Raúl Espinoza Aguilera
En una reunión de expertos en
Orientación Familiar, un Doctor en Psicopedagogía comentaba: “Actualmente se
está difundiendo un grave error entre algunos padres de familia quienes afirman
que en la infancia es cuando se deben fomentar los valores y, a partir de la
adolescencia, lo mejor es dejarlos en paz y que ellos tomen sus propias decisiones
de la índole que sea”.
“¡Esa afirmación es
verdaderamente desastrosa! -continuaba. En la adolescencia y juventud, los
hijos se replantean muchas cuestiones fundamentales, como: si Dios existe o no;
si debo obedecer a mis padres o es mejor ignorarlos; ¿cuál es el sentido de la
sexualidad (¿mero placer o algo más serio y profundo?); si es una buena
“experiencia” probar drogas alucinógenas, como el L.S.D., o quizás otras
drogas, como: la marihuana, la cocaína, la heroína, diversos inhalantes,
cristal, el opio, etc.”
Y podríamos continuar
ejemplificando. Imaginemos que el joven se cuestionara a sí mismo: ‘Si tengo un
serio problema con la justicia por cometer un grave delito, ¿es recomendable
acudir a los padres o a cualquier amigo o conocido?’ ‘Si me siento triste o
desanimado por una larga temporada y lloro sin causa justificada, ¿puedo acudir
al alcohol o a los estupefacientes?’
Sin duda, para formar a los
hijos en la escala de valores es fundamental la ayuda y orientación de los
padres. No como una imposición autoritaria, sino como una relación de
confianza, de cercanía, de verdaderos amigos. Ya que los progenitores han
tenido muchas experiencias positivas o negativas en el camino de sus vidas y
por ese cariño que tienen a sus hijos, son los más indicados para brindar esa
orientación acertada y de modo desinteresado.
Algunas veces, si el
rendimiento escolar es bajo, es aconsejable llevarlo con un preceptor académico
para que le ayude a implementar determinadas técnicas de estudio con el objeto
de mejorar en su promedio, o bien, que domine con mayor soltura cómo resolver ciertas
cuestiones de Matemáticas o Física, por ejemplo.
Hace poco me comentaba un
amigo y padre de familia que su hijo adolescente cada vez que tomaba un par de
cervezas se ponía bastante agresivo y en las fiestas -con facilidad- tendía a pelearse
con sus compañeros o conocidos. Este amigo y su esposa decidieron llevarlo con
una Psicóloga, y a la vuelta de pocos meses, el joven ha tenido una franca
mejoría, gracias a la atención cercana de sus padres.
Si el asunto es más complejo, verbigracia,
si ha adquirido la adicción a una droga y si su fuerza de voluntad ya no le
obedece, tal vez sea el momento de ingresarlo en una clínica de
desintoxicación.
Lo importante es que el joven
se conozca tal y como es, que acepte sus defectos y virtudes. Me comentaba un
conocido Psiquiatra que en lo relativo a la Psicoterapia personal y colectiva:
“El objetivo es que los jóvenes se quiten sus ‘máscaras’ y, con total
sinceridad, se muestren trasparentes, sin fingimientos ni engaños”.
Junto con este reconocido Psiquiatra,
Dr. Ernesto Bolio y Arciniega, redactamos, pulimos y enviamos a una conocida
editorial, una novela, titulada: “Vencedores. Acerca de los Trastornos
Emocionales de Nuestro Tiempo” (“Panorama Editorial”, 2011). Este Especialista
me permitió entrevistar a algunos de sus jóvenes pacientes. Claro está,
respetando completamente su anonimato.
Desde el punto de vista
periodístico, era un tema que me interesaba desde hacía tiempo. En varias clínicas
de México y España llevaba un par de años realizando ese trabajo de
investigación. Se lo mostré a este Doctor y le pareció bien que incluyera
algunos de esos casos en la novela. Estuvimos trabajando cerca de ocho meses.
En ciertos pacientes era
notoria la falta de comunicación con sus padres y, por tanto, carecían de su adecuada
formación. Recuerdo la situación de una joven de Preparatoria con aparentes trastornos
en su personalidad, que después de meses de tratamiento, su Psiquiatra concluyó
que ella propiamente no estaba enferma, sino que la causa era de sus padres porque
la ignoraban.
El padre viajaba continuamente
por asuntos de trabajo y su madre pasaba la mayor parte de su tiempo fuera del
hogar, asistiendo a numerosas actividades sociales. El colmo fue que varias
Navidades la pobre chica se la pasaba completamente sola. “La venganza” fue que
esta joven -en su última Navidad solitaria-, tapizó las paredes de su
habitación con mujeres desnudas y su closet lo llenó de botellas vacías de
alcohol. Era como “un grito silencioso de auxilio”. En efecto, sus padres se alarmaron
y de inmediato la ingresaron en la clínica de adicciones y trastornos
emocionales. Pasaron unos meses, hasta que el Psiquiatra llamó a sus padres y
les dijo que -en realidad- eran ellos los que necesitaban Psicoterapia por esa
“relación tóxica” para con su hija ya que necesitaba de su cariño y atención.
Otro caso que recuerdo es el de
un joven universitario que se hizo adicto a la cocaína porque en casa sus
padres continuamente se gritaban y maltrataban. Después de estudiar
detenidamente su caso, los Doctores concluyeron que la culpa del estado del
muchacho propiamente era de sus padres. Que dejaran esa violencia intrafamiliar
y se esforzaran por crear un clima de paz y armonía en el hogar. Y, sin duda, sería
el punto de partida para que este joven dejara -poco a poco- esa adicción, pero
era muy importante que se dieran cuenta que necesitaba de su ayuda y
seguimiento cercano.
La formación a fondo y con
continuidad de los hijos es una tarea primordial en la escala de deberes de los
papás. Ni el dinero ni los regalos espléndidos pueden sustituir a la
comprensión, el cariño, la amistad y el amor paternos.
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