En cualquier caso, si siempre ha desarrollado una función de referencia, queriéndolo o no, recientemente Hollywood se ha arrogado la función de decirnos qué está bien y qué está mal, funcionando, en la práctica, como una plataforma desde la cual se proclaman los “valores” de lo “políticamente correcto”, para que nadie pueda excusarse en la ignorancia.
Se ha convertido en una especie de carta magna pública del political correctness, una conciencia mundial. Curiosamente lo hace mientras padece una de las más hondas crisis morales y de credibilidad en su historia, gracias a los escándalos de abusos sexuales que se han desatado en su
seno (Harvey Weinstein y un largo etcétera), al ponerse en evidencia toda una estructura de corrupción sexual y de abuso prepotente del poder a socaire del cine.
Al mismo tiempo -no se dice por ser “políticamente incorrecto”-, tal escándalo muestra hasta qué extremo han estado dispuestas las actrices a renunciar a todo, con tal de conseguir el anhelado premio de la fama.
El caso es que las entregas de los premios Oscar ya no son un simple certamen cinematográfico, un espectáculo de entretenimiento. Desde hace unos años son también una clase de adoctrinamiento, donde aprendemos los valores en boga de la sociedad americana biempensante.
Todo comenzó con la polémica sobre el racismo, por no haberse entregado estatuillas a los artistas de color. Se estableció implícitamente el principio de que debería cubrirse
una cuota racial que privilegie a las minorías.
Bien mirado es una forma indirecta de discriminar, pues no tratan por igual a la persona de color. Ya no sabrá el galardonado si recibe el premio por su talento, o simplemente por tener un color de piel determinado.
La entrega de reconocimientos se somete así a criterios extraños a la cinematografía. El caso llega a patologías tales como el absurdo de Emma Watson al pedir perdón por ser blanca; ahora debemos pedir perdón por ser hombres.
Después ha venido la fiebre del “Me too”, que partiendo de una denuncia necesaria: la corrupción moral de los creadores de lo políticamente correcto, ha llegado a extremos ridículos.
El efecto péndulo o la venganza, o el aprovecharse de la ola del momento no se han dejado esperar.
La entrega de los premios se vuelve una ocasión para dar visibilidad a esos reclamos, pero con muy poca coherencia de fondo.
Y así, el mismo Hollywood que farisaicamente se rasga las vestiduras por piropos inoportunos ha defendido durante décadas al violador de menores Roman Polanski.
La presente entrega no dejó pasar la oportunidad de enseñarnos como debemos pensar.
“Una mujer fantástica”, como mejor película de habla no inglesa enarbolo la bandera transgénero. Daniela Vega su protagonista fue la primera presentadora transgénero de la historia, que aderezó convenientemente su discurso con el típico argumento sentimental, invitando a “sentir amor”, lo que a todos cae bien. Obviamente sólo se puede apelar a las teclas sentimentales, pues tal campaña supone una dolorosa claudicación de la razón y el sentido común.
También Hollywood da su primer tímido paso para normalizar la pedofilia. En efecto, “Call Me by Your Name” se llevó su estatuilla. ¿Es imposible el amor entre un hombre y un chico de 17 años?, ¿vamos a satanizar a alguien por eso?, ¿por qué la arbitraria barrera de los 18 años? Desde siempre se sabe que “el amor no tiene edad”, y que no importa si es hombre y mujer, hombre con hombre, mujer con mujer, o adulto con menor. Lo importante es que sea amor.
Ya nos están induciendo a mirar con otros ojos este tipo de realidades, a las que seguramente cambiarán de nombre: la pedofilia pasará a llamarse “amor intergeneracional”.
La excelente película ganadora “La forma del agua” cubre también la cuota de género presentado como buenos de la película a un homosexual simpático y a una mujer de color. ¿Podría haber sido un sacerdote el bueno de la película?, ¿si en "Call Me by Your Name" hubiera sido un religioso, en lugar de historia de amor hubiera sido de abuso? No lo sé.
Si sé que no todo está podrido en Hollywood, aunque sea solo para dar un golpe a su archienemigo Trump y sus odiosas políticas racistas y migratorias.
“Coco” se llevó, bien merecidas, dos estatuillas, siendo una película que exalta maravillosamente el valor de la familia, particularmente de los ancianos. Dice cinematográficamente lo que Francisco no se cansa de repetir al denunciar la cultura del descarte e invitar a redescubrir el valor de los abuelos.
P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
Excelente....gracias
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