P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
Recientemente se han viralizado las fotografías de una serie de sacerdotes y religiosas arrestados en Estados Unidos por manifestarse pacíficamente en el Capitolio, protestando por el trato brindado a los migrantes, particularmente a niños. Se trataba de una actividad promovida el pasado 18 de julio, “Día de Acción Católica”.
Mostraban así, con esa pacífica forma de activismo, cómo la preocupación de la Iglesia por la dignidad humana va mucho más allá de la defensa de la vida frente al aborto o la eutanasia, y la defensa de la familia, diversificándose en multitud de rubros, como la pobreza, el cuidado de los enfermos, la atención a los ancianos, el combate a la trata de personas y, por qué no, la crisis migratoria.
De hecho, Francisco ha celebrado la santa Misa pidiendo especialmente por los migrantes, mostrando así, cómo el activismo va respaldado por la oración.
Quizá sea oportuno hacer el hincapié en este aspecto, precisamente porque las críticas superficiales e infundadas que se difunden sobre el catolicismo, explotan el falso cliché de que los católicos pro-vida se preocupan mucho del embrión, pero una vez que nace se desentienden de los pobres y los que sufren. Nada más falso y tendencioso.
La institución que globalmente hace más por los pobres y los enfermos es la Iglesia católica, pero particularmente durante el pontificado de Francisco, se ha puesto particular acento en tres temas: la trata de personas, las condiciones infrahumanas de trabajo y el cuidado y defensa de los migrantes. La manifestación tenida en Washington sigue a esta preocupación.
Ahora bien, la Iglesia Católica como institución y las personas católicas a título personal, en el ejercicio de sus derechos y compromisos ciudadanos, normalmente no eligen la protesta activista –legítima, necesaria- sino la callada y eficaz ayuda que, sin resolver totalmente el problema, lo alivia, dando cobijo y esperanza a multitud de personas humanas.
Baste, a modo de ejemplo, la simple enumeración de lo que la Iglesia Católica en México realiza a favor de los migrantes centroamericanos que intentan entrar en Estados Unidos.
La Iglesia sostiene en México 75 casas para migrantes: 25 en la frontera sur, 12 en el centro del país y 38 en la frontera norte. Cada una de ellas presta uno o varios de los siguientes servicios: módulos de atención al migrante deportado (13 casas), albergues para mujeres y niños (5 casas), comedores (las 75 casas), dispensarios médicos (las 75), albergues para mayores de edad donde los acogen hasta por una semana en su camino a la frontera (48 casas), siete de ellas tienen brigadistas que llevan comida y apoyo a las vías del tren o a otros espacios comunes, por último, cuatro de ellas tienen un centro de investigación y documentan el fenómeno migratorio, recogen las historias de estas personas que no son estadísticas, sino rostros de carne y hueso que luchan por un futuro mejor, seres humanos semejantes a nosotros. Sobra decir que muchas de ellas operan los 365 días del año, las 24 horas del día, atendiendo diariamente de 15 a 800 personas.
Es decir, el apoyo que brinda la Iglesia no se queda en la protesta, menos aún en la verborrea política o en el activismo de las redes, sino que beneficia a personas concretas, con historias interesantes y dramáticas.
Hace poco, el obispo de Matamoros, ciudad fronteriza, me comentaba que la salvadoreña, esposa y madre respectivamente, del migrante ahogado junto a su hija al intentar cruzar la frontera, cuya triste foto también se hizo viral, causando la indignación internacional, estaba alojada en una de las casas para migrantes de su diócesis.
Es decir, estaba en primera línea, atendiendo a las personas que sufren, sin importarle, por ejemplo, que esa buena mujer no fuera católica sino evangélica practicante.
A ello hay que unir, aunque no forme parte de la estadística, lo que los católicos hacen a título personal. Quizá las más famosas en este rubro sean “las Patronas”, esas buenas y abnegadas mujeres que desde hace años alimentan a los migrantes que cruzan México, subidos como polizones al tren de carga conocido popularmente como “La Bestia”. Comenzaron hace más de 25 años, cuando un niño les pidió de favor comida. Vieron que estaba solo y era migrante, lo alimentaron, descubriendo que cada día pasan cientos en el tren.
Desde entonces se organizaron un grupo de señoras que diariamente, 365 días al año, reparten de su propio peculio cientos de comidas en bolsas para los desconocidos que cruzan el país en busca del sueño americano ("dreamers", les llaman en E.U.). La sencilla cocina que reparte tanto alimento, está presidida por una imagen de la Virgen de Guadalupe.
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