miércoles, 14 de octubre de 2020

DON MANUEL ÁVILA CAMACHO: UN PRESIDENTE RECONCILIADOR DE LA UNIDAD NACIONAL

Raúl Espinoza Aguilera @Eiar51 La Revolución Mexicana (1910-1920) trajo al país mucha inestabilidad política, económica y social. Venustiano Carranza, Emiliano Zapata y Francisco Villa asolaban a la Nación de modo violento y cruento. Hubo muchos gobiernos que duraron poco tiempo y pronto caían y sucedían otros y otros. La moneda se devaluó hasta niveles increíbles. Las industrias estaban paradas, lo mismo que las obras públicas. La agricultura, detenida y el ganado a menudo era robado. Ante tal situación de anarquía y caos, muchas familias de la capital optaron por trasladarse a vivir a pueblos más tranquilos. Recuerdo que mi abuelo paterno, Wenceslao Espinosa de los Monteros, casado con Josefa Aizpuru, con quien procreó una familia numerosa, se estableció en el mineral de “Agua Caliente”, municipio de Tamazula, Durango, desde finales del siglo XIX. Tenía ganado, una huerta, terrenos agrícolas y la explotación de la mina. Al estallar la Revolución no pensó que iba a afectar a ese apartado lugar en plena sierra. Pero un día los pobladores le vinieron a avisar que Pancho Villa lo andaba buscando para matarlo. Le sugirieron que él y su familia huyeran a un sitio más seguro. En efecto, al día siguiente, llegaron parte de las tropas de Villa y quemaron prácticamente todo, hasta su casa y una pequeña iglesia que había construido. Don Wenceslao esperó prudentemente hasta asegurarse que el peligro había pasado. Bajó de nuevo al mineral y reconstruyó casi todo. Pasaron alrededor de dos años y los pobladores le fueron a avisar que otra vez andaba Villa asolando poblados y que se dirigía hacia “Agua Caliente”. Preocupado mi abuelo decidió viajar hasta Culiacán, Sinaloa. Allá se enteró que su propiedad no había quedado nada aprovechable y ya no regresó. Este es un pequeño “botón de muestra” de lo que ocurrió con muchos ciudadanos. Y se fueron a radicar a otras poblaciones a comenzar desde cero. Con la elección de Álvaro Obregón como presidente, en 1920, la violencia se fue calmando. Pero los levantamientos militares eran continuos y hubo que apaciguarlos, porque dichos generales querían la silla del poder presidencial. Con los siguientes presidentes como Plutarco Elías Calles, Pascual Ortiz Rubio, Emilio Portes Gil, Abelardo L. Rodríguez continuaron los levantamientos militares y tuvieron que reprimirlos en forma violenta. No obstante que Elías Calles se había autonombrado como el “Jefe Máximo”, la agitación social y política continuaba. Hacia los años treinta, que designado el general Lázaro Cárdenas como presidente de 1934 a 1940. Continuó la persecución religiosa, el populismo; se pensó ciegamente que la solución agraria se encontraba en repartir miles de tierras a los ejidatarios, pero fue un tremendo fracaso. Se declaró que la educación en las escuelas era socialista, laica y atea, lo cual generó un gran descontento social. Finalmente, en 1940 hasta 1946, la balanza se inclinó por un hombre conciliador como presidente, el general Manuel Ávila Camacho. Desde los inicios de su gestión se declaró “creyente” y eso calmó los ánimos. También hizo modificaciones a la Ley de educación y retiró los adjetivos de “socialista y atea” y permitió que fueran reconocidos los colegios católicos en todo el país. Se permitió abiertamente la libertad de culto. Y fue denominado como el “Presidente Caballero”. Su principal labor consistió en recuperar la paz social, impulsar a la industria, apoyar a las empresas, lograr la confianza ciudadana. Prácticamente canceló los repartos agrarios al observar el fracaso mencionado y se dedicó a impulsar a los pequeños agricultores, otorgándoles un documento que garantizara la inafectabilidad de sus terrenos. En medio de esto, le tocó el estallido de la Segunda Guerra Mundial y debido a que submarinos alemanes hundieron a dos buques mexicanos declaró la guerra al Eje Berlín-Roma-Tokio. Con esta medida se ganó la simpatía de las fuerzas aliadas. Desde el punto de vista económico, esta Guerra Mundial benefició a la economía de nuestro país ya que Estados Unidos compraba prácticamente todo lo que la Nación producía: alimentos, algodón, diversas semillas y otras manufacturas. Vino una era de aceleramiento de la economía y pacificación nacional. Los ciudadanos cerraron filas en torno al Primer Mandatario al declarar la guerra al Eje. Las fuerzas aéreas participaron activamente, al lado de Estados Unidos, enviando el Escuadrón 201 para liberar la isla de Luzón, Filipinas y atacando también otras posiciones japonesas. Quizá uno de los hechos más admirados hacia el presidente Ávila Camacho fue que logró la reconciliación de los expresidentes. El antecedente fue que el general Lázaro Cárdenas, en 1936, ordenó la expulsión inmediata del país de Plutarco Elías Calles. Y éste quedó bastante resentido y quería la venganza. En un suceso sin precedentes, fue que Ávila Camacho desde el balcón de Palacio Nacional, ante la presencia de Plutarco Elías Calles, Pascual Ortiz Rubio, Emilio Portes Gil, Abelardo L. Rodríguez y Lázaro Cárdenas, leyó un histórico discurso convocando a la reconciliación nacional, ante una gran multitud ahí reunida. Los exmandatarios hicieron las paces (al menos externamente). También, días después aprovechó para dictaminar que ya no hubiese militares involucrados en la política, sino que fuera dominio de civiles. Así fue como el siguiente presidente fue un abogado, el Licenciado Miguel Alemán Valdés. Y desde ese año 1946 a 1952, ya no hubo más militares que quisieran dar golpes de estado. Fue un modo inteligente de erradicar la violencia e impulsar el desarrollo y el progreso del país. Pienso que a Don Manuel Ávila Camacho los mexicanos le debemos más de lo que a simple vista parece. Nunca quiso ser un hombre ególatra ni protagónico, sino que fue el mandatario que se necesitaba: reconciliador, pacífico, visionario, sereno, sencillo, ecuánime y equilibrado. Su labor como gobernante –en tan sólo seis años– cambió de forma importante el destino de nuestra Patria.

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