Dra. Rebeca Reynaud,
estudiosmujer01@hotmail.com
Uno de los grandes retos de la familia actual es tratar de comer juntos y tener momentos de conversación. Al menos se ha de procurar hacer una comida al día juntos, ya que vivimos bombardeados por trabajos y entretenimientos que puede quitar estos preciosos momentos del arte de convivir en familia y con los hijos.
Hay que planear los temas de conversación (temas actuales, trabajo, estudio, amistades, historia, lecturas, deportes, exámenes, etc.) y saber preguntar a cada uno cómo le fue durante el día e interesarse por los detalles más pequeños.
Pocos lugares son tan buenos para educar a los hijos como la mesa de comidas, allí aprenden a conversar. Allí los padres también enseñan a sus hijos las buenas maneras y a preocuparse los unos por los otros, a compartir, a conocerse y amarse.
Si la madre les prepara la comida con detalle, los hijos se empiezan a sentir que valen. Es importante que los hijos se sepan apreciados y tenidos en cuenta. Además, comer en familia lleva menos riesgos de sobrepeso.
G.K. Chesterton escribía: “Yo he conocido muchos matrimonios felices pero ni uno solo compatible. Toda la mira del matrimonio es combatir durante el instante en que la incompatibilidad se hace indiscutible, y sobrevivirlo”.
Y es verdad, el mito de que hay incompatibilidad de caracteres se inventó cuando no se tienen argumentos sólidos para romper y se carece de valentía para decir que en algo debemos cambiar o ceder.
Cada uno de nosotros somos distintos, más o menos egoístas. Es preciso poner empeño para salir de ese angosto mundo del egoísmo y descubrir la grandeza y la paz de centrar la propia vida en los demás.
Reducir matrimonio a una cuestión “erótica sexual” es remitirlo a una cuestión corporal sexual. Eso no es el matrimonio.
Decía el cardenal Joseph Ratzinger: la sexualidad se ha trivializado, se ha banalizado porque se ha reducido al placer, pero la sexualidad es un misterio muy grande, incluso es un misterio sagrado porque es un proyecto de Dios de crear al hombre para el amor, es un modo de participar de la realidad de Dios.
Tiene su plenitud en el amor divino, pero cuando la sexualidad se separa del amor, se hace trivial y se convierte en un objeto de comercio. Al separarse del amor se separa de la vida y lleva a la “cultura de la muerte”.
La cuestión de la relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano. No puede separarse de la pregunta: ¿Quién soy? Y esta pregunta, a su vez, no puede separarse del interrogante: ¿Existe Dios?, y, ¿Quién es Dios?
La respuesta de la Biblia a estas dos preguntas es unitaria: el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por este motivo, la vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama.
Las diferentes formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el «matrimonio a prueba», son expresiones de una libertad anárquica. Una ‘libertad’ así se basa en una banalización del cuerpo, que inevitablemente incluye la banalización del hombre.
Somos corresponsables del futuro de la humanidad; porque el futuro de la humanidad nace y crece en la familia”.
G.K. Chesterton escribía: “El lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina, ni un comercio, ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia.
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