Recientemente (21-VII), un interesante artículo del New York Times (Don’t Believe in God? Maybe You’ll try U.F.O.s) hacía notar cómo, a pesar de que aparentemente se reduzca el número de personas que practican una religión organizada, permanece en cambio la actitud religiosa en ellas, o “mente religiosa” como la llama. Es decir, siguen siendo creyentes, pero de otra índole.
En efecto, las personas tienen necesidad de encontrar el sentido de las cosas, el sentido de la vida, el significado de la muerte. Esa inclinación persiste, aunque se haya abandonado la práctica de un
credo religioso organizado. Cuando una persona deja de ser religiosa, permanece, generalmente, la inclinación a buscar el sentido de las cosas más allá de lo tangible: en lugar de creer en Dios, prefiere creer en los ovnis, como un modo de recuperar el sentido perdido.
Ya lo dice la sabiduría popular. “Quien no adora Dios ante cualquier ídolo se arrodilla”. No creen en Dios, pero creen, así, creen, en los ovnis. Según la investigación, los ateos son dos veces
más propensos a creer en ovnis que los creyentes. El porcentaje se eleva también respecto a los que creen en fantasmas o poder mantener contacto con los muertos. Digamos que la necesidad de
buscar un sentido y un significado se acentúa en quien ha abandonado la práctica religiosa; o más bien deberíamos reconocer que la religión institucional viene a ser sustituida por otras formas
pseudo-religiosas. Es decir, una cosa es abandonar la práctica religiosa y otra prescindir de la inclinación religiosa.
Esta permanencia de la actitud religiosa no es patrimonio de los conversos al ateísmo de perfil sencillo. Digámoslo así, gente de pueblo que mantiene nostalgia por lo espiritual. Por el contrario, puede observarse en científicos de alto nivel.
Así, por ejemplo, Carl Sagan, siendo joven, llegó a exclamar que “¡Jesucristo era extra-terreste!”. Para su hijo Dorion Sagan, la búsqueda de la vida extra-terrestre ocupa el lugar de la religión en la era secular. Curiosamente Carl Sagan cree en los extra-terrestres y al hablar de ellos supone que tienen un carácter cuasi-divino y bondadoso, pensando que nos conducirán a una edad de oro y de plena racionalidad.
Detrás de todas estas curiosas subversiones del fenómeno religioso descansa un hecho humano fundamental. El papel que tiene la fe en general (no la fe teológica), en el conocimiento humano, el cual siempre supone cosas que no demuestra, y no puede ser de otro modo, precisamente porque no todo es demostrable.
Epistemológicamente necesitamos de la fe para que el conocimiento funcione, de hecho la fe es un acto del conocimiento. La ciencia misma descansa en una fe, en algo que cree y no demuestra, en sus presupuestos filosóficos. A saber, que el universo es racional, que podemos conocer ese orden y que vale la pena el esfuerzo.
Querer huir de la fe viene a ser entonces, muchas veces, una actitud moral. Una manifestación de orgullo. Hacernos la ilusión de no depender de nada más que de nuestras propias manos. Pero rápidamente nos volvemos a encontrar con las realidades que dan origen al fenómeno religioso en general: la conciencia de nuestra finitud y de nuestra limitación, la acuciante necesidad de sentido y significado. En definitiva, la soledad absoluta a la que nos avocamos prescindiendo de Dios, y por ello, antropológica o psicológicamente, buscamos un sustituto.
Uno de moda son los marcianos. Sin embargo, en el hipotético caso de que existiesen los marcianos o extra-terrestres en general, ellos no podrían llenar el vacío dejado por Dios. En lugar de despejarse un problema:
¿cuál es el sentido de la vida?, ¿de dónde venimos?; tenemos dos problemas: ¿cuál es el sentido de sus vidas?, ¿de dónde vienen?
Digamos que podríamos quedarnos tranquilos por un rato con su descubrimiento, pero bien pensado, en lugar de resolver nuestro problema de sentido lo acentuaría. Por lo pronto, sin embargo, su existencia no pasa de una simple especulación.
El dato estadístico fuerte (no cada caso particular, obviamente), es que desaparecida la práctica religiosa no se clausura la inclinación religiosa, sino que cambia de objeto. ¿Por qué será? Quizá el viejo
Agustín pueda brindarnos la clave: “nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Ti”.
P. Mario Arroyo,
Doctor en Filosofía.
p.marioa@gmail.com
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