La Iglesia no es inmune a la cultura, finalmente está formada por hombres de su tiempo y
debe transmitir sus mensajes en esas coordenadas espacio temporales y, por lo tanto, culturales.
En ese sentido, no es impermeable a la moda de lo “políticamente correcto” ni a la corriente
“woke” o “de la cancelación”. Parece ser que ha habido santos -personas que, podemos suponer
con bastantes visos de credibilidad, están en el Cielo- que sin embargo han sido “cancelados” y no
se pueden canonizar. No es gratuita esta pretensión de declararlos “santos antes de tiempo”, pues
tienen fama de santidad, sus vidas han dejado una profunda estela de bien en la Iglesia y en la
historia de la humanidad, y se ha estudiado concienzudamente su vida. ¿Cuál es su error?
Pretender acceder a los altares en el momento equivocado.
Sin hacer una investigación exhaustiva, me vienen a la mente dos ejemplos: la Sierva de
Dios Isabel la Católica y el Venerable Fulton J. Sheen. Isabel I de Castilla murió con fama de
santidad, aunque su proceso comenzó muy tarde, en 1974, es decir, se trataría de un proceso
histórico que intentaría determinar su fama de santidad a lo largo de los siglos, como una especie
de “culto inmemorial” al estilo del Beato Duns Escoto, que a su vez determine, a través de una
estricta indagación histórica, cómo vivió heroicamente las virtudes cristianas. A parte de eso, la
cristiandad y la civilización occidental tienen una deuda enorme con Isabel: gracias a su apoyo
América fue descubierta, y fue defensora de los derechos de los indígenas como personas
humanas, adelantándose por siglos a la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. En
efecto, la reina les da el tratamiento de súbditos libres y reconoce sus derechos humanos. A partir
de ese momento, los reyes de España se consideraron protectores de los indígenas, por lo menos
durante el reinado de los Habsburgo. Es verdad que algunos colonizadores, encontraban la
manera de eludir la ley, pero la ley estaba escrita y fue promulgada por Isabel I.
¿Cuál es el pecado imperdonable de Isabel la Católica? La expulsión de los judíos sefardíes
del reino de España. Comprender este hecho implica sumirse en su contexto histórico.
Obviamente, con ojos del siglo XXI nos parece una barbaridad, pero quizá no lo fuera tanto desde
la perspectiva del siglo XV, que fue cuando ocurrieron los eventos. Justo en ese momento se
estaba fraguando el concepto de “nación” o “estado” en su sentido moderno. La nobleza perdía el
poder, el cual se concentraba en la figura de los reyes. Había diversos elementos que componían
el cóctel de una nación: un solo rey, una sola lengua, una sola moneda, una sola religión. Por eso,
en el siglo siguiente se adoptó la consigna: “cuius regio, eius religio”, es decir: según sea la religión
del rey, esa será la religión del pueblo que él gobierna. Y esta norma se adoptó en todo el
territorio europeo. Es decir, mirando el contexto religioso, fue una medida “normal”, aunque,
objetivamente injusta; pero esa injusticia estaba más allá del horizonte de interpretación de la
reina. Su beatificación supondría un duro golpe al diálogo interreligioso mantenido con los judíos
desde el Concilio Vaticano II, y por ese motivo está en stand-by.
El caso del Venerable Fulton J. Sheen es más sorprendente. Iniciado su proceso durante el
pontificado de san Juan Pablo II, declarado Venerable por Benedicto XVI, aprobado por Francisco
el milagro que debería abrirle las puertas a la beatificación -finalmente, un milagro documentado
atribuido a su intercesión vendría a ser como el acta notarial de que efectivamente se encuentra
en el Cielo-, fijada su fecha de beatificación para el 21 de diciembre de 2019, fue suspendida pocos
días antes de celebrarse. Este evento, sin duda, resulta novedoso para la añosa historia de la
Iglesia, nunca había sucedido algo así. ¿El motivo? Un obispo juzgó que el comportamiento del
obispo Sheen con un sacerdote que tuvo una conducta sexual inapropiada en 1963 pudiera ser
mal entendido por el Fiscal General de Nueva York. Sobra decir que la investigación histórica
realizada durante el proceso exoneraba completamente a Sheen del caso, afirmando
rotundamente que “nunca había puesto a niños en peligro”. Pero, dado el revuelo actual sobre el
triste caso de la pederastia clerical, donde no hay presunción de inocencia sino de culpabilidad,
aconsejaron meter en la congeladora su beatificación, a pesar de su milagro, los frutos en
conversiones de su predicación y su magnífica doctrina.
Mirando retrospectivamente, pienso que algunos de los santos más grandes de la historia
de la Iglesia, no serían canonizados con los criterios actuales. Me vienen a la memoria dos
ejemplos: san Ambrosio de Milán y san Cirilo de Alejandría. San Ambrosio es culpable de lo que
podríamos denominar “la primera quema de una Sinagoga en la historia”, perpetrada por monjes
en Raqqa, actual Siria. El emperador Teodosio intentó castigar a los culpables, pero Ambrosio,
furibundo antisemita, impidió que lo hiciera, sugiriendo que la Iglesia tenía derecho a hacerlo.
Mientras san Cirilo de Alejandría, quien también fue antisemita (destruyó su Sinagoga y los
expulsó de Alejandría), es culpado por instigar el salvaje asesinato que el populacho perpetró
contra Hipatia de Alejandría, filósofa, matemática y astrónoma. Cabe hacer notar que ambos son
doctores de la Iglesia y “campeones de la ortodoxia”: san Cirilo es el principal promotor, dentro
del Concilio de Éfeso en el 431 d.C., de que María siguiera considerándose “Theotokós”, es decir,
“Madre de Dios”; y san Ambrosio de la conversión de san Agustín, quizá el pensador católico más
prominente de la historia. Pero en su época, ser antisemita no te bloqueaba el camino a los
altares.
En su tiempo el antisemitismo no era un pecado, ahora sí lo es. La Iglesia ha reconocido,
quizá un poco tarde, su parte de culpa en la formación del antisemitismo gracias al gran san Juan
Pablo II, que en el contexto de la “purificación de la memoria” publicó: “Nosotros recordamos:
Una reflexión sobre la Shoah”. San Ambrosio, san Cirilo e Isabel la Católica obraron con buena
conciencia, aunque lo que hicieron objetivamente estuvo mal. Pero en su tiempo eso no se
percibía y ello no les impidió a los primeros dos el acceso a los altares, a la última sí. Pienso que lo
mismo le sucede a Fulton J. Sheen, durante su vida no había la sensibilidad que hay ahora, y por
ello la Iglesia vacila al ponerlos como ejemplo. Pero, finalmente, pienso que eso les tiene a ellos
sin cuidado, pues seguro estarán ya disfrutando de la visión de Dios en el Cielo, aunque nosotros
no queramos reconocerlo.
Dr. Salvador Fabre
masamf@gmail.com
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