sábado, 19 de septiembre de 2020

LA PATRIA Y LA VERDAD

Pbro. Mario Arroyo,

Doctor en Filosofía.

pmarioa@gmail.com


Nos acercamos bastante a los dos siglos de andadura como nación. ¿Serán suficientes para

mirar nuestra historia sin complejos, con madurez y perspectiva? O seguiremos cómodamente

instalados en mitos, símbolos y figuras que no dejan de ser hermosos, es verdad, pero que

lamentablemente son falsos. Se trata de una historia reconstruida y contada con una finalidad

precisa: transmitir un fuerte sentido de pertenencia, un santo orgullo nacional y forjar así una

nación. Con la nación ya forjada, a dos siglos de su nacimiento, ¿tendremos el valor de mirar la

verdadera historia, no la reconstruida con una noble intención, sino la simple y prosaica realidad?

¿Estamos preparados para aceptar la sobria realidad o preferimos el mito, a la par

hermoso y falso? ¿Queremos que nos cuenten una historia auténtica o preferimos una leyenda

dorada, plagada de ídolos eternos, intangibles e ideales? ¿No será el momento de enfrentarnos a

los verdaderos protagonistas de la historia, hombres reales, de carne y hueso, con sus grandezas y

sus miserias, con sus aciertos y sus errores? En el año 2000, para celebrar con verdad el jubileo,

San Juan Pablo II realizó una purificación de la memoria, en la que expresamente pedía perdón por

los errores y culpas del pasado. Con una décima parte de esa historia, con apenas dos siglos,

¿estaremos preparados para realizar nuestra propia purificación de la memoria? Sería realmente

notable que nosotros pudiéramos realizar en doscientos años lo que a la Iglesia le costó dos mil.

Aceptar nuestra identidad, reconciliarnos con nuestro pasado, con nuestras raíces.

No significa que dejemos de estar orgullosos por ser mexicanos, sino de que no

necesitemos mentiras piadosas para estarlo. Es mejor estar orgulloso de la realidad, por incómoda

y prosaica que pueda parecer, que de la ilusión, por maravillosa que sea. Quizá todavía no lo

estamos, quizá doscientos años sean todavía poco tiempo, quizá no haya fraguado aún el sentido

de pertenencia y de unidad, quizá nos falta todavía madurez histórica y no somos capaces de

resistir aún la cruda realidad.

¿Qué ventajas tendría?, ¿cuál es la utilidad de hurgar en nuestro pasado, buscar la verdad

y no contentarnos con el discurso prefabricado de siempre, que nos exalta y enardece lo suficiente

durante los días patrios? Que los mexicanos nos merecemos una explicación, no solo nos la

merecemos, sino la necesitamos. ¿Cómo explicar, si no, nuestra triste realidad? ¿Cómo es posible

que un pasado glorioso haya producido un presente doloroso? ¿La violencia irracional, la

corrupción generalizada surgieron de la nada, como hongos, sobre unos orígenes de impecable

virtud y heroísmo? ¿En qué momento nos acostumbramos a estos tristes vicios?, ¿cómo

surgieron?

Necesitamos conocer la historia real, para tener un diagnóstico preciso de las causas de

nuestros problemas presentes. No vamos a erradicar los cánceres de la violencia y la corrupción

diciéndonos una y otra vez que somos los mejores; nuestros problemas, bien reales y presentes,

no van a desaparecer porque les demos las espaldas. Pero esos problemas actuales tienen una

genealogía, y desentrañarla supone enfrentarnos a nuestro pasado real, con sus vicios y fracturas,

por doloroso que nos parezca esa toma de conciencia. Parafraseando a Vargas Llosa, deberíamos

preguntarnos, “¿en qué momento se fastidió México?” No para lamentarnos, sino para poderlo

arreglar.


¿Podemos digerir la historia o debemos seguir viviendo de la mitología? ¿Podemos

reconocer a quienes consumaron la independencia –Agustín de Iturbide- o lo seguimos

proscribiendo por sus filiaciones políticas? ¿Podemos reconocer y pedir perdón por las masacres

innecesarias del Padre de la Patria, o la violencia irracional puede ser buena, dependiendo de

quién la realiza? ¿Cómo explicar que todos los protagonistas de la Revolución Mexicana son

héroes, pero todos se mataron entre ellos? ¿Podemos asumir la historia real, con amor y respeto,

para conocer bien las raíces de nuestros logros y de nuestros problemas o todavía es prematuro?

Al acercarse los doscientos años de nuestra andadura como nación, vale la pena preguntárnoslo.

La verdad puede ser dolorosa, quizá menos gloriosa, pero tiene la ventaja de ser real. Hoy la patria

necesita la verdad, no la ilusión.

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