viernes, 8 de diciembre de 2023

CELIBATO MATRIMONIAL

Oxímoron: “Figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra

con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto”. Pues no. En este caso no se trata de

un “oxímoron”, sino de una triste realidad. Aunque parezca descabellado, absurdo o

contradictorio, tristemente hay parejas que viven esta realidad absurda. No en vano, la vez que

más se me ha alebrestado el auditorio en clase, fue cuando les expliqué el “débito conyugal”.

Varias alumnas lo consideraron una especie de violación. Por contrapartida, es frecuente que

algunas mujeres -es más común en ellas- tengan “a dieta” a su marido, por periodos más o menos

extensos de tiempo o, de forma indefinida, y viceversa también. Sí, aunque usted no lo crea, hay

maridos que no se acercan a su mujer sino para consumir los sagrados alimentos.

Con mucha más frecuencia de lo que hubiera imaginado, me lo he encontrado a lo largo

de mi experiencia de acompañamiento espiritual. Recuerdo una vez que un marido me pidió por

favor -sabía que yo hablaba con su mujer- que la convenciera de cambiar su “mortificación

cuaresmal”, ya que había decidido no tener intimidad conyugal durante ese periodo de tiempo. Al

pobre esposo se le hacía muy duro esperar cuarenta días, hasta la pascua, para tener intimidad

con su mujer.

Pero también ha habido experiencias en sentido inverso. Una mujer, en el mismo contexto

de asesoría espiritual, preguntaba inocentemente si era normal la actitud sexual de su marido:

llevaban décadas sin tener intimidad. La actividad sexual se había limitado, rigurosamente, a ser

“instrumento para la procreación”. El marido consideró que, habiendo tenido ya cuatro hijos,

podían dejar de tener acercamiento sexual para siempre. ¿Se trataba de un anacoreta que había

accedido al matrimonio sólo para satisfacer a sus padres? Tristemente, la respuesta es no. Se

trataba, más bien, de una persona con inclinación homosexual, que había acudido al matrimonio

para cuidar las apariencias. Antes -no hace mucho- estaba mal visto ser abiertamente homosexual,

así que, para cubrir el expediente, algunas personas con esta tendencia accedían al matrimonio

para cuidar las formas sociales, pagando la factura la pobre desafortunada que había sido

instrumentalizada por su marido, para aparentar “normalidad” en el seno de una sociedad

conservadora. De hecho, un buen amigo, activista homosexual, me lo confirmó abiertamente:

“antes las personas homosexuales en países católicos teníamos dos opciones, para salir

honrosamente parados en la sociedad: casarnos o entrar al seminario”. Eso explica cómo, muy

tardíamente, descubrió la Iglesia Católica el porcentaje de sacerdotes pederastas en su seno (el

80% de las víctimas de abuso son niños, no niñas). De forma que fue hasta el año 2005 cuando se

prohibió que entraran en el seminario personas con inclinación homosexual.

En el caso anterior -no es el único- no me ha quedado más remedio que recomendarle a la

mujer -a la víctima debería decir- que tramitara su nulidad matrimonial. Un matrimonio así es una

farsa, una simulación, en realidad nunca ha existido. Pero claro, no es fácil tomar esa decisión, no

resulta sencillo explicarles a los hijos que su papá en realidad es gay, y hacerles tomar conciencia -

¡qué duro!- de que su existencia es simplemente el resultado de la estrategia para “cumplir las

expectativas sociales” de su padre o, dicho más crudamente, que su vida es fruto de un

maquiavélico plan para cuidar las apariencias; una obra teatral que ha dado como fruto su propia

existencia. Por eso, algunas mujeres prefieren seguir como siempre, en atención a los hijos,

desarrollando su papel en la inhumana obra de teatro, en la que involuntariamente se han visto


forzadas participar. Finalmente, todo hay que decirlo, es más sencillo que ellas se acostumbren a

no tener intimidad sexual, a que lo haga su marido. Lo injusto de esta situación resalta, pues el

marido lejos de “estar a dieta”, tiene intimidad sexual “bajo el agua”, es decir, mantiene una vida

sexual activa, de carácter homosexual, que oculta hábilmente a la sociedad y a su propia esposa,

hasta que ella lo descubre (el celular siempre traiciona).

De todas formas, siempre es bueno “vivir en la verdad” o, por lo menos, intentarlo. No es

bueno ni saludable vivir en la simulación. Una de las “ventajas” de nuestra sociedad permisiva es

que ya no son necesarias esas simulaciones. Las personas homosexuales tienen ahora todo tipo de

salidas airosas -de hecho, están de moda, ahora son privilegiadas-, de manera que ya no se ven

forzadas a arruinarle la vida a su esposa/o respectivamente o, peor aún, probar suerte en el

seminario.


Dr. Salvador Fabre

masamf@gmail.com

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