Sin duda, se trata de uno de los hombres más influyentes en la Historia Moderna. Nació en Blenheim en 1874 y falleció en Londres en 1964. Es sorprendente la cantidad de participaciones militares que tuvo en la India, Sudáfrica (la Guerra de los Böeres), Sudán, en Francia durante la Primera Guerra Mundial y, sobre todo,
su determinante papel en aquellos beligerantes años de la Segunda Guerra Mundial. Posteriormente, su figura destacó durante “La Guerra Fría”, cuando los países aliados tuvieron que hacer frente común contra los virulentos afanes expansionistas del marxismo-leninismo de la U.R.S.S. (Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas) en la época de la Posguerra.
Fue el primer estadista en denunciar que el Comunismo mantenía un “Telón de Acero” y tenía esclavizados a muchos países europeos.
Fue militar, político, estadista, periodista (ejerció el oficio varios años como corresponsal de guerra), escritor prolífico y orador brillante al punto que le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1953.
Ha sido famoso por sus frases célebres que han pasado a la historia. En los primeros años de su carrera como político y legislador tuvo sonados fracasos, pero nunca se dejó llevar por el desaliento sino que siguió adelante, con constancia y optimismo, a pesar de las numerosas adversidades.
Sobre estos hechos, escribió con sabiduría: “El éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”. (…) “El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar”. (…) “El optimista ve una oportunidad en toda calamidad, el pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”.
Sin duda, su formación militar y sus destacadas cualidades como estratega, le atemperaron un carácter fuerte, recio, perseverante, intrépido, audaz e indomable.
Churchill fue un político visionario, particularmente cuando Adolfo Hitler (1889-1945), quien encabezaba el Partido Nacionalsocialista Obrero (Partido Nazi), asumió el poder de Alemania como Canciller, en 1933, y como el Führer –líder máximo- al año siguiente, instaurando un régimen totalitario de corte fascista hasta
1945. Sus primeras medidas fueron encaminadas a rearmar militarmente al país teutón con el principal propósito de cumplir sus planes hegemónicos sobre los territorios de las naciones de Europa.
Reiteradamente Winston Churchill -desde principios de los años treinta- denunció la amenaza que representaba para las libertades democráticas de Occidente, el afán de Hitler por imponer a lo largo y a lo ancho del Continente su “Tercer Reich” o su “Nuevo Orden”.
Pero la gran mayoría de los políticos ingleses se inclinaban por mantener la paz y las buenas relaciones con Alemania, sin importar el costo político. Lo cierto es que Adolfo Hitler tenía una imagen de estadista poderoso, sanguinario, cruel e implacable, por eso era tan temido.
Pero el primero de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia y se desató la Segunda Guerra Mundial. Pero hay un hecho histórico poco conocido. Sucedía que Alemania había emprendido “La Guerra Relámpago” dirigida a invadir con sus arrolladoras fuerzas militares a los países occidentales. Para junio de 1940, el ejército alemán había ocupado Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia.
Sin embargo, Estados Unidos se negaba a entrar en la conflagración mundial. En mayo de 1940, Churchill se convirtió en el Primer Ministro de Gran Bretaña. Y esta nación tuvo que sufrir los embates nazis completamente sola. El estadista inglés mantuvo una férrea postura de resistir y atacar a los bombarderos y cazas nazis con la Fuerza Aérea Inglesa (RAF). Se denominó como “La Batalla de Inglaterra”.
En ella tuvo un papel decisivo el genio militar, la determinación y la audacia de Churchill que mantuvo la moral en alto de sus tropas y todos los ciudadanos ingleses, que a la postre se convirtió en la primera victoria de Inglaterra frente a Alemania.
Fue célebre su discurso ante la Cámara y difundido simultáneamente a nivel nacional por la radio, el 4 de junio de 1941, cuando enardeció los ánimos y llenó de esperanza a su pueblo, a las fuerzas armadas y tuvo una enorme repercusión en Gran Bretaña y en muchos otros países del orbe.
En esa pieza magistral de oratoria, quedaba patente el arrojo y la valentía de su carácter, así como su liderazgo ejercido en la hora más dramática y decisiva para salvaguardar las libertades democráticas de Inglaterra y, como se comprobaría más tarde, del resto de las naciones de Occidente. Decía con vehemencia: “Combatiremos en los mares y los océanos, combatiremos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; combatiremos en las montañas; pero no nos rendiremos jamás”.
Con el famoso “Día D”, el 6 de junio de 1944, miles de soldados aliados desembarcaron en playas francesas de Normandía, bajo la “Operación Overlord”, y comenzaba así el derrumbe del “Tercer Reich” alemán. No cabe duda que, sin la firme y enérgica oposición de Churchill frente a Hitler, y luego de los países aliados, hubiera cambiado el panorama de la geopolítica mundial.
Raúl Espinoza Aguilera,
raul.espinozaaguilera@yahoo.com
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