Alejandro Cortés González-Báez,
Los niños pequeños pueden seguir los argumentos cuando se les anima a fijarse en cómo, cuando sus papás los llevan a la tienda les piden que les compren algo: unas galletas, un chocolate, o lo que sea, pues aparece la palabra “cómprame”, pero ellos nunca dicen: “cómpranos”, pues no piensan en sus hermanos, sólo en ellos y eso es una clara manifestación de egoísmo.
Por otra parte, los hijos nuca les compran a sus papás nada, y bien podrían regalarles un refresco con su propio dinero.
Muy cerca de donde vivo hay dos escuelas que tienen Kínder y me llama poderosamente la atención que en las horas de recreo es frecuente escuchar los gritos de los niños; pero no son gritos como los de los partidarios de un equipo cuando su equipo mete un gol, sino que son gritos muy agudos —lógicamente— de quienes juegan competencias para ver quién grita más fuerte contagiando a los demás en una práctica de escándalo inmotivado. Me atrevo a calificar esa forma de gritar como histérica.
No es ningún secreto que estas instituciones son negocios y, a veces, muy buenos negocios, donde se recibe a los infantes desde los dos años en los grupos llamados: ¡“maternal”! donde precisamente las madres ¡están ausentes! He aquí la primera incongruencia.
A nadie le extraña oír hablar de la famosa “estimulación temprana”, pues se promueve la idea de que si los niños son estimulados a temprana edad estarán mejor capacitados para los estudios y, por consiguiente, para la vida.
Aquí cabe una pregunta: ¿Realmente es beneficiosa esta práctica? Personalmente me inclino a pensar que, ni mucha estimulación, ni muy temprana.
El rol de las mujeres en la actualidad las lleva a dejar a sus pequeños en las guarderías, y todos comprobamos la disminución del tiempo de convivencia familiar, asunto que necesariamente deja secuelas para el resto de la vida.
Los padres ausentes y las madres comprometidas en actividades profesionales y sociales. Además, cada vez que le preguntamos a un adulto cuál es su jerarquía de valores, la respuesta siempre es: Para mí, lo primero es mi familia.
Valdría la pena evaluar el comportamiento y las virtudes de los adolescentes para descubrir que en algo nos estamos equivocando.
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