miércoles, 4 de noviembre de 2020
LA FORMACIÓN DE VALORES EN LOS HIJOS
Raúl Espinoza Aguilera
@Eiar51
Un error frecuente que recuerdo en mi adolescencia, cuando algún niño o joven,
no tenía buena conducta, era que los mayores de inmediato preguntaban: “-¿En
qué escuela estudia?”
Pienso que hay que remontarse a la formación que los chicos han recibido de sus
padres, en su propio hogar.
La moderna Pedagogía habla de la “Formación Integral de los hijos”. Es decir,
señala que debe de abarcar no sólo el aspecto académico para que obtengan
buenas calificaciones sino, también y sobre todo, el inculcarles buenos hábitos,
como por ejemplo: el orden, el aprovechamiento del tiempo, la sobriedad y la
sinceridad, el esfuerzo en el estudio y el trabajo, la generosidad y la justicia, la
obediencia y el compañerismo, la responsabilidad, la alegría y el optimismo, etc.
La familia es la primera y principal escuela de virtudes y valores. En la familia se
consigue que los hijos crezcan en esos valores porque están motivados por el
verdadero amor.
Dicho en otras palabras, no crecen en esas virtudes por un mero
“voluntarismo” como “cumplir el deber por el deber mismo”. Porque llega el
momento en que el niño o el adolescente se hartan de que se le exijan cumplir
algo que no entienden ni comprenden. De ahí la importancia de enseñarles a
razonar. Que sepan que, por ejemplo, crecer en la virtud del orden redunda en su
propio beneficio.
Recuerdo que cuando estaba en la Primaria, con la ayuda y asesoría de mis
padres, procuraba hacer las tareas bien. Un día tras otro. En las materias de
Geografía, Historia y Gramática, mi madre me ayudaba. Pero en los difíciles
problemas de Matemáticas, esperaba a que llegara mi padre, un poco más tarde,
para resolverlos acertadamente. Ya después en la Secundaria me valía por mí
mismo porque se me había fomentado el hábito del estudio.
Otra norma o costumbre, era que mis seis hermanos y yo debíamos hacer, en
primer lugar, las tareas escolares y después podríamos hacer un rato de deporte
con los amigos o ver nuestro programa favorito en la televisión.
Cuando venía la temporada de exámenes trimestrales o finales, nos animaban a
poner un particular esfuerzo para obtener buenas notas. Recuerdo la alegría que
nos daba el pasar con buenas calificaciones al siguiente año escolar. Era la
consecuencia lógica de ese esfuerzo mantenido.
Algunas veces recibíamos preceptoría académica de los profesores y, en otras
ocasiones, conversaban privadamente con nuestros padres. De esta manera, se
establecía un puente de comunicación “escuela-familia” para ayudarnos a mejorar
también en la parte humana, además de la académica.
Otro aspecto fundamental es la formación en la fuerza de voluntad para conseguir
las metas que se aspiran. Me refiero, por ejemplo, si una hija o un hijo quieren
aprender a tocar un instrumento musical, practicar más un deporte para lograr
incorporarse a la selección escolar o animarse a participar en un concurso de
matemáticas, oratoria o poesía. La ayuda y el apoyo de los padres resultaba clave.
Me viene a la mente, cuando el hijo de un amigo mío mostró que tenía buen oído y
particular habilidad para tocar el piano. Se le inscribió en una academia musical y,
posteriormente, fue admitido en la orquesta del colegio. Esta orquesta de niños
viajó por varias ciudades de Estados Unidos para dar conciertos. Tanto los padres
como el hijo mostraban un gran gozo y satisfacción, además de que se crece en la
virtud de la solidaridad y el compañerismo.
Todo ser humano está llamado a ser feliz. La superación personal, la autoestima,
la alegría y la felicidad de las metas logradas forman un estrecho entramado que
conducen a la autorrealización como personas.
Otro concepto fundamental es que los hijos deben sentirse queridos en cualquiera
de las etapas de la vida en que se encuentren. A menudo ocurre que las
manifestaciones de afecto se prodigan en la infancia, pero al llegar a la
adolescencia, particularmente los padres, tienden a volverse más fríos y secos con
sus hijos varones y eso es fuente de innumerable de traumas y resentimientos. Me
contaba un amigo que no recordaba la última vez que su padre le había dicho que
lo quería, sino cuando estaba agonizando. Y esto me lo contaba con lágrimas de
dolor.
Sin duda, la mejor herencia que se puede dejar en los hijos es que tengan una
mentalidad optimista y alegres frente al mundo y a la vida porque el ejemplo de los
padres ayuda a educar bien. En cuanto a la generosidad, tengo muy grabado el
recuerdo de un buen amigo mío que hacia el mes de noviembre, les decía a sus
hijos:
“-En diciembre –como todos los años- vamos a repartir ropa, buenos juguetes y
dulces a los niños huérfanos. Vayan separando todo lo que piensen que se podría
regalar, pero ¡qué esté en buen estado! Y despréndase de algún juguete que les
guste especialmente porque eso les ayudará mucho a ustedes y a todos.
Efectivamente, llegando la fecha acordada y que sus hijos veían los rostros llenos
de alegría de los pequeños huérfanos, comentaban:
-“¡Qué feliz me siento! –comentaba la más pequeña- porque entregué esa muñeca
que tanto me gusta a una niñita”. Y otro hijo decía: “¡Regalé un buen balón de
futbol a un pequeño que noté que nunca le habían regalado algo parecido y con su
cara de felicidad me sentí más contento yo que él!”
En conclusión, la formación de los hijos es una tarea que no termina nunca y los
frutos se aprecian y aquilatan a la vuelta de los años.
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