ello
sumado ha generado un clima de desconfianza. No estamos en el mundo “post-COVID”, porque el
virus llegó para quedarse, no va a desaparecer por arte de magia.
El COVID ha traído consigo la desconfianza, porque todo ha sido muy extraño. Ahora esto
se está manifestando en las personas que no desean vacunarse, normalmente por alguno de estos
tres motivos fundamentales, que corren como agua en las redes sociales, y que son en ocasiones
inverificables.
Un primer grupo de los antivacunas está formado por quienes tienen miedo a los efectos
nocivos de la vacuna. En las noticias circulan ejemplos de personas que han tenido reacciones
adversas, y, en casos extremos, han fallecido por la aplicación de la vacuna. Aunque el porcentaje
es realmente irrelevante respecto de la inmensa multitud que se ha vacunado, uno nunca sabe si
será parte de la estadística fatal, o puede desconfiar de la fiabilidad de los datos oficiales y pensar
que en realidad es mucho más elevado el número, pero las autoridades sanitarias nos lo quieren
ocultar.
El otro grupo podríamos denominarlo “conspiranóico”, que tiene dos facetas diversas.
Algunos piensan que lo del COVID es un engaño, un audaz experimento de ingeniería social para
tenernos controlados y limitar nuestras libertades. Dentro de este grupo están los que de plano
niegan su existencia, o los que la admiten, pero la consideran mucho menos nociva de lo que nos
hacen creer los medios de comunicación. El segundo grupo “conspiranóico” sostiene que el COVID
sí existe, es real, pero que ha sido fabricado por no sé qué clase de poderes oscuros (desde Bill
Gates hasta Xi Jinping), para posteriormente vacunarnos. Las vacunas tendrían determinados
efectos secundarios que estos poderes de facto buscan imponer a la población mundial.
El tercer grupo lo forman aquellos que no se vacunan por motivos de conciencia. Saben
que las vacunas se han elaborado a partir de determinadas líneas celulares provenientes de fetos
abortados y ello les crea una crisis de conciencia: no puedo estar en contra del aborto y a la hora
de los problemas servirme de él, pues ello entrañaría una mentalidad pragmática y utilitarista
poco consecuente con el valor intangible de la vida. A estas personas no les hace mella que el
Vaticano se haya pronunciado a favor de vacunarse, ni que tanto Francisco como Benedicto XVI se
hayan vacunado.
¿Qué decir a todo esto? Pues pone en evidencia cómo, en plena época de la post-verdad,
la gente sigue necesitando de la verdad. El problema es que hay demasiado ruido en el ambiente,
mucha distorsión informativa, y no se puede percibir con claridad dónde está la verdad. La raíz
hebrea de la palabra verdad designa fidelidad, confianza. La verdad-confianza se ha perdido,
superada por el exceso de información incierta. El hecho de que “cada quien tenga su verdad y la
comparta” ha producido una parálisis y una perplejidad comprensibles, las cuales nos hacen más
vulnerables, proclives a ser víctimas de posturas descabelladas, como la de no vacunarse (siempre
que yo esté en la verdad y no peque de ingenuo, por confiar todavía, hasta cierto punto, en las
autoridades sanitarias).
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