Mtro. Rubén Elizondo Sánchez,
Departamento de Humanidades de la
Universidad Panamericana. Campus México.
rubeliz@up.edu.mx
Asumieron la cultura grecolatina cristiana como una convicción esencial para el desarrollo en general. Por esto, me atrevo a señalar que el pensamiento cristiano supera al griego, pero en ningún momento supone desavenencia alguna con éste último.
La razón en la filosofía implícita, la que ejercemos de modo natural por ser humanos no es irracional o contra-racional. Está repleta de intuiciones, sensibilidad y experiencias. Es supraracional porque el entendimiento natural, por sí solo, no puede acceder a muchas verdades de la revelación cristiana. Es una razón dañada, ayudada por la Revelación.
La razón en la filosofía explícita no expresa resonancias sensibles, como tampoco experiencias personales ni emotividad; su afán es claramente teorético e indispensable. Y también se ejerce por medio de la misma razón dañada, pero no corrompida.
Abordar la relación entre fe y razón supone, a mi parecer, la pasión por la verdad en su conjunto. Deseo introducir un elemento nuevo para comprender mejor esta significación: El agua quita la sed, pero el hidrógeno o el oxígeno separados de su proporcionalidad no quitan la sed. El agua quita la sed en virtud de la relación cuantitativa de los elementos que la forman, pero también en virtud del orden impreso en su propia naturaleza y del orden establecido en nuestra naturaleza humana.
La verdad en su conjunto se encuentra en el conjunto de la verdad. Con esta enunciación de Perogrullo (Obras Escogidas) pretendo despertar la curiosidad sobre la importancia de la unidad del saber.
El Sumo Pontífice contrasta el ambiente del saber clásico con el giro, por una parte, que se produce con el advenimiento de la modernidad como proceso de fragmentación del saber y, específicamente, fragmentación del entendimiento entre fe y cultura; por otra, describe el ambiente enrarecido de nuestro tiempo teñido por la filosofía de la sospecha el cual dificulta la especulación.
En cierto sentido la sospecha, el recelo y la duda se anclan en la razón moderna que cree bastarse a sí misma, y rechaza como carente de valor y significado cuanto no pueda descubrir por sí sola con seguridad y claridad.
“No es exagerado afirmar que buena parte del pensamiento filosófico moderno se ha desarrollado alejándose progresivamente de la Revelación cristiana, hasta llegar a contraposiciones explícitas. En el siglo pasado, este movimiento alcanzó su culmen. Algunos representantes del idealismo intentaron de diversos modos transformar la fe y sus contenidos [...] en estructuras dialécticas concebibles racionalmente.
A este pensamiento se opusieron diferentes formas de humanismo ateo, elaboradas filosóficamente, que presentaron la fe como nociva y alienante para el pleno desarrollo de la racionalidad” (S. Juan Pablo II, Fides et ratio, n.46).
Hoy más que nunca la razón necesita de la fe.
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